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El mundo|Martes, 25 de agosto de 2015
Hollande y Merkel pidieron a sus socios europeos dar una respuesta unificada

París y Berlín encaran la crisis migratoria

El flujo de migrantes no cesa de aumentar: unas 340.000 personas atravesaron las fronteras de la Unión Europea entre enero y julio de 2015. El asunto cambió las agendas políticas nacionales y enfrentó a los países entre sí.

Por Eduardo Febbro
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Merkel y Hollande interpelaron a sus socios de la UE para que se responda de manera “unificada” a la crisis.
Desde París

Italia, Grecia, España, Macedonia, Hungría, Serbia, Alemania o Francia, el colapso migratorio que la situación en muchos de Africa y de Medio Oriente provocó en Europa se extiende cada semana por nuevos países. Según cifras proporcionadas por la Agencia Europea para la gestión de la cooperación operacional en las fronteras exteriores, Frontex, 340.000 personas atravesaron las fronteras de la Unión Europea entre enero y julio de 2015. A título comparativo, en todo 2014 la cifra llegó a 240.000. El presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, interpelaron ayer a sus socios de la Unión Europea (UE) para que se responda de manera “unificada” a esta crisis. El jefe del Estado francés pidió que se instaurara un sistema “unificado del derecho de asilo” y, al mismo tiempo, reconoció que se trataba de “una situación excepcional que va a durar”. El flujo de migrantes no cesa de aumentar. Nada más que el sábado los guardacostas italianos rescataron en el Mediterráneo a unas 4000 personas. A lo largo del fin de semana, 9000 migrantes penetraron en Serbia con rumbo a Europa occidental.

Los países más pequeños de la UE, que atraviesan a su vez profundas crisis económicas, es el caso de Grecia por ejemplo, no cuentan con los medios ni las infraestructuras para hacer frente a la marea humana de demandantes de asilo, refugiados económicos y personas que huyen de las guerras. Desde junio hasta ahora, 42.000 personas pasaron a través de Macedonia provenientes de Grecia. Esta fuga masiva ha provocado también la muerte de miles de personas. La Organización Internacional para los migrantes adelantó que en lo que va de 2015 unas 2000 personas perdieron la vida cuanto trataron de llegar a las costas europeas.

Objeto de un fructífero chantaje político por parte de la extrema derecha, los migrantes han cambiado las agendas políticas nacionales y enfrentado a los países entre sí. Los actos xenófobos y violentos son ya una crónica cotidiana. El viernes 21 de agosto, en Heidenau, al sur de Dresde, Alemania, cientos de personas respondieron a la convocatoria del partido neonazi NPD y se enfrentaron con la policía para impedir que un supermercado desafectado fuera convertido en centro de recibimiento para los migrantes. Alemania se prepara este año para recibir unas 800.000 solicitudes de asilo contra 200.000 en 2014. El vicecanciller alemán, Sigmar Gabriel, consideró que el cuadro que plantea la llegada intensiva de migrantes constituye “el desafío más grande de Alemania” desde la reunificación del país tras la caída del Muro de Berlín (1989).

El responsable político también fustigó la parálisis de los europeos. Gabriel dijo que era “vergonzosa” la manera en que muchos países de la UE reaccionaban, como si esto no los concerniera, y estimó que, “en cierta medida, Europa se encuentra en un sueño profundo y sigue de vacaciones”. Europa vive de hecho la crisis migratoria más importante desde la Segunda Guerra Mundial y ha respondido con una parsimonia ajena a las necesidades del drama.

La solidaridad entre los países miembros de la UE quedó en tela de juicio cuando, una vez que los migrantes empezaron a desembarcar en las costas de Lampedusa, los demás países cerraron los ojos. Italia se quedó prácticamente sola asumiendo las consecuencias de una explosión migratoria que nadie anticipó a estos niveles. Sólo cuando la onda de shock se expandió a otras naciones Europa empezó, tímidamente, a elaborar algunas medidas. Cada día son más constantes las voces que reclaman una modificación de lo que constituye uno de los logros más importantes de la construcción europea: la libre circulación de bienes y de personas. Esto está ahora en tela de juicio. El ministro italiano de Relaciones Exteriores, Paolo Gentiloni, advirtió que “está en peligro uno de los pilares fundamentales de la Unión Europea”. Gentiloni fustigó cada una de las respuestas elaboradas hasta hoy por la UE. Según el ministro, “Europa se está arriesgando a dar lo peor de sí misma con el egoísmo, las decisiones a contracorriente y las querellas entre Estados miembros” (entrevista publicada por el diario Il Messaggero). El jefe de la diplomacia alemana, Frank-Walter Steinmeier, reconoció también que “la reacción europea no estuvo a la altura de las exigencias que Europa debe tener consigo misma” (columna de opinión publicada por el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung). El problema central consiste en que no existe una política migratoria común. Cada país maneja sus propios criterios en temas como el derecho de asilo y ello amplifica la errancia y el drama de los migrantes. “Las normas tienen que ser coherentes”, dice Hollande. La coherencia, sin embargo, requiere una rapidez y una voluntad común ausentes en esta configuración en la cual la velocidad de la historia deja sin sentido las palabras. Cerca de 110.000 personas oriundas principalmente de Siria, Afganistán, Eritrea, Irak y Sudán del Sur cruzaron en julio el Mediterráneo para llegar a Europa. Huyen de la guerra y la pobreza. Pero las costas del paraíso se convierten a menudo en un cementerio, o en un viaje muy lejos del destino soñado.

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