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El mundo|Domingo, 1 de diciembre de 2013
La ex repúblicas soviéticas se alejan de la esfera de influencia de la UE

Rusia le gana una pulseada a Europa

El presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, levantó la apuesta y les exigió a los europeos del oeste que, antes de firmar un acuerdo, la UE debía aportar más ayudas y un programa claro destinado a superar la crisis de ese país.

Por Eduardo Febbro
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El mandatario ucraniano Yanukovich dejó sin efecto el acuerdo de asociación con la UE.

Desde París

La Unión Europea perdió una batalla geopolítica esencial frente a la Rusia post-soviética de Vladimir Putin. El principio tendiente a acercar la UE a los nuevos estados de Europa Oriental que surgieron con el desmembramiento de la Unión Soviética chocó con la voluntad de Moscú de mantener su influencia en los territorios que antes estaban bajo su control. En 2009, la Unión Europea ofreció a varias repúblicas de la ex URSS, Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Armenia, Azerbaiján y Georgia, una Asociación Oriental. De las seis repúblicas, sólo Moldavia y Georgia firmaron el viernes un preacuerdo de asociación con la Unión Europea. Las otras cuatro pospusieron todo acercamiento a una fecha no fijada y, con ello, infringieron a Occidente una sonora humillación. De las cuatro repúblicas restantes, el caso de Ucrania es el más crítico, tanto por la importancia de este territorio como por la disputa interna que el acercamiento a la UE ha suscitado. El presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, levantó la apuesta y les exigió a los europeos del oeste que, antes de que se firmara el acuerdo, la Unión Europea debía aportar más ayudas, un programa claro destinado a superar la crisis económica por la que atraviesa el país y a adaptar sus estructuras a las normas vigentes dentro de la UE. Yanukovich también exigió que Rusia interviniera en la futura negociación.

Cada una de estas condiciones fue rechazada por Bruselas. El ministro sueco de Relaciones Exteriores y autor central del proceso de Asociación Oriental, Carl Bildt, dijo que no se trataba “de un bazar”. A su vez, el presidente francés, François Hollande, declaró que no “se puede pedir dinero para firmar un acuerdo de asociación. No pagaremos”. El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, fue todavía más explícito cuando dijo: “No cederemos a las presiones de Rusia”. Las condiciones impuestas por Kiev apuntaban de hecho a dejar sin efecto la iniciativa europea. El precio planteado por Kiev resultó muy alto: Viktor Yanukovich dijo que Ucrania requería de 160.000 millones de euros de aquí a 2017 para modelar su economía y atravesar sin sobresalto el período transitorio. El jefe de Estado también aclaró antes que el acuerdo se firmaría una vez que se llegasen a “condiciones económicas normales”. La casi suspensión de la Asociación Oriental significa un gran revés para la UE y una reactualización de la hegemonía de Moscú en esas zonas. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, la UE fue integrando muchos de los espacios que antes estaban bajo la cúpula de Moscú (Polonia, República Checa –antes Checoslovaquia–, Eslovaquia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Eslovenia, Bulgaria, Rumania y Croacia). Su intento por adentrarse aún más en las fronteras rusas y poner un pie en la casa del amo resultó un fiasco.

El más sonoro es de Ucrania. Pese a sus compromisos, el pasado 21 de noviembre Viktor Yanukovich dejó sin efecto el acuerdo de asociación que debía firmarse el 28 en una cumbre realizada en Vilna, la capital de Lituania. Ucrania está sometida al jugo ruso y a los imperativos de su propia agenda electoral. Las próximas elecciones tienen lugar en 2015 y Vladimir Putin se mostró partidario de “comerse” a Yanukovich y apoyar a un candidato pro ruso si el presidente osaba acercarse a Occidente. La Unión Europea paga también el tributo de sus propias ambigüedades y disidencias. La famosa Asociación Oriental es, de hecho, una apuesta de bajo perfil por cuanto en ningún momento incluye la idea de una adhesión plena de los países que la integran en el seno de la Unión Europea. Ucrania tiene a su vez una situación extremadamente compleja en donde compiten dos realidades simultáneas: por un lado, su histórica vocación europea, y, por el otro, la herencia geopolítica del siglo XX y la consiguiente vecindad con Rusia. Ucrania cuenta con una población de 46 millones de habitantes, un déficit presupuestario del 8 por ciento, un crecimiento negativo, una deuda del 30 por ciento de su PIB y una élite corrupta que detenta el 80 por ciento de la economía del país. Las agencias de calificación le dan a Ucrania la misma nota negativa que a Grecia, y el Fondo Monetario Internacional se niega a facilitarle una línea de crédito mientras no aplique la reformas típicas del FMI. Rusia mantiene un control férreo sobre su vecino. Kiev, por ejemplo, paga por el gas ruso más caro de lo que paga Alemania (400 dólares los mil metros cúbicos). Sin dudas, integrar la Asociación Oriental hubiese ayudado a reparar muchos de estos desarreglos. Pero su costo era muy alto, sobre todo para su presidente. Como muchos otros falsos demócratas, Yanukovich no tiene ninguna ambición para su país, sino para él mismo: volver a ser reelecto presidente el año que viene y perpetrar los privilegios de la oligarquía rusófona que lo agita como una marioneta.

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