Imprimir|Regresar a la nota
El mundo|Martes, 2 de febrero de 2016
Un recorrido por elecciones que marcan la historia de EE.UU.

El gran espectáculo electoral

No hay elecciones en el mundo como la estadounidense: ninguna dura tanto, cuesta tanto o se presta a semejante circo mediático. Ayer en Iowa arrancaron las primarias que definirán los candidatos presidenciales de noviembre.

Por Rupert Cornwell *
/fotos/20160202/notas/na20fo01.jpg
En Iowa, estado del Medio Oeste, rural y mayoritariamente blanco, comenzaron las primarias.

No hay ningún negocio como el negocio del espectáculo, y no hay elecciones en el mundo como una elección presidencial estadounidense. Ninguna dura tanto, cerca de dos años. Ninguna cuesta tanto (arriba de 4 mil millones de dólares, es lo que se estima para la campaña de 2016). Nada puede ser tan inspirador (Barack Obama en 2008), y ninguna se presta tanto al circo mediático. Y ninguna es tan capaz de hacer surgir sorpresas –incluso antes de que un solo voto sea emitido–.

En términos de resultados, la mayor sorpresa, sin lugar a dudas, fue la victoria de Harry Truman en 1948, inmortalizada por la foto del presidente reelecto sosteniendo en alto el Chicago Daily Tribune con su titular proclamando la victoria de su rival republicano Thomas Dewey. Las encuestas lo mostraban a Dewey con una cómoda ventaja. Pero la campaña arrolladora e implacable de Truman, combinada con la complacencia de Dewey, produjo una sorpresa para la historia.

Etapas anteriores del proceso pueden producir choques igualmente sísmicos –ninguno mayor que en New Hampshire en 1968–. Hasta entonces se asumió que Lyndon Johnson buscaría un segundo mandato. Pero la primera primaria de la nación, como es frecuente, dio vuelta todas las expectativas. El quijotesco senador de Minnesota, el senador Eugene McCarthy, haciendo campaña en contra de la guerra de Vietnam, se quedó a siete puntos de la victoria sobre Johnson, en esa etapa un candidato que no figuraba en las boletas. Rápidamente, Robert Kennedy anunció que él también buscaría la nominación demócrata, y el 31 de marzo 1968 LBJ declaró que no se presentaría a la reelección. Ese fue el escenario montado para el año más tumultuoso en la historia moderna de Estados Unidos.

McCarthy era, por supuesto, un advenedizo, que se benefició con la gran duración del proceso. Obama fue otro. Pocos le daban alguna oportunidad contra la poderosa máquina de Clinton cuando declaró su candidatura, en febrero de 2007. Pero una campaña magníficamente ejecutada mermó la temprana ventaja masiva de Hillary Clinton en las encuestas. Obama ganó los caucus de Iowa, ese inicio de la temporada de primarias, y Clinton nunca más lo alcanzó.

El sistema electoral de Estados Unidos es de voto indirecto, por lo tanto hace la vida muy difícil para los candidatos de terceros partidos, salvo que tengan una base regional sólida. Sin embargo, pueden causar estragos –nunca más que en 1912, cuando el ex presidente Theodore Roosevelt se postuló contra el titular William Howard Taft, dividiendo el voto republicano y entregando a Woodrow Wilson una rotunda victoria en el colegio electoral, a pesar de que Wilson ganó sólo el 42 por ciento del voto popular–.

Algo similar ocurrió en 1992, cuando el empresario texano multimillonario Ross Perot llevó a su nuevo Partido de la Reforma contra George HW Bush y el candidato demócrata Bill Clinton. Poco después de entrar en la carrera, Perot lideró las encuestas. Luego se retiró, sólo para reincorporarse a la competencia después de que percibió un desdén de Bush.

A pesar de sus excentricidades, Perot ganó el 18 por ciento de los votos, la demostración más fuerte de un candidato de un tercer partido desde 1912. Sin una base regional, no llevó a un solo Estado y por lo tanto no ganó ni un voto en el colegio electoral. Pero bien podría haber tenido suficiente apoyo de Bush para entregarle la victoria a Clinton. Pero los acontecimientos de 1992 palidecen al lado de lo que pasó ocho años más tarde. La elección de 2000, con el demócrata Al Gore, el vicepresidente titular, y el mayor de los hijos de Bush, George W., también tuvieron un tercer candidato, Ralph Nader del Partido Verde. La campaña de elecciones generales en sí fue desesperadamente tediosa. Todo el mundo esperaba que el resultado estuviera cerca, pero a pocos parecía importarle mucho quién ganó. Excepto que el martes 7 de noviembre de 2000, ninguno de los candidatos ganó.

Estados Unidos ha visto un montón de elecciones ajustadas: Kennedy / Nixon Nixon / Humphrey en 1960, Carter / Ford en 1976, por ejemplo. Pero nada se compara a la del 2000, que giraba en torno de los resultados en disputa en Florida –aunque Nader no había obtenido el 2,7 por ciento de la votación nacional, Gore probablemente habría ganado la Casa Blanca, independientemente de Florida–.

Una batalla brutal entre los equipos jurídicos de Bush y Gore se prolongó durante cinco semanas. Sólo cuando la mayoría conservadora en la Corte Suprema detuvo un recuento de todo el estado, Bush fue declarado ganador, por un margen de 537 votos. Pero hasta hoy, nadie sabe a ciencia cierta quién ganó realmente en Florida.

Por último, puede haber diversión antes de que se emita un solo voto. La contienda de Obama / Romney en 2012, en última instancia resultó bastante rutinaria –pero no antes de que algunos precandidatos republicanos como el magnate de la pizza Herman Caín dejaran su bizarra, aunque efímera, marca en el litigio–.

Y así, ahora el año 2016. Aunque la votación primaria arroje ganadores claros, el espectáculo previo al partido ha sido uno que pasará a la historia. Hillary luchando contra un autoproclamado socialista; el santo Ben Carson, un ex neurocirujano de profesión; y por supuesto el absurdo Donald Trump, desafiando todas las leyes de la política convencional. Sólo sucede en Estados Unidos.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.