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El mundo|Viernes, 24 de octubre de 2014
CIENTOS DE MILES EXIGEN RESPUESTAS POR LOS 43 DESAPARECIDOS EN MEXICO

Los estudiantes toman las calles

Unos 60 mil marcharon en el Distrito Federal y cientos de miles más sumados en los 31 estados del país. Son más de 70 universidades públicas y privadas que dicen basta. Le ponen plazo al gobierno para que aparezcan los estudiantes.

Por Gerardo Albarrán de Alba
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Jóvenes protestan por la desaparición de 43 estudiantes, en el Zócalo de la Ciudad de México.

Desde México DF

Son muy jóvenes, y son un montón. Con la rabia a flor de piel, marchan como una demostración de fuerza con la esperanza que tienen en ellos mismos. Más nos vale. El Estado mexicano parece que da de sí, sordo y ciego, ante la incapacidad manifiesta para garantizar la seguridad de la ciudadanía; para sacudirse de las entrañas al narcopoder que lo ha sustituido en gran parte del país; para inspirar confianza a una sociedad, más que harta, profundamente encabronada, como reza el cartelito que una sexagenaria blande sobre su cabeza, rodeada de estudiantes que saltan, gritan, bailan, cantan, corean consignas, mientan madres y, sobre todo, guardan un escalofriante silencio de tanto en tanto.

México está al límite. Hay un estallido en cierne que apenas se contiene, en parte gracias a miles de estudiantes que, como los 43 desaparecidos de la Normal rural de Ayotzinapa, están en riesgo por todo el país y precisamente por ello toman las calles y las plazas públicas, unos 60 mil en el Distrito Federal, algunos cientos de miles más sumados en los 31 estados. En el Zócalo capitalino, los padres de los normalistas ausentes están al límite. Desde el templete, uno a uno toman la palabra para arrancarse el dolor. No es un mero conjuro contra la rabia, es una advertencia clara: le dan al gobierno del priísta Enrique Peña Nieto un plazo de dos días para que aparezcan sus hijos: “Buenas noches, señores padres de familia, ustedes también tienen hijos y también sienten feo que les llegue a pasar igual lo que a nosotros nos está pasando, a mí me da mucho coraje lo que este cabrón se haya aprovechado de nuestros hijos, es una burla para nosotros. Yo quisiera darles mi número de teléfono porque la gente se está levantando en armas, estamos decididos a buscar a esos cabrones asesinos porque nosotros estamos muy enojados, quisiéramos tenerlos enfrente para irlos acabando poco a poco y con su ayuda de ustedes, ahí anoten mi número porque toda la gente estamos sobre esos cabrones ...los tenemos que encontrar porque a nuestros hijos los queremos vivos, les damos hasta dos días nada más, ya estamos cansados todos y le vamos a dar en la madre a ese cabrón, hijo de su puta madre, estamos todos bien encabronados, nomás quiero verles la cara”.

Tampoco es mera catarsis. En este momento suman ya 22 ayuntamientos en manos de profesores y campesinos en Guerrero; apenas ayer tomaron la alcaldía de Acapulco y las movilizaciones empiezan a ser cotidianas. No es para menos, los derechos humanos en este país son violados sistemáticamente desde hace décadas, pero hoy se hace a plena vista de organismos internacionales que se escandalizan ante la incesante desaparición forzada de miles de mexicanos, ya sea como represión a la disidencia política o como recurso para imponer el terror de Estado desde el brazo criminal que lo ha infiltrado y desplazado. Los ausentes en México en menos de una década suman ya más que todos los que ya no están por la dictadura militar padecida el siglo pasado en cualquier país latinoamericano.

Pese a todo y pese a todos, una masa de jóvenes serpentea la tarde del miércoles durante más de 200 minutos a lo largo de cuatro kilómetros de dignidad, hacia el corazón sangrante del país. Son los que no están quienes gritan en voz de todos los demás: “Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres... ¡Justicia!”.

El hartazgo es generalizado. Son más de 70 universidades públicas y privadas que dicen basta, el Estado jamás debió cruzar esa línea y desaparecer a 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, de los que no se sabe nada desde hace casi un mes, pese a la condena internacional y la indignación nacional.

“Estamos cansados de tanto andar en búsquedas, nos traen pa’ rriba y pa’bajo y no hay nada concreto, no hay nada serio, pero sí me siento dispuesto a la muerte, no importa nada, doy la vida por m’ijo”, dice otro padre ante las 43 sillas vacías que hacen presentes a los estudiantes desaparecidos, quijadas y puños apretados de quienes escuchan.

El mitin principal en el Zócalo de la Ciudad de México ha terminado ya de noche, cuando el último de los manifestantes todavía no llega a la mitad del recorrido trazado por los organizadores, separado por miles que todavía tratan de llegar al templete. Resignados, los contingentes estallan en mítines improvisados. A la altura del Palacio de Bellas Artes, colman la explanada varias escuelas públicas vinculadas con el teatro, la música, la pintura y la restauración. Sentados, levantan el puño, comparten consignas y lloran y cantan juntos. Algunos se funden en largos e intensos abrazos que abarcan el dolor colectivo.

Que alguien le avise a quien deba saberlo: allá afuera hay miles de estudiantes más, y ninguno quiere ser el desaparecido 44. Por eso se dejan ver y oír. Han venido a ofrecer su corazón.

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