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El mundo|Viernes, 10 de julio de 2015
Tras dos semanas de confrontación, las Bolsas auguran un acuerdo con Grecia

Llegó la calma después de la tormenta

Un país que apenas representa el 2 por ciento del PIB de la Zona Euro suscitó un odio incandescente cuando decidió plantar fronteras y oponer la consulta democrática frente a una política económica dictada desde afuera. El costo del No.

Por Eduardo Febbro
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Manifestantes en contra del ajuste marchan por las calles del centro de Atenas.

Página/12 En Francia

Desde París

Las Bolsas ya anticipan un acuerdo estable entre Grecia y sus acreedores, pero nada borrará estas dos semanas de confrontación, de acoso, de chantajes y de agravios en donde los principales actores del eje de la Unión Europea se descalificaron con sus posiciones. El primero de ellos, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, quien salió a hacer campaña por el Sí cuando se avecinaba el referendo griego, rebasando en mucho los diques de su mandato. El presidente del Consejo europeo, el polaco Donald Dusk, un hombre muy por debajo de la estatura que requiere su mandato y cuyo país, Polonia, no es ni siquiera parte del euro. “El juego de pocker se acabó”, les dijo Dusk a los griegos a mediados de junio. El holandés Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo, con etiqueta de socialdemócrata pero de una ferocidad y una intransigencia dignas de un prestamista. La prensa holandesa lo apoda “el perro de compañía de Alemania”. El presidente francés, François Hollande, apretado entre la alianza con Berlín, los 42.000 millones de euros que Grecia les debe a los bancos franceses y las rupturas de su partido. La canciller alemana Angela Merkel y sus erróneos cálculos políticos: apostó por el Sí en el referendo del pasado 5 de julio y, con él, por la caída del Ejecutivo de Alexis Tsipras. Ello la condujo a congelar todas las opciones previas. Detrás de ella cerraron filas el resto de los dirigentes del Eurogrupo, liberales, conservadores y socialdemócratas.

¿Y qué decir de la tormentosa y vulgar avalancha de adjetivos deshonrosos que periodistas, intelectuales y dirigentes políticos desparramaron sobre Grecia? Los trataron de vagos, de corruptos, de gastar el dinero de la Unión Europea, de vivir de préstamos y de no haber saneado la economía. El francés y socialista Pascal Lamy, ex comisario europeo para el Comercio y ex director de la OMC (organización mundial del comercio), se despachó con la siguiente frase: “Los griegos son un pueblo orgulloso, resistente, apasionado, pero también un poco despreocupado y gastador” (declaraciones en la radio France Info). El pasado 8 de julio, el ex presidente francés Nicolas Sarkozy dijo en el canal TF1: “El problema al que se confronta Grecia hoy radica en que los griegos no trabajan lo suficiente”. Nada puede ser más tramposo. Un estudio publicado ayer por la muy racional OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) desarma ese argumento: Grecia es el país de Europa donde se trabaja más horas... y el que trabaja menos es Alemania. Los griegos trabajan 671 horas más que los alemanes, 2042 horas contra 1371 en Alemania o 1489 para los franceses (en este informe, México es el país donde más horas se trabaja). En cuanto a la corrupción, en la clasificación de la ONG Transparencia Internacional, del total de 175 países que la componen Grecia se ubica en el puesto número 69, al mismo nivel que Italia, Rumania o Bulgaria. Y en lo que atañe a la ausencia de esfuerzos en Grecia, este argumento es otra ficción: entre 2009 y 2015 hubo ocho planes de austeridad a cambio de los prestamos obtenidos: suba de impuestos, tasas suplementaria, disminución de los servicios públicos, recortes en los gastos de educación y salud, congelamiento de las jubilaciones, etc, etc. El organismo de consulta France Strategie calcula que entre 2008 y 2013 el porcentaje de pobres creció en un 30 por ciento. En suma, Grecia asumió en estos años “la cura de austeridad más extensa que haya conocido la zona euro” (diario Le Monde del 09/07/2015). “Mi país se convirtió en un laboratorio de la austeridad y la experiencia fracasó”, dijo el primer ministro griego el pasado 8 de julio ante el Parlamento Europeo. En 2009, el PIB de Irlanda cayó en un 6,4 por ciento, el de España en un 3,6 por ciento, Portugal cayó en un 3 por ciento y el de Grecia, en 2010, en un 8,9 por ciento. Entre 2009 y 2014 el déficit público de Grecia pasó del 15,2 al 2,7 por ciento. Grecia fue el único país de Europa que bajó su salario mínimo: este pasó de 680 a 586 euros. El economista Thomas Piketty, autor del libro El Capital en el siglo XXI, observó en el canal BFM que “nunca se había visto a un país que en tiempo de paz realiza un ajuste presupuestario del 12 por ciento de su PIB con, de paso, una economía que se hunde en un 25 por ciento”.

Luego viene la nauseabunda letanía de los editorialistas y filósofos que calificaron a Tsipras y a Syriza de “antisemita”, “jefe de una coalición con la extrema derecha”, “nacional populista” que organizó un “referendo chapucero”, “aficionado”, “enceguecido por una ideología”, “extremista de izquierda”, “populista “o, colmo de la idiotez, “el Hugo Chávez de Europa” (Le Nouvel Observateur). Hasta las derechas de América latina se compraron el libreto de populismo en sus sesudas manipulaciones. En realidad, todo aquello que se sitúa fuera del circuito que va del conservadurismo liberal a la socialdemocracia es descalificado con la etiqueta de “populista”. Resulta claro, sin embargo, que los intereses de un pueblo no son los mismos que los de la elite tecnócrata de Bruselas. Un país que apenas representa el 2 por ciento de PIB de la zona euro suscitó un odio incandescente cuando decidió plantar fronteras y oponer la consulta democrática frente a una política económica dictada desde afuera. Syriza materializó con su consulta las críticas que se le hacen constantemente a la Unión Europea. Entre ellas, la principal, “el déficit democrático”. A Tsipras y a su equipo le achacaron todos los males acumulados por su países en los últimos años con la complicidad –y a menudo la intervención aliada– de sus socios europeos. Ahora le exigen, como lo dijo el presidente francés, François Hollande, “propuestas verosímiles y serias”. Liberales, seudoprogresistas y socialistas se unieron bajo esa bandera: Tsipras no es ni serio, ni verosímil.

De allí el grito del líder del Podemos, Pablo Iglesias, en el parlamento europeo. Dirigiéndose al grupo socialista del Europarlamento les dijo: “¡Defiendan al pueblo griego! ¡Defiendan los derechos sociales y pongan fin a esta maldita coalición que nos lleva derecho a la pared!”. Por “maldita coalición” hay que entender esa hermandad a contracorriente que desde hace ya muchos años unificó a liberales y socialdemócratas. Parece que no hay vida, ni aire, ni pensamiento fuera de ese conducto. Puede que, entre concesiones y chantajes, los acreedores de Grecia obliguen a Atenas a imponer un ajuste más importante del que Tsipras estaba dispuesto a implementar. Puede que, de alguna manera, Grecia pierda de nuevo ante el Eurogrupo. Pero algo substantivo, emocionante y esencial ha ganado para siempre: hemos sido testigos de que es posible decir no, que es verosímil desafiar a los grandes conglomerados de intereses, que se puede proceder así sin sacar a Marx del cajón o la Revolución de los sueños, que es concebible ser libres aunque haya que pagar por ello, que existen procedimientos políticos y democráticos de refutación radical, que se puede ser uno mismo, exclusivo, fuera del abrumador consenso, que es legítimo conservar su identidad genuina en contra de las recetas y los cepos. Es apasionante haber visto que todas esas cosas hermosas y palpitantes se volvieron a reinventar en Grecia, el país del sol y de los olivos que inventó esa figura siempre por recrear que es la democracia.

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