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El mundo|Sábado, 26 de diciembre de 2015
El gobierno de Hollande adopta medidas conservadoras con la mira puesta en las presidenciales de 2017

El PS francés busca votos por derecha

Hollande decidió incluir en la reforma constitucional una de las medidas más defendidas por la extrema derecha: el retiro de la nacionalidad a los nacidos en Francia y con doble nacionalidad que hayan sido condenados por terrorismo.

Por Eduardo Febbro
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Hollande adapta al Estado ante la amenaza del Estado Islámico y reconfigura las alianzas políticas.

Página/12 En Francia

Desde París

España reconfigura su sistema político por el centro y la izquierda, con Podemos y Ciudadanos, Francia lo hace por la derecha, empujada por el acoso de la extrema derecha del Frente Nacional. El resultado histórico de las últimas elecciones regionales del mes de diciembre forzó una recomposición global que apunta a plasmar una oferta política muy distinta a la de hoy. Los años en los que se hablaba de una gran coalición compuesta por la “izquierda plural” aparecen hoy como un cuento de hadas. El presidente francés, François Hollande, y su primer ministro, Manuel Valls, han puesto el timón hacia la derecha con el rumbo fijado en las elecciones presidenciales del 2017. Se trata de evitar una doble catástrofe: que la segunda vuelta de la consulta presidencial se juegue entre un candidato de la derecha y Marine Le Pen, la líder del ultraderechista Frente Nacional, o entre ella y un eventual socialista.

Las elecciones regionales fueron el detonador final de una reconstrucción de las propuestas políticas que lleva mucho tiempo dando vueltas y cuyo contenido también estaba verbalizado con la ya famosa frase que Valls pronunció en 2014: “la izquierda puede morir”. La izquierda está, de hecho, en un estado crítico. Los sucesivos fracasos electorales del Partido Socialista no beneficiaron a la izquierda de la izquierda sino a la extrema derecha. Más aún, la estrategia de hiper derechización aplicada por el ex presidente francés, Nicolas Sarkozy, tampoco tuvo éxito. Su partido, Los Republicanos, sólo ganó las elecciones regionales porque el jefe del Ejecutivo llamó a sus candidatos a retirarse y a sus electores a votar por la oposición allí donde la extrema derecha tuviese posibilidades de triunfar.

A partir de ese momento, las placas empezaron a moverse hacia una suerte de “pacto republicano” del que parecen excluidas las demás propuestas de la izquierda, es decir, “una alianza popular”, una federación de “la izquierda republicana” o una “coalición de transformación”. Antes de que la plasmara en los hechos el mismo jefe del Estado, la línea la fijó, una vez más, Manuel Valls: “a partir del elevado nivel del Frente Nacional, todos deberán reflexionar sobre la forma en cómo la derecha y la izquierda pueden trabajar juntas”. El acto más fuerte de esa recomposición lo asumió François Hollande: en contra de lo que se esperaba, de los principios básicos de la misma izquierda y de uno de los valores más fuertes de la República, el derecho de suelo, el mandatario decidió incluir en la reforma de la Carta Magna una de las medidas más defendidas de la extrema derecha: el retiro de la nacionalidad a los franceses, nacidos en Francia y con doble nacionalidad que hayan sido condenados por actos de terrorismo. La propuesta de revisión constitucional incluye también el Estado de Excepción y debe ser aprobada a partir del mes de febrero de 2016. Sin dudas, no le faltará mayoría ya que se trata de una propuesta de carácter histórico de la derecha y ultraderecha.

En resumen, entre los atentados contra el semanario Charlie Hebdo de enero, la ola de asesinados perpetrada en París en noviembre de este año y el continuo auge de la extrema derecha, el socialismo optó por una visión electoralista de la democracia. Hollande adaptó al Estado ante la amenaza del Estado Islámico –con la reforma de la Carta Magna– y reconfigura las alianzas políticas con la doble presión del IE y el Frente Nacional.

El eurodiputado y líder del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, consideró que se trataba de un “atentado contra la identidad nacional”. Con la franqueza que la caracteriza, Marine Le Pen dijo que esta era “la primera consecuencia” del voto masivo (6,8 millones) que el Frente Nacional obtuvo en las elecciones regionales. En una columna publicada por el vespertino Le Monde, el economista Thomas Piketty, autor del mundialmente célebre El Capital en el Siglo XXI, escribió que “a la incompetencia económica, ahora el gobierno agrega la infamia”. La prensa europea también se mostró muy crítica con el Presidente. Hasta un diario liberal como el Wall Street Journal escribió que Francia se vio forzada a “reconsiderar los principios que sostienen su identidad nacional”. Mucho más provocador, el diario comunista italiano Il Manifiesto llamó al presidente “François Le Pen”. François Hollande, parece, en realidad, un dirigente sin ninguna identidad política, coleccionista de promesas incumplidas, gestor al día al día de los asuntos del Estado sin ningún principio fundamental. El presidente y su primer ministro juegan a descomponer a una derecha todavía cautiva de Nicolas Sarkozy pero profundamente fraccionada. Hollande les ocupa el lugar y, con ello, se perfila un claro rediseño del escenario político francés donde la izquierda sería como un cadáver humeante y la posible mayoría una alianza entre conservadores moderados, centristas, ecologistas calmados y socialistas liberales. Esa es la gran idea de Valls. Su propósito final consiste en arrancar la rosa del jardín socialista y conducir al PS hacia un destino social liberal no muy distinto a la coloratura de mandato actual de Hollande. “Sabemos bien que hemos llegado al final de algo, tal vez al final de un ciclo histórico para nuestro partido”, había dicho Valls en 2014. Si no se llegó todavía, la pareja Valls y Hollande se encargarán de precipitar el final del ciclo. El hombre que se hizo elegir en 2012 con el argumento “mi enemigo es la finanza” habrá terminado por hacer de ese “enemigo” su eficiente aliado.

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