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El mundo|Viernes, 18 de diciembre de 2015
Apoyo de la izquierda y un fallo favorable para Dilma en Brasil

El Planalto respira aliviado

El Supremo Tribunal Federal dio la razón al gobierno sobre cómo será tramitado el impeachment en el Congreso y dejó sin efecto maniobras de Eduardo Cunha para forzar la destitución de Dilma, quien recibió a Boff y Stedile.

Por Darío Pignotti
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Dilma recibió el apoyo de dirigentes e intelectuales de izquierda ayer en Brasilia.

Alivio en el Palacio del Planalto. Allí la presidenta Dilma Rousseff recibió ayer el respaldo de dirigentes de izquierda, organizaciones sociales e intelectuales, encabezados por el líder de los campesinos sin tierra Joao Pedro Stédile y teólogo Leonardo Boff. “Venimos a hacer público nuestro repudio al intento de golpe impuesto por (titular de Diputados) Eduardo Cunha”, señala el documento firmado por el Frente Brasil Popular. “Las calles serán decisivas para parar lo que nosotros llamamos golpe a la democracia”, reforzó la presidenta de la Unión Nacional de Estudiantes, Carina Vitral Costa cerca de las 14 horas en el Planalto cuando comenzaba la sesión del Supremo Tribunal Federal que dio la razón al gobierno sobre como será tramitado el impeachment en el Congreso y dejó sin efecto maniobras de Eduardo Cunha para forzar la destitución de Dilma.

Algunos militantes aparentaban estar mal dormidos pero reconfortados después de las movilizaciones en defensa de la democracia realizadas en la noche del miércoles, que reunieron a más de 200 mil personas en todo el país frente las 83.000 que el domingo salieron a gritar “Fuera Dilma” y “Fuerzas Armadas Ya”, según las cifras del informativo central de la TV Globo. La encuestadora del diario Folha comparó las marchas en San Pablo donde hubo 55.000 militantes por la democracia antes de ayer y 40.000 por la caída del gobierno el domingo. La disputa por la calle comienza a revertirse: después de tres concentraciones multitudinarias en marzo, abril y agosto las clases medias antipetistas perdieron mística debido al desgaste, a su falta de hábitos políticos y al desengaño con su dirigencia. La clase jurídica, al igual que la política, no es ajena al comportamiento de la calle. Tal vez haya sido por eso, aunque no sólo por eso, que la mayoría de los 11 jueces del Supremo Tribunal Federal aprobó ayer las tesis defendidas por el gobierno y los partidos aliados sobre como será el “rito” del enjuiciamiento contra Dilma.

Lo central es que el Senado, donde el gobierno cuenta con más apoyo, tendrá la última palabra sobre una eventual separación del cargo de Dilma en caso de que Diputados apruebe el enjuiciamiento. Esta decisión, conmemorada por el Partido de los Trabajadores, configura una derrota para el jefe de la Cámara baja Cunha, del Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Es cierto, como dice el abogado general de la Unión, Luis Inácio Adams, que esta crisis es “artificial” pues se pretende enjuiciar a Dilma por asuntos relativos a la contabilidad del Estado (adelantar dinero para la Bolsa Familia y otros gastos) sin que haya ninguna imputación de crimen político o penal.

Más allá de cual sea su origen la inestabilidad del gobierno es un dato de la realidad como también lo es que nadie sabe si la presidenta logrará finalizar su mandato en 2018. Brasil es víctima de una crisis fabricada por dirigentes que meses atrás lucían rutilantes, pero cuyas máscaras comenzaron a caer.

Como ocurre especialmente con Eduardo Cunha, actor fundamental del poliedro golpista del que también son parte el vicepresidente Michel Temer del PMDB, los socialdemócratas Fernando Henrique Cardoso y Aécio Neves, y Paulo Skaf, jefe de la Federación de Industrias de San Pablo (Fiesp).

En febrero pasado, el recién electo presidente de la Cámara de Diputados Cunha era elevado al grado de estrella política ascendente por el diario O Globo. Ese matutino de Río de Janeiro y los de San Pablo proyectaron nacionalmente la imagen del parlamentario carioca que en los años 90 fue tropa del presidente Fernando Collor de Mello, que renunció dos años después de asumir.

Con su verbo moralizante, evangélico, Cunha conducía las sesiones del Congreso apoyado en centenas de diputados, algunos incondicionales, que llegaron a definirlo como el “salvador de la patria” ante la “cubanización” conducida por Dilma y el PT. Otros legisladores con espíritu de cuerpo (mafioso) lo llamaban “el jefe”. Transcurridos diez meses de esa pantomima hoy Cunha es el personaje más repudiado en las encuestas, con 81 por ciento de rechazo según los sondeos de Datafolha en los que Dilma tiene el 70 por ciento de imagen negativa.

Cunha fue el más político hostilizado en las marchas por la democracia como las del miércoles pasado mientras en los actos golpistas nadie lo reivindica. Existen tantas evidencias sobre el cobro de sobornos y lavado de dinero que la Corte ordenó esta semana el allanamiento de sus residencias, donde estaciona sus tres Porsches.

Es tal el desgaste de Cunha que los socialdemócratas de Cardoso y el ex candidato presidencial Neves ahora aseguran nunca haber sido sus socios. Ayer el Supremo Tribunal Federal anunció que en febrero analizará la propuesta de la Procuraduría que Cunha sea separado de la presidencia de la Cámara y se le quite el fuero. La pérdida de poder de Cunha se confirmó en dos editoriales recientes de los diarios O Globo y Folha, que piden su cabeza, para salvar el plan golpista.

Ya prácticamente nadie ve al enemigo más duro de Dilma como el “salvador de la patria” y algunos en el Congreso y las marchas comienzan a llamarlo “achacador”, cuya adaptación libre al español sería “truhán”, “embaucador”, “timador”.

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