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El mundo|Domingo, 28 de marzo de 2004
OPINION
JOHN KERRY DEBE ELEGIR EL COMPAÑERO DE FORMULA MENOS PELIGROSO

Todos los traidores del presidente

John Kerry arrasó en las primarias. Y, en EE.UU., es un candidato progresista.
Tiene, así, la cancha libre para elegir a su compañero de fórmula. Pero ese compañero es tradicionalmente un traidor, un tonto o un mero auxiliar. Y en esta decisión se cifra el próximo peligro del nuevo JFK.

Por Claudio Uriarte
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El nuevo JFK arrasó en todos los estados y tiene la cancha libre para elegir a su socio.
Y ese es su peligro.
“El Gran Hombre no es nunca el Gran Hombre para el ayuda de cámara, pero eso no es porque el Gran Hombre no sea el Gran Hombre, sino porque el ayuda de cámara es el ayuda de cámara.”
G. W. F. Hegel


Estructuralmente, el Nº 2 es el traidor natural N° 1 del número 1. Qué pena, ¿no? En un mundo idílico, uno se imaginaría al N°2 trabajando y aprendiendo fielmente del N° 1, ayudándolo con las tareas que tiene que realizar. Pero, chicos, ya hace muchos siglos que Thomas Hobbes advirtió que “la vida es corta, desagradable y brutal”, y no hay razones sustantivas, más allá de una elevación general del nivel de vida, que alteren la esencia pesimista de ese diagnóstico. El N° 2, para haber llegado a esa posición, debe ser naturalmente un hombre habilidoso y ambicioso. A medida que el N°1 le revela los arcanos del poder, y que el propio N°2 se va dando cuenta de los arcanos, de las debilidades y fallas de su propio N°1, sería inhumano, demasiado inhumano, que en algún momento no se formulara la pregunta: “¿Y por qué yo no podría ejercer su poder, ocupar su despacho, cobrar su salario, disfrutar de sus privilegios, disponer de sus amantes, beneficiarme –incluso– de sus potenciales corruptelas financieras?”. Es un mundo feo, ya se sabe.
Esta especulación, que es común en la penúltima sección de un polvoriento diario de provincias, aumenta exponencialmente cuando los puestos del N°1 y el N°2 corresponden nada menos que a la presidencia y la vicepresidencia de EE.UU., las posiciones políticas y militares más poderosas de la Tierra. Significativamente, John Kerry, el favorito demócrata para suceder a George W. Bush, ha demorado muchísimo tiempo el anuncio del nombre de su running mate, de su compañero de fórmula. Eso, en parte, se desprendió del inusual ajedrez de las primarias demócratas, donde resultó que Kerry, el progre bostoniano y aristócrata de Massachusetts, ganó en todas las regiones del país, con las solitarias excepciones del general retirado Wesley Clark en Oklahoma, del senador John Edwards en su estado nativo de Carolina del Sur y del excéntrico e impredecible Howard Dean en el estado hippesco de Vermont del que había sido gobernador. La lógica decía que si Edwards o Clark se alzaban con el sur –más conservador, más religioso–, Kerry iba a tener que llevar a alguno de ellos como candidato a VP para aferrar votos en una región conocida como Bushlandia. Pero eso no ocurrió: Edwards es un populista enriquecido con la industria del juicio que se atreve a hablar de sus orígenes humildes, pero a quien usted no se animaría a comprarle un auto O kilómetro; Clark, un buen general, se las arregló para quedar mal con el ejército burocrático de la época de Bill Clinton al insistir en que había que mandar infantería a Kosovo –y luego a quedar mal con el Pentágono de Donald Rumsfeld al insistir en que había que mandar aún más infantería a Irak–; no puede arrastrar el importante voto militar –unos 4 millones de hombres– y, de todos modos, la combinación del ex teniente de Marina John Kerry y el ex general de ejército Wesley Clark en la guerra de Vietnam volcaría demasiado la elección a una prioridad de seguridad nacional que no es la de los votantes. Agotando la lista, Bill Richardson, que pese a su nombre es un hispano que gobierna Nuevo Mexico y fue secretario de Energía de Bill Clinton, ya ha dicho que no está interesado en integrar el ticket.
¿La historia norteamericana de los últimos 50 años provee algún indicio? Sí, pero, como el del oráculo, no demasiado explícito. Dwight Eisenhower despreciaba a Richard Nixon, pero Dwight Einsehower era el Señor Segunda Guerra Mundial, y Nixon, el muchacho de los mandados sucios en la Cámara de Representantes. Con John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson pasaba algo parecido, pero la muñeca del texano en la Cámara era algo difícil de igualar. La asociación de LBJ con Hubert Hum- phrey fue atípica en estesentido: habiendo pasado a la historia como los villanos de la guerra imperialista desatada por JFK en Vietnam, impulsaron la política interna más progresista (integración racial, cuotas laborales, obligación de mezclas raciales en los transportes colectivos, subsidios a las minorías, apoyo al alquiler de viviendas, etc.) que Norteamérica ha conocido jamás, antes y después. Con Nixon se dio la regla clásica: de Spiro Agnew, su primer vicepresidente, bromeaba que “es mi seguro de vida: quién va a querer matarme si sabe que Agnew está en la línea de sucesión”, y de su segundo, Gerald Ford, el chiste popular (un poco injusto, pero en esa época se decían esas cosas) sostenía que era incapaz de caminar y mascar chicle al mismo tiempo. Walter Mondale, el vicepresidente de Jimmy Carter, era un burocrático oficinista de contactos sindicales con cara de torta mal horneada que jamás logró ganar una elección importante. George W. H. Bush padre ganó la vicecandidatura de Ronald Reagan porque éste quiso unir al nuevo populismo republicano nacionalista de la Costa Oeste con el tradicional “republicanismo a la Rockefeller” de la Costa Este, pero la presidencia que heredó de los años de boom económico del “Great Comunicator” fue una colección de vacilaciones inconexas y fracaso económico que terminó en un debate televisado con Bill Clinton donde miraba nerviosamente su Patek Phillipe para ver cuándo terminaba la tortura. Dan Quayle, VP de Bush, no sólo evadió Vietnam, sino que corrigió incorrectamente la grafía de la palabra “papa” en el pizarrón de una escuela primaria. Al Gore, Nº 2 de Clinton, fue una extraña mezcla de washingtoniano distante y burocrático con mitómano, capaz de sostener que él había inventado la Internet y que la película Love Story había estado basada en su romance con su esposa Tipper (sin final tuberculósico, finalmente). Además, y con la economía más brillante de la historia, se las arregló para sacar contra George W. Bush una ventaja tan baja que pudo ser defenestrado por un golpe de Estado de una Corte Suprema de Justicia de mayoría conservadora. En cuanto a George W., nunca tuvo que preocuparse por su vicepresidente: con cuatro bypasses y una afición desmesurada a la panceta, los huevos fritos, las salchichas y las hamburguesas, ya ha tenido la prudencia de anunciar que no aspira a la presidencia.
De esto quedan dos cosas claras. La primera: el N° 2 es usualmente un imbécil inofensivo, que a lo sumo puede ser un buen auxiliar pero nunca un competidor serio. Pero hay una segunda conclusión preocupante: Kerry, de ganar, sería el primero en hacerlo viniendo del norte, de Nueva Inglaterra, y de lo que los americanos llaman liberals, queriendo decir propgresistas y grandes gastadores. Kerry, de hecho, tiene un registro de votos en el Senado que está a la izquierda de Teddy Kennedy, la bestia negra de los conservadores. El enigma de las semanas que vienen es saber qué traidor elegirá para que pueda emplear y coartar su traición.

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