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El mundo|Martes, 27 de mayo de 2014
La aplastante victoria de la extrema derecha de Le Pen junto a la implosión del partido de Sarkozy

Dos terremotos políticos sacuden Francia

Al mismo tiempo que caían en desgracia los partidos de gobierno, PS y UMP, como consecuencia de las elecciones europeas, en la agrupación de derecha no podían ocultar el caso de fraude que involucra la campaña de Sarkozy.

Por Eduardo Febbro
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François Hollande reapareció en la televisión para repetir lo mismo: “Hacen falta constancia, tenacidad, valentía”.
Desde París

Una desgracia nunca llega sola, dice un adagio popular francés. Al big bang político provocado por la aplastante victoria de la extrema derecha francesa en las elecciones para renovar el Parlamento Europeo le siguió otro big bang de muy mal augurio: la implosión de la derecha del partido UMP. Los dos terremotos se mezclaron para desembocar en un peligroso momento político. Al primero lo desencadenaron los electores que pusieron al partido de ultraderecha Frente Nacional al frente de la consulta con 26 por ciento de los votos, seguido por la UMP, con 20,8 por ciento, y el Partido Socialista, con 13,98 por ciento. El segundo vino desde el interior de la UMP y apunta directamente al ex presidente Nicolas Sarkozy.

El ex mandatario arrastra una larga colección de cascabeles atados a las dudosas condiciones en que financió sus campañas electorales, la de 2007 y la de 2012. Sobre la primera, la Justicia investiga el papel que jugó la heredera del imperio L’Oréal, Liliane Bettencourt, así como la existencia de supuestos fondos entregados por el difunto líder libio Muamar Khadafi. Sobre la segunda campaña, las pruebas son más rotundas: primero, el tribunal de cuentas invalidó los gastos de campaña de Sarkozy (22 millones de euros) por considerar que no estaban conforme a la ley; en segundo lugar, la prensa descubrió una colección de irregularidades orquestadas por la UMP, que van desde falsas facturas, precios inflados o prestaciones inexistentes.

La caja de Pandora se abrió al final, cuando un miembro del partido sarkozista, Jérôme Lavrilleux, ex director adjunto de la campaña de Sarkozy, reconoció que varios mitines del entonces candidato-presidente habían sido “indebidamente” facturados a la UMP. La empresa vinculada con esta caja negra, Bygmalion, está además dirigida por gente muy cercana al actual presidente provisorio de la UMP, Jean-François Copé. El clarinete de los arreglos de cuentas dentro de la derecha sonó al mismo tiempo que la estrepitosa deconstrucción de los partidos de gobierno, PS y UMP, derivada del resultado de las elecciones europeas. Las consecuencias son incalculables, tanto más cuanto que la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, hizo de la corrupción política y la impunidad del círculo de privilegiados uno de sus más fructuosos caballos de batalla contra el sistema político. El fraude de las cuentas consistía en pasar facturas al partido por gastos que eran de la campaña sarkozista y no de la UMP. Así, por ejemplo, varios líderes de la UMP aparecían como conferencistas o animadores de conferencias temáticas que nunca existieron y por las cuales, sin embargo, se facturaba a precio muy alto. Varios de sus más eminentes miembros reclaman ahora una “refundación”, o calificaban los hechos como “un naufragio moral” del partido. Este episodio explosivo es un golpe muy duro en la raíz de la estrategia “retorno hacia el futuro” de Sarkozy y a la ya dañada legitimidad de este partido. Su mediocre resultado en las elecciones europeas, el hecho de aparecer detrás de la ultraderecha (cinco puntos) y este escándalo agrandaron la fractura que ya existía en una formación en pleno marasmo.

El 2014 traza una línea roja, tanto a nivel europeo como nacional: el fin del purgatorio para los partidos con propuestas extremas y el debilitamiento del campo conservador y socialdemócrata en beneficio de la ultraderecha y la izquierda radical. De los 28 países de la Unión, Francia es el más profundamente atravesado por este paradigma. Como escribe el vespertino Le Monde: “Al cabo de cinco años de crecimiento cero y de aumento del desempleo, la victoria de Marine Le Pen es la derrota de una Europa en crisis que no supo defenderse”. A ello se le suma la rotunda incapacidad de la izquierda (es una manera de decir) y la derecha de gobierno para atender a las categorías más expuestas a la crisis. El voto a favor de la extrema derecha tiene una identidad cifrada: por el Frente Nacional votó un 48 por ciento de obreros, 37 por ciento de empleados, 38 por ciento de desempleados y 30 por ciento de los menores de 35 años. Comparativamente, los porcentajes de la izquierda son la apoteosis de la pérdida de esos electorados: por la izquierda socialista apenas votaron 8 por ciento de los obreros, 16 por ciento de los empleados y 15 por ciento de los menores de 30 años. La historia se dio vuelta de forma inaudita. Los bastiones sociales de la izquierda se trasladaron a la ultraderecha. En resumen, el Frente Nacional puede izar hoy legítimamente la bandera y reivindicar que es el partido de los jóvenes y las clases populares.

Como ajeno a estos datos que caen como dardos sobre el cuerpo de una socialdemocracia desdibujada, gastada, sin ideas ni inspiración, el presidente francés, François Hollande, reapareció en la televisión para repetir lo mismo: “La línea de conducta no puede desviarse en función de las circunstancias. Hacen falta constancia, tenacidad, valentía”. Hollande admitió que “Europa se volvió ilegible” y que el resultado de las elecciones era una manifestación de “desconfianza frente a “Europa y los partidos de gobierno”. Antes, el primer ministro, Manuel Valls, había prometido que el gobierno bajaría los impuestos al tiempo que rechazó la idea de convocar elecciones anticipadas: “No le vamos a agregar a la crisis de identidad y a la crisis moral que atraviesa Francia el desorden de unas elecciones en un país que sería ingobernable”, dijo Valls.

El Frente Nacional se llevó de las urnas una victoria tan histórica como apabullante para sus adversarios de izquierda y de derecha: es la primera victoria nacional en sus 52 años de existencia. Su ascenso es una curva de cifras positivas: en las presidenciales de 2012, Marine Le Pen obtuvo 17,9 por ciento de los votos, o sea, más de 7 puntos por encima de lo que su padre había conquistado en 2007. En las municipales de 2014, el FN ganó más de mil comunas. Es un partido en pleno vuelo. A su lado hay una izquierda aburrida y gestionaria, vestida de monjita liberal obediente, oficializada y sin corazón. También hay una derecha en descomposición, una derecha donde los clanes se desgarran, donde sus cabezas visibles aparecen imputadas por la Justicia o detenidas por la policía, donde las cuentas son falsas y las ideas, un recuerdo cada vez más ausente. El escenario global es el de una Europa liberal, pulcra e indolente, donde las clases populares y los jóvenes se sienten interpretados por la extrema derecha. La partitura de la ultraderecha encontró una sala llena dispuesta a hacerle un lugar en el gran vacío que dejan los partidos de gobierno.

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