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El mundo|Domingo, 20 de abril de 2014
A VEINTE AÑOS DE LA MASACRE PLANIFICADA POR LA MAYORIA HUTU EN RUANDA

Duelo de cien días para recordar el genocidio

En el Memorial del Genocidio de Kigali, ciudad de las mil colinas y capital de Ruanda, yacen los restos de 250 mil ruandeses asesinados. Cientos de cráneos están en exposición y el resto de los cuerpos, enterrados en fosas comunes.

Por Gustavo Veiga
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Un joven observa las herramientas usadas como armas durante el genocidio de Ruanda que se exhiben en el Memorial de la Shoa en París.

En Ruanda transcurren hoy los cien días de duelo en memoria del genocidio. En la lengua local, el “itsembawoko”. Son cien días cuyo significado se resume en una palabra: “kwibuka” (memoria). A veinte años de la masacre planificada por la mayoría hutu contra 800 mil ruandeses ocurrida entre abril y julio de 1994, los protagonistas de aquel momento han reaccionado de modo distinto ante la evocación. La ONU acaba de pedir perdón una vez más por su inacción. Paul Kagame, el presidente de la pequeña nación africana, les echó la culpa a Francia y Bélgica de estar detrás de las muertes, la mayoría tutsis, de su propia etnia. El repaso de los hechos tampoco lo exime de acusaciones al mandatario, cuestionado en el exterior por crímenes semejantes a los que él denuncia, cometidos en su propio país y el Congo (ex Zaire). Por eso, analistas especializados en Africa hablan de dos genocidios: el “oficial”, que se conmemora en Ruanda y el que lo siguió, cuando Kagame tomó el gobierno después de derrotar a las milicias hutus Interahamwe.

“La comunidad internacional hizo todo lo posible para ignorar a Ruanda. No estaba en su radar, no era de su interés, no tenía valor estratégico.” Con estas palabras, el ex general canadiense Romeo Dallaire, a cargo de las tropas de la ONU en el ’94, definió lo que pasó hace veinte años. Senador en su país, recorre el mundo dando charlas sobre su experiencia y escribió un libro en 2004 que se llama: J’ai serré la main du diable (Yo he estrechado la mano del diablo). En él cuenta las atrocidades que vio y que lo llevaron a pensar en suicidarse por la depresión en que cayó.

Kigali es la capital del país de las mil colinas. Allí se levanta el Memorial del Genocidio, donde quedará encendida una llama votiva durante los cien días de evocación. En el lugar yacen los restos de 250 mil ruandeses asesinados. Cientos de cráneos están en exposición y el resto de los cuerpos enterrados en fosas comunes.

En el estadio Amahoro, también de la capital, hubo un acto oficial el 7 de abril, la fecha que el gobierno toma como comienzo del genocidio. Estuvieron el presidente Kagame, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon y el ex premier británico, Tony Blair, entre otros.

Una procesión que se repite todos los años, Caminar para recordar, finalizó en la cancha donde Ruanda jugó las Eliminatorias del Mundial de Brasil. Una mujer gritó, contagió a otras, varias se desmayaron, todas empujadas por el mismo dolor de la recordación. Así se vivió la ceremonia en el vigésimo aniversario del horror.

Ya nadie discute que en la pequeña Ruanda se produjo un genocidio. Pero hubo un momento que sí. Lo evocó el ex general Dallaire: “Los norteamericanos fueron los que se opusieron con más fuerza. Se negaban a que se usara ese término. Yo me preguntaba qué diferencia había entre lo que estaba ocurriendo allí y lo que hicieron los nazis en Alemania. No podía entender que después de que los occidentales dijeran tantas veces que eso no podía volver a pasar, ocurriera de nuevo. Por lo visto, nos estábamos refiriendo a los blancos, pero no a los negros” (http://soli daridad.net/noticia/2158/ruanda un-general-ante-800-000-muer tos-romeo-dallaire).

El militar fue un testigo clave de los hechos. Su presencia en Ruanda junto a apenas 2260 efectivos de la ONU se volvió inútil. Lo acaba de reconocer Ban Ki-moon en Kigali: “Habríamos podido hacer mucho más. Habríamos tenido que hacer mucho más. Los cascos azules fueron retirados de Ruanda en el momento en que más se necesitaban”.

El atentado del 6 de abril de 1994 contra el avión que conducía al ex presidente ruandés Juvenal Habyarimana –y en el que viajaba también el de Burundi, Cyprien Ntaryamira– fue el disparador de la matanza de 800 mil tutsis y hutus moderados. El ataque nunca se esclareció, aunque se atribuye al Frente Patriótico (FPR) que responde a Kagame y gobierna desde hace casi veinte años. También hay quienes sostienen que se trató de un autoatentado hutu para propiciar la masacre.

Las milicias Interahamwe se habían provisto de machetes con anticipación, el arma principal con que cometieron sus crímenes sin distinción de sexo, edad o condición social. Azuzadas por los medios, se lanzaron a la caza de sus víctimas. El resto lo hicieron integrantes del ejército que respondía a Habyarimana.

Simón Bikindi es un famoso músico ruandés acusado de incitación al genocidio y condenado a quince años de prisión por el Tribunal Penal Internacional con sede en Arusha (Tanzania). Su sentencia fue dictada por la jueza argentina Inés Weinberg de Roca, la única latinoamericana que participó del proceso. Una de las canciones de Bikindi, que se pasaba por las radios de Ruanda, decía: “Yo odio a los hutus moderados”. El suyo es uno de los casos más conocidos porque se trata de un artista.

El primero en ser juzgado y condenado por crímenes de guerra fue el ex coronel Theoneste Bagosora, uno de los planificadores del genocidio. Una de las últimas, Pauline Nyiramasuhuko, ex ministra ruandesa de la Mujer y la Familia, también recibió cadena perpetua como aquél. Se transformó en la primera mujer de la historia en ser condenada por genocidio. Los jueces la declararon culpable del secuestro y violación de mujeres y niñas tutsi, la etnia minoritaria.

La planificación del genocidio por los hutus todavía no es cosa juzgada. Nueve acusados se mantienen prófugos. De casi 90 imputados, 49 fueron condenados, 2 casos fueron retirados y 10 transferidos a jurisdicciones nacionales. Dos acusados fallecieron antes de la finalización de sus juicios y catorce resultaron absueltos. Los datos corresponden a un informe de la ONU fechado en marzo pasado.

Kagame, en cambio, aparece como el redentor que acabó con los genocidas. Esa imagen disimula una serie de hechos. Primero, que en un fallo de 2008, un juez de Madrid le atribuyó responsabilidad en 312.726 muertes, cuando investigó los asesinatos de misioneros y médicos españoles en Ruanda. Los crímenes que se le imputaron ocurrieron antes del genocidio y después de que tomara Kigali. Segundo, su papel de gendarme de Estados Unidos e Inglaterra en la región de los grandes lagos, hizo que estas potencias ignoraran un informe de la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, publicado en 2010. En él se acusa al ejército ruandés de cometer “ataques sistemáticos y generalizados que podrían constituir crímenes de genocidio” contra la población hutu en el este de la República Democrática del Congo, entre 1993 y 2003.

El presidente Kagame, quien se formó militarmente en Fort Leavenworth, Kansas, intervino junto al gobierno de su aliado principal en la zona: el presidente de Uganda, Yoweri Museveni. Su presencia allí no es ajena al saqueo de minerales como coltan, oro, cobre, estaño y diamantes, ni a los casi cinco millones de muertos que se ha cobrado la guerra hasta ahora.

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