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El mundo|Miércoles, 16 de julio de 2014
El perfil del nuevo presidente de la Comisión Europea

Juncker, un técnico liberal y aburrido

Jean-Claude Juncker es un conservador con una capa de barniz social. Propuso un plan de reactivación económica de 300 mil millones de euros para los próximos tres años. Pero no renunciará a la estricta disciplina presupuestaria.

Por Eduardo Febbro
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Jean-Claude Juncker fue presidente del Eurogrupo; defiende el secreto bancario.

Desde París

Uno de los más ardientes defensores del secreto bancario y ex primer ministro de uno de los principales paraísos fiscales de Europa, Luxemburgo, acaba de acceder a la presidencia de la Comisión Europea. Jean-Claude Juncker, antaño presidente del Eurogrupo (países donde circula el euro), se convirtió en el primer dirigente que llega a ese puesto mediante una elección luego de haber sido “designado” en un acuerdo previo entre los 27 dirigentes de la Unión Europea. El Parlamento Europeo lo confirmó para reemplazar a Manuel Barroso por 422 votos a favor, 250 en contra y 47 abstenciones. Aunque Juncker tuvo que batallar para conseguir un consenso en torno de su nombre, principalmente con el primer ministro británico, David Cameron, no cabía ninguna sorpresa a la hora de elegir a este europeo que representa un mar de contradicciones.

Jean-Claude Juncker es un conservador con una capa de pintura social. En su intervención pública, el recién “electo” presidente de la Comisión prometió una Europa “más competitiva”, pero también “más social”. Juncker propuso un plan global de reactivación económica de 300 mil millones de euros para los próximos tres años sin decir de dónde los sacaría ni renunciar tampoco a la estricta disciplina presupuestaria que impone el pacto europeo de estabilidad y crecimiento. Para algunos, su designación suena a broma o a contradicción flagrante. Como ex jefe de gobierno de un innegable paraíso fiscal, cabe preguntarse qué les dirá a los dirigentes del G-20 la próxima vez que se reúnan en una cumbre. Es un enigma. Cabe recordar aquí que una de las misiones prioritarias del G-20 ha sido la fructuosa y espinosa cuestión de los paraísos fiscales.

Juncker siempre negó que Luxemburgo fuera uno de esos paraísos, pero lo es. En 2008, el mismo presidente francés de entonces, el liberal Nicolas Sarkozy, se dirigió implícitamente a los responsables del Gran Ducado de Luxemburgo: “No se pueden combatir ciertas prácticas fuera de nuestro continente y tolerarlas en el nuestro”, dijo Sarkozy. No sólo se puede, sino también que quienes gobernaron esos países de prácticas torcidas llegan a dirigir un conjunto de países donde viven 500 millones de personas. Luxemburgo cuenta con cerca de 600 mil habitantes y 140 bancos instalados en su territorio, lo que equivale a la más fuerte concentración bancaria de la Unión Europea. Esos bancos administran 2500 billones de euros, el equivalente a 50 veces el PIB de Luxemburgo, que se eleva a 45 billones. Juncker dirigió el Eurogrupo entre 2005 y 2013 y gobernó el ducado durante 18 años. Gestionar la plata de los demás trae beneficios: el PIB por habitante es dos veces y media superior (67.340 euros en 2013) al promedio europeo.

Como jefe del Ejecutivo luxemburgués y Gran Bretaña como aliada, Juncker fue uno de los más irrenunciables adversarios de la famosa directiva europea que imponía un gravamen sobre los intereses obtenidos con los ahorros. La directiva fue adoptada en 2003, pero Juncker consiguió que, junto a Austria y Bélgica, Luxemburgo conservara el derecho de preservar el anonimato del dinero depositado en las cajas fuertes de Luxemburgo. Poco antes de que terminara su mandato en abril de 2013, el hoy presidente de la Comisión Europea aceptó el fin del secreto bancario en Luxemburgo.

La presión de Washington y la generalización de los programas de intercambio automático de datos no permitieron que esa contradicción fuera más lejos. Sin embargo, Juncker jamás cesó de defender el estatuto de paraíso fiscal que caracteriza a Luxemburgo, sobre todo cuando se negó a aceptar no sólo los dispositivos europeos de armonización fiscal sino también, sobre todo, a acceder las demandas de la Comisión Europea en materia de intercambio de información para evitar la evasión fiscal. El hombre tiene un pedigrée poco apto para corresponder con esa Europa desencantada y sin fe que se expresó en las urnas el pasado mes de mayo (elección del Parlamento Europeo, 60 por ciento de abstención).

Liberal, aburrido, técnico, Juncker encarna perfectamente los fantasmas y los prejuicios que inspira la dirigencia europea. La paradoja es por demás sabrosa. Jean-Claude Juncker tiene a su cargo aplicar las reglas de la Comisión Europea que él mismo rehusó respetar cuando era primer ministro de Luxemburgo y defendió contra viento y marea el oscurantismo fiscal y bancario. Pero las contradicciones no se terminan en él, sino que se hacen extensivas a los milagrosos socialistas europeos que lo apoyaron. Los socialistas del Viejo Continente hicieron campaña contra los paraísos fiscales y terminaron votando a un dirigente oriundo de uno de esos territorios donde se pueden esconder ganancias y tesoros de toda índole y origen. Un milagro europeo.

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