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El mundo|Martes, 8 de diciembre de 2015
Opinión

Un golpe para despertar

Por Eduardo Aliverti
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La duda no consistía en si el chavismo podía perder en la suma total de votos, porque hasta para los defensores más entusiastas de la revolución bolivariana estaba claro que el escenario más probable pasaba por allí. Era cuestión de saber si el descontento popular, por las penurias cotidianas en el abastecimiento de productos básicos, sería capaz de asestarle al gobierno un voto castigo que lo dejase seria o gravemente debilitado. La respuesta fue sí y ahora Venezuela se profundiza en ese presente y horizonte complejísimos, en los que resulta en extremo arriesgado tener más respuestas que descripciones y preguntas.

El resultado le otorga a la oposición una mayoría parlamentaria, con vigencia de cinco años, que puede permitirle el rango de, virtualmente, impedir al Ejecutivo gobernar por las vías convencionales. Esa es la diferencia entre mayoría simple y calificada. La segunda hasta podría impulsar un referendo revocatorio del presidente. Cabe recordar que Nicolás Maduro tiene mandato hasta 2019. Como fuere, empieza otra historia que tanto podrá ser de renacimiento chavista, por aquello de las grandes derrotas que pueden transformarse en enormes pasos adelante, como en un proceso de decadencia que reinstale al neoliberalismo en el poder. Está claro que haber conservado un 42 por ciento de los votos no significa arrancar de cero ni mucho menos, aunque el peso simbólico de la caída es tan grande que hoy cuesta leerlo así.

La apuesta del chavismo era conservar los baluartes del interior del país con números que le permitieran compensar la desventaja de las grandes ciudades; y de ese modo, gracias a un sistema de reparto electoral que privilegia la representación territorial por sobre la cantidad de habitantes de cada distrito, alcanzar aunque más no fuere una mayoría simple, estrecha, en la Asamblea Nacional. Eso no sucedió y entonces la victoria de la derecha en las poblaciones mayores se convirtió en aplastante. Para tener una idea de la dimensión del voto castigo basta reparar en que la oposición no había hecho campaña, literalmente. Actos sin figuras destacadas, o más bien desconocidas, sin propuestas de naturaleza alguna como no fueren las convocatorias a “cambiar” mediante artilugios de manuales de autoayuda que los argentinos venimos de registrar y cómo. En todo caso, el proselitismo opositor se basó en la denominada y real guerra económica que desabasteció a las clases populares y malhumoró hasta el hartazgo a franjas medias, bien que con la inestimable colaboración de las serias deficiencias gubernamentales.

En la madrugada de ayer, al cabo de unos comicios nuevamente ejemplares que dieron por traste con todas las denuncias de fraude y clima enrarecido, Maduro asumió la derrota con hidalguía y, en el único pasaje algo autocrítico sobre la fuerza chavista, dijo que durante la jornada se sorprendió, en los barrios, por la cantidad de adherentes que no concurrían a votar. Vaya síntoma, le faltó agregar, del desgano que arreció en el propio palo. Una parte de la explicación acerca de los agotadores problemas de abastecimiento es en efecto la guerra económica. Como ya dijimos también en un reporte radiofónico del sábado, muy al contrario de lo que se cree y esparce aquí los medios de producción están en manos de oligopolios privados y el Estado cuenta bastante poco a la hora de controlarlos. El Grupo Polar, en cabeza del empresario Lorenzo Mendoza, concentra el circuito productivo de alimentos, materias primas y derivados, hasta la cerveza. Es el Estado quien, a través de los dólares provenientes en un 95 por ciento de la exportación de petróleo caída en sus ingresos de forma dramática, surte a esa corporación, y a las tribus de una burguesía realmente parasitaria, con los bolívares que deberían alcanzar para abastecer al pueblo a precios regulados oficialmente. Casi nada de eso sucede, el sector privado amarroca, restringe la oferta, los productos básicos se acaban a horas o menos de llegar a los centros de expendio, el mercado negro florece a todo nivel y sectores de la propia población se pliegan a la movida en el fenómeno conocido como “bachaqueo”, en alusión a una hormiga culona que arrasa con lo que venga, proveyéndose incluso de más de lo que necesita para después venderlo a tres o cuatro veces el precio original fijado por el gobierno. Una sociedad del rebusque, prácticamente, con una tradición de cultura rentística de enorme fortaleza. Lo que discuten con salvajismo sus clases dominantes es justa y simplemente la reapropiación de la renta petrolera, por más que el derrumbe de los precios del barril debería plantearles el rediseño productivo de la economía. El chavismo no pudo o no supo concretarlo mientras saldaba, nada más y nada menos, la deuda social con los postergados.

Anteanoche, Maduro aludió al tema de modo tangencial, sobre el cierre de su intervención, y lo planteó como desafío prioritario. Lo anterior lleva a interrogarse sobre los grados alcanzados en la conciencia popular tras haberse quedado sin un líder de la magnitud incomparable de Chávez, que tenía bien cortitos a los dueños de la especulación. De hecho, las masas que lo repusieron en el poder tras el golpe de 2002 afrontaban una situación de carencias análoga a la de ahora. También se habían vaciado las góndolas, pero salieron en defensa del hombre que jamás traicionó a su pueblo. El que les explicaba con lujo de detalles quién era el enemigo, cuál futuro se intentaba construir y qué pasos concretos estaban dándose.

Más luego, deriva la incógnita sobre si este proceso limitado por las formas demoliberales tiene buen destino en caso de no radicalizar algunos de sus procedimientos. Maduro se caracterizó por amenazar y no ejecutar acciones directas contra esa guerra económica desatada por unos núcleos privilegiados de la cultura rentística. Tal ausencia de enjundia es admitida, en voz baja, por referentes y simpatizantes del oficialismo. Está claro que ya no alcanza con echarle la culpa al imperialismo si falta leche, arroz, pañales, huevos, papel higiénico. El gobierno apeló a la responsabilidad de los empresarios con mucha paciencia, se diría que demasiada, y abrió también la pregunta, en el propio chavismo, de a cuál burguesía se dirige. Aquí no hay eso, en términos de quienes inviertan en el país más allá de sus apetitos patronales. Desde ya que hay ejemplos demostrativos del abuso liso y llano para perjudicar a los sectores populares, como el hecho de que falta leche bien que no sus derivados. Hay

yogur, cremas, queso. Sobra el pan y falta harina para hacer arepas. Y la lista sigue, pero tanto, o casi, como las severas insuficiencias de los administradores del llamado poder popular, en las comunas, en el abajo y en el arriba, en el gerenciamiento de los locales a precios subsidiados en una economía que importa alrededor de la mitad de lo que consume. Faltan productos básicos en lugares que quedan a metros de otros en los que sí los hay y, desde ya, una vez que se llegó al final de la cola y no quedó nada, se acabó el partido y a comprar en el mercado negro. Es comprensible. ¿A quién se le ocurre que no concluye en desgastar a cualquiera levantarse todos los días para saber que le esperan carencias múltiples y colas inútiles? Aun así, y gracias a las conquistas insólitas que consiguió Chávez en un país acostumbrado históricamente a la exclusión de sus inmensas mayorías, ni el más furibundo o casi de los denominados escuálidos así se les llama a los opositores dice que hay hambre. Más todavía, la educación y salud públicas registran adelantos fenomenales, en cotejo con lo acostumbrado antes de Chávez. Y la construcción de viviendas fue y hasta sigue siendo un tractor de la economía, siempre a cargo del Estado. Mucha de esa gente votó este domingo en contra del gobierno antes que a favor de una oposición mamarrachesca en su estatura ideológica, intelectual e incluso política, aunque claro que no en su tamaño destructivo. Chávez le proporcionaba a ese pueblo una épica, una disputa de presente y futuro, un sentido de afrontar con optimismo obstáculos cansadores. Esa idea de progreso que hoy, como nos dijo una diputada del oficialismo, entró en un bache. Aquí lo central no está dado por las persecuciones políticas que denuncia la campaña mediática internacional, con mentiras infames que ocultan el activismo de Washington, ni por amenazas a la libertad de prensa aun más ridículas que las imputadas en Argentina.

Debe subrayarse la limpieza sobresaliente de las elecciones, otra vez contra todos los pronósticos y juego sucio de la oposición. Una mayoría contundente de venezolanos resolvió castigar y ver qué pasa, quizá en iguales proporciones. La derecha tendrá que demostrar con sus movimientos, no sólo parlamentarios, si dispone de la altura patriótica que tanto menta o si persigue el único objetivo de acabar con el gobierno a como sea. Reto para ingenuos. El negocio de la oposición era apoyarse en el fraude, pudrirla en las calles, agitar contra “el régimen”, y no la salida electoral. Luis Britto García, intelectual, abogado y escritor venezolano, hombre de izquierdas que naturalmente apoya al chavismo pero con fuerte pensamiento crítico respecto de los últimos años del proceso bolivariano (le otorga un papel importantísimo a la corrupción de su burocracia), ya había advertido que la oposición podrá intentar un golpe a la paraguaya de obtener la mayoría. Pero también es cierto que resulta muy apresurado asimilar la derrota electoral del gobierno a una pérdida definitiva del chavismo como identidad política de una porción sustantiva de los venezolanos. Una identidad de la que la oposición carece.

Como en Argentina y otra vez reiterado, el golpe es duro para los que expresaron y cumplieron cambios reales, con todos sus errores y contradicciones, objetivas y subjetivas. Lo que de ningún modo varía es que el piso y ampliación de derechos sociales siguen teniendo a quienes los defienden con una presencia relevante. La derecha de siempre, con ropajes iguales o diferentes, la tenía fácil hasta el surgimiento de movimientos y expresiones novedosos, con vocación de poder. Ya no, aunque gane elecciones por vía democrática.

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