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El mundo|Martes, 15 de septiembre de 2015
Hungría patrulla su zona limítrofe con Serbia

“¿A dónde vamos ahora?”

Por Andrew Connelly *
Desde Röszke

A casi 26 años desde el día, en 1989, en que Hungría abrió sus fronteras a los ciudadanos de Alemania del Este, que anunció la caída del Telón de Acero, esas mismas barreras se están cerrando. En un esfuerzo desesperado por detener el flujo de solicitantes de asilo que huyen de las zonas de guerra en Siria, Irak y Afganistán, el gobierno húngaro ayer desplegó policías y soldados con armas automáticas para patrullar su frontera con Serbia, asistido por una nueva cerca de alambre de púas de 175 kilómetros de largo.

De acuerdo con la nueva legislación en vigor a partir de hoy, entrar en Hungría ilegalmente constituirá un acto criminal, lo que podría castigarse con una pena de prisión de hasta tres años. Ayer por la tarde la policía cerró el cruce no oficial a lo largo de una vía de tren entre el pueblo serbio de Horgos y Röszke en Hungría, una ruta elegida por los refugiados.

La noticia parecía haberse desparramado entre los migrantes, muchos de Siria, quienes aceleraron su paso para llegar a Hungría, mientras la policía registraba a 6.000 que entraron el domingo y otros 5.353 que llegaron antes de las 11 de ayer.

Muchos fueron transportados en tren desde Röszke a Hegyeshalom en la frontera con Austria. La agencia de refugiados de las Naciones Unidas afirmó que no todos estaban siendo registrados, afirmaciones denegadas por el gobierno húngaro.

“¿A dónde vamos ahora?”, preguntó Abdullah Faraj, un médico sirio mientras hacía la cola para subir a un autobús. Faraj, de 28 años, de Deir Ezzor, la ciudad actualmente atrapada en medio de las furiosaa batallas entre las fuerzas gubernamentales y los militantes del Estado Islámico (EI), habló mientras un helicóptero sobrevolaba la zona. El y sus cuatro amigos habían escuchado sobre el cierre de la frontera húngara y habían corrido a través de los Balcanes para llegar a Röszke después de salir de Siria hace sólo una semana. “Leí en las noticias sobre el bloqueo de la frontera, así que no dormimos en el viaje, quizás un par de horas. Quiero llegar a Austria y empezar a trabajar. En Deir Ezzor yo estaba tratando a pacientes en situaciones críticas, quemaduras, víctimas de los bombardeos, pero cada día se pone peor, y no hay seguridad. Quiero seguir ayudando a la gente en Austria.”

Faraj todavía tiene amigos que actualmente están viajando hacia Europa occidental y se pregunta cómo va a cambiar ahora su camino. Dijo: “Nos enteramos de que otros países como Croacia o Eslovenia podrían abrirse para los refugiados”.

Husam Haffi, de 44 años, un trabajador bancario palestino-sirio del campo de refugiados de Yarmuk, en Siria, fue uno de los últimos en cruzar. Fumó su primer cigarrillo en tres días, rodeado de sus cuatro hijos y su esposa. Días atrás desafiaron el peligroso cruce del mar desde Turquía a Grecia que el domingo se cobró la vida de 34 refugiados. “En casa viviamos en el cuarto piso. No quedó nada.”

Haffi y su familia previamente intentaron vivir en Ain el-Hilweh, el mayor campo de refugiados palestinos en el Líbano, pero las encontraron que las condiciones eran intolerables. “Todo el mundo tiene armas, la gente se mata por un trozo de chocolate. Eso no es vida.”

En la última semana el campo de maíz a lo largo de las vías en Röszke se convirtió en un centro de coordinación internacional de la crisis mientras el esporádico transporte a los ya atestados centros de registro vio crecer el número de solicitantes de asilo asándose bajo cielo abierto. Hubo tensiones diarias entre los refugiados y la policía ya que muchos se enfurecieron por las largas esperas y la falta de un reparo adecuado.

* De The Independent de Gran Bretaña.
Especial para Páginal12
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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