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El mundo|Sábado, 13 de marzo de 2004
OPINION

El autoritarismo no es la solución al terrorismo

Por Robin Cook *

Es la repentina y arbitraria naturaleza de la muerte causada por las bombas terroristas lo que inspira la aprensión internacional. Las víctimas inocentes que viajaban en trenes suburbanos en Madrid no hicieron nada para provocar su asesinato, ni tampoco hubieran podido hacer nada, conscientemente, para salvarse. Las dimensiones de la carnicería son apabullantes. Sin embargo, la resonancia que ha tenido el ataque en toda Europa no viene de la cifra de víctimas, sino de la identificación con la actividad ordinaria en que se ocupaban los afectados en el momento en que fueron atacados. Como millones de personas en todo el continente, realizaban su trayecto de rutina hacia el lugar de trabajo, sin razones para sospechar que sería el último. El terrorismo es aterrador precisamente por la forma impredecible y al azar en la cual selecciona a sus víctimas de entre el público.
Al mismo tiempo, nos sorprende por el sinsentido de la destrucción y el profundo dolor que deja tras de sí. Familias que pierden a sus padres. Niños que pierden a sus madres. Dentro de varias décadas, cuando el resto de nosotros haya olvidado las bombas en los trenes de Madrid, muchas personas en España vivirán con el trauma de la pérdida inesperada de la persona más importante de su vida, y otras aún llevarán las cicatrices de sus heridas. Al momento en que escribí estas líneas no había certeza de cuál fue la organización que planeó esta atrocidad. Pero sí quedaba clara una perturbadora conclusión: si la red Al-Qaida no fue la autora de esta operación, es un hecho que ha establecido un estándar al que ahora aspiran otras organizaciones terroristas.
ETA, en su mayor parte, ha encaminado su energía asesina hacia objetivos políticos específicos y en años recientes ha disminuido la dimensión y la intensidad de sus operaciones. Pero si acaso ETA o cualquier ala juvenil del grupo ha adoptado ya el sello de Al-Qaida de perpetrar ataques simultáneos y espectaculares, entonces somos testigos de una alarmante escalada en la violencia terrorista. El empecinado desprecio que Al-Qaida siente por la vida humana y su perversa tendencia a medir el éxito de sus operaciones según el número de muertes provocadas parece haber infectado a otros grupos terroristas.
Ante tan incomprensible violencia deliberada, las personas racionales preguntan “¿por qué?”, sin esperar realmente una respuesta. Pero al menos podemos responder a la pregunta “¿por qué ahora?”. Los ataques en Madrid ocurrieron a sólo tres días de la elección general en España y claramente tenían la intención de perturbarla. Pero esto vuelve aún más confuso cualquier intento de comprender la ganancia que los atacantes pretendían obtener con semejante asesinato masivo. El resultado más probable es que habrá aún más electores indignados, decididos a no permitir que los terroristas socaven la democracia que se logró venciendo a los fascistas, algo que recuerda la mayoría de los españoles.
La verdadera amenaza que el terrorismo implica para la democracia no es que disuada a la población de participar en elecciones, sino que nos hará lanzarnos en estampida a renunciar a libertades y derechos legales que son inherentes a la democracia. El susurro insidioso del autoritarismo a lo largo de la historia sugiere que los procesos democráticos son ineficientes y que son un lujo que no nos podemos dar, de cara a la violencia. En la realidad, las sociedades democráticas han demostrado ser más fuertes, y no más frágiles, ante las amenazas porque existe una determinación común de tener éxito en una causa compartida. Es muy instructivo el hecho de que en la lucha contra Hitler Gran Bretaña logró movilizar más a su población mediante el proceso parlamentario que la Alemania nazi con su totalitarismo inamovible.
Ningún ciudadano cuerdo objetaría, en las actuales circunstancias, que las agencias de seguridad realizaran un esfuerzo intenso por obtener información de inteligencia que pudiera frustrar un ataque terrorista.Tampoco se opondría a una vigorosa acción policial contra todos los que realmente están planeando asesinatos masivos. Pero debemos cuidarnos de responder al terrorismo en forma tal que fracture la cohesión de nuestra sociedad, que enajene a algunos de sus miembros por una causa común.
* Ex ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña. El año pasado renunció a su cargo como presidente de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país dio a la guerra contra Irak.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Gabriela Fonseca.

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