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El mundo|Lunes, 14 de septiembre de 2015
Hoy los ministros de la Unión Europea discuten el reparto de los refugiados en el seno del bloque

Europa tiene en sus manos el destino de miles

En 2015, los sirios que huyeron de la guerra representan el 30 por ciento de los migrantes que alcanzaron el Viejo Continente, delante de los afganos, los kosovares y los eritreos. Son víctimas traumatizadas por un drama mayor.

Por Eduardo Febbro
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Un chico lleva un cartel que dice: “Démosle la bienvenida a los migrantes y cuidémoslos”.

Página/12 En Francia

Desde París

La luz y la sombra de la solidaridad atraviesan la capital francesa. Sirios, sudaneses o eritreos empiezan a sentir los primeros arrebatos del invierno bajo los puentes de París o en la frontera de los suburbios donde, por ahora, viven aún con la ilusión de una nueva vida. Europa todavía no sabe cómo llamarlos: ¿migrantes, refugiados? Algunos medios y políticos han introducido una distinción malintencionada entre “buenos refugiados” –los que huyen de la guerra– y “malos migrantes” –los que parten por motivos económicos.

Han llegado por decenas de miles en los últimos meses, pero no todas las travesías y las llegadas a los territorios soñados son lo que los índices del PIB europeo les hicieron creer. Aquí no hay guerra, es cierto. La miseria, sin embargo, cubre la vida cotidiana de las varias familias sirias que, entre carpas, autos y prefabricadas, se instalaron en la Puerta de Saint-Ouen, en el límite exacto entre el norte de París y las afueras de la capital. Desde que Alemania decidió recibir a los refugiados (ver aparte), los sirios que sobreviven en la calle, sin trabajo, ni ayuda, han cambiado la geografía de su sueño. Su próximo destino será Berlín, u otra ciudad alemana. En 2015, los sirios que huyen de la guerra representan el 30 por ciento de los migrantes (87.000 personas) que alcanzaron el Viejo Continente, delante de los afganos, 13,8 por ciento (39.000), los kosovares y los eritreos (12.000 personas por cada país). A pesar de la fractura que el tema migratorio provocó en Europa, los países de la UE, con menor o mayor voluntad, los recibieron. A título comparativo, Europa albergó menos del 10 por ciento (300.000) de los cuatro millones de sirios que dejaron su país. Turquía, el Líbano y Jordania se hicieron cargo del resto.

En cuando a los estados del Golfo Pérsico, nada los ha conmovido. Las petromonarquías de Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Arabes Unidos, Bahréin o Kuwait levantaron muros de indiferencia y rehusaron abrir sus territorios a los refugiados.

La solidaridad o los acuerdos que la dividida Europa buscará de nuevo hoy en Bruselas no borra del mapa el motivo principal del éxodo: los sirios huyen de un país en guerra total desde 2011. El conflicto entre el régimen de Bashar al Assad y una oposición fracturada y multiforme ha dejado un saldo de 240.000 muertos, al tiempo que provocó uno de los desplazamientos más grandes de la historia moderna con 12.000.0000 de personas que abanderaron sus regiones; los eritreos escapan de un régimen sanguinario dirigido por uno de los héroes de la guerra de independencia obtenida en 1991, Issayas Afeworki; los afganos se van por culpa de una guerra civil que permanece latente desde que la OTAN se fue de Afganistán entre 2013 y 2014; los iraquíes parten de un país que las bombas de la coalición que desalojó al difunto presidente Saddam Hussein dejó en mil pedazos. Atentados, guerra entre chiítas y sunnitas, expansión del Estado Islámico, en total 15.000 personas perdieron la vida en 2014, lo que equivale a poco más del doble que el año precedente: los libios abandonan un país que quedó reducido al estado de metáfora desde que, en 2011, con mandato de las Naciones Unidas, una coalición occidental derribó al régimen del difunto coronel Muammar Khadafi. Libia cuenta hoy con dos gobiernos, el Congreso general Nacional (CGN), de mayoría islamista, y la llamada Cámara de Representantes. Esta Cámara debió reemplazar al CGN en 2014, pero los islamistas no reconocieron ni su autoridad, ni las elecciones legislativas. El conflicto armado que derivó de esta disputa ha dejado a Libia sumida en un enfrentamiento sangriento que cortó al país por la mitad: los islamistas controlan la capital, Trípoli, mientras que la Cámara intenta gobernar desde el norte, en Tobruk. La inexistencia de un Estado hizo de Libia la rampa de lanzamiento de muchos de los refugiados que huyen hacia Europa a través del Mediterráneo: los kosovares dejan una región que consiguió su independencia de Serbia en 2008 pero cuya economía está en bancarrota y su clase política funciona como una dependencia de la mafia. Los organismos europeos calculan que, de un total 1,7 millones de habitantes, 8 por ciento de la población se refugió en otros países. La ola de refugiados que se volcó hacia Europa tiene características excepcionales, y no sólo por su volumen. Los cientos de miles de personas que llegan no son lo que se conocen propiamente como “inmigrantes”. No han viajado o emigrado con un proyecto laboral, una meta profesional o de estudios. Son víctimas traumatizadas por un drama mayor y, en ello coinciden todos los expertos, su integración será más complicada debido a las condiciones extremas en las que llegaron. Sin embargo, contrariamente a los argumentos de la derecha y la ultraderecha, en ningún caso serán responsables de un quiebre del sistema social o del aumento del desempleo. Christophe Dupont, jefe de la división Migraciones Internacionales en la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), explicó al diario Le Monde que “la contribución de los inmigrantes a la economía es superior a lo que éstos perciben como subsidios sociales o gastos públicos”. En Francia, la derecha y la extrema derecha juegan en la línea de sombra y les atribuyen a los migrantes el peso de todos los males. Es el caso de Marine Le Pen, la líder del ultraderechista Frente Nacional, y del ex presidente Nicolas Sarkozy, líder del partido Los Republicanos y en plena campaña para obtener la nominación como candidato de cara a las elecciones presidenciales de 2017. Ambos se han destacado por un bombardeo de improperios, mentiras, datos falsos y consideraciones de un absurdo inenarrable. El refugiado, su supuesta amenaza o su toxicidad, ha irrumpido ahora como tema político reactualizado por el volumen impresionante de personas que tocó suelo europeo: únicamente a través del Mediterráneo, 214.000 personas llegaron en 2014 contra más de 350.000 en 2015. A ellas se les suman las que viajaron por tierra, unas 130.000 más. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur, a finales de 2015 habrá más de 900.000 personas sólo en Europa para un total de 60 millones de desplazados en el mundo.

Entre reticencias y actos de solidaridad, Europa debe gestionar el destino de una nueva población numerosa. Hoy, los ministros de Interior vuelven a reunirse en Bruselas con el fin de pactar un enésimo consenso en torno a los temas que suscitan hondos antagonismos: la batalla por el reparto de los refugiados en el seno de la Unión Europea. Este es el tema más urgente debajo del cual aparece otro que ha cobrado fuerza desde que estalló la crisis de los refugiados y la derecha, con falacias y manipulaciones, aprovechó la ocasión para hacer tambalear uno de los cimientos de la construcción europea: la libre de circulaciones de personas tal y como se desprende de los acuerdos de Schengen. Nicolas Sarkozy es, por ejemplo, uno de los más reiterativos partidarios de suspender esa libre circulación en nombre de la protección de cada Estado amenazado, según él, por el oportunismo de los migrantes que se instalan a su antojo en el país donde los subsidios sociales son más importantes. El argumento es humanamente falso y administrativamente imposible, pero entra en la conciencia de electorados temerosos de perder más derechos y ver a sus países “absorbidos” o “contaminados” por el otro. Los dirigentes europeos tratan de equilibrar el reparto de los refugiados. Alemania, Francia, Italia, Suecia y Reino Unido administran el 75 por ciento de las solicitudes de asilo. Pero el nuevo capítulo de la crisis de los refugiados tensó las relaciones entre estos países y los de Europa Central y Oriental que se aliaron en el grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia). Estas cinco naciones rehúsan aplicar la política de cuotas obligatorias de refugiados defendida por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. El volumen mayor de refugiados le corresponde hoy a Alemania. Berlín anunció de forma unilateral que recibirá a 800.000 personas. En Francia, se calcula que alrededor de 120.000 migrantes ingresarán al territorio de aquí al año que viene. Hasta que la canciller alemana Angela Merkel no impuso su autoridad, Europa estaba mucho más desunida que hoy: Merkel convenció a Italia, Francia, España y los países escandinavos de que la lógica de las cuotas era la mejor. Alemania dirige y ha dado un ejemplo sorprendente cuando abrió sus fronteras y, sin miedo a los problemas de integración, se ofreció como nuevo territorio de ensayo para una de las aventuras humanas más difíciles de estos últimos 50 años.

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