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El mundo|Domingo, 31 de octubre de 2004

Reclutando esperanzas y votos en la desesperanza

Florida, que decidió de modo fraudulento la elección de Bush en 2000, puede volver a hacerlo ahora. Para evitarlo, los demócratas han realizado una campaña de reclutamiento entre los más pobres, que usualmente no votan.

Por Eduardo Febbro
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Voluntarios de Kerry recorren las calles de Miami con carteles en castellano e inglés.
Los demócratas están persuadidos de que la única manera en que Bush puede ganar es haciendo trampa.
Página/12
en EE.UU.
Desde Palm Beach, Florida

Los 22 viajes que el equipo de John Kerry realizó en Florida parecen dar sus frutos. Hace una semana, el presidente saliente George W. Bush aventajaba al senador demócrata por varios puntos. Ahora, un último sondeo muestra un cambio de rumbo en la tendencia. Kerry, que hizo no menos de 10 desplazamientos dentro del Estado en el curso de los últimos días, supera a Bush, especialmente en los sectores en donde concentró sus esfuerzos, es decir, los electores jóvenes, los afroamericanos y los hispanos. Justamente los hispanos son los que le han dado más intenciones de voto porque, según analiza el politólogo Gustavo Guerrero, la comunidad hispánica fue más sensible “al mensaje social de John Kerry”. Guerrero señala que se ha producido “un cambio importante. Bush perdió muchos puntos en el electorado hispánico, especialmente en el sur de Florida y entre los cubanos norteamericanos”.
Nada dice que esas nuevas tendencias despejen la situación en el seno de un Estado que, cuatro años después de la elección de Bush, no ha superado el trauma del fiasco electoral que llevó a la Casa Blanca al candidato republicano. En Palm Beach, el recuerdo aún trae sabores amargos. La sede administrativa del Estado ha conservado los fantasmas de aquellos históricos días durante los cuales la Comisión Electoral, compuesta por los jueces Charles Burton, Carol Roberts y Teresa LePore, contaba una y mil veces los votos dudosos. La Corte Suprema interrumpió finalmente el recuento de las papeletas y, el 27 de noviembre del 2000, Bush fue designado presidente por 537 votos. “Nos ha quedado un traumatismo similar al que dejan las guerras”, reconoce bajo el anonimato un empleado de la administración local. Las heridas no se han cerrado en lo más mínimo, y los últimos escándalos –desaparición de 58.000 formularios de voto en una localidad altamente demócrata del Estado y 1000 supuestos falsos electores demócratas– no apaciguaron los antagonismos. Los demócratas están convencidos de que la única manera en que Bush puede ganar es “haciendo trampa”, según dice un responsable de este partido. Para ellos, el equipo de Bush ha excluido, de forma premeditada, todo lo que puede ser “negro, marrón, beige, azul y pobre”. Matt Millar, un portavoz de la campaña de Kerry en Florida, afirma que “los republicanos intentan inspirarle miedo a la gente para alejarla de las urnas”. Desde luego, los hombres de Bush exponen las mismas acusaciones. Así, Paul Crespo, el secretario general de la campaña republicana en el Estado, muestra el impacto de una bala en el gran ventanal de la oficina republicana de la calle 42 y la 7. “Y esto no es nada –dice–. Los demócratas arrancan los afiches republicanos de los jardines de las casas e intimidan por teléfono a nuestros electores.”
Andre Fladell, apodado “el príncipe de Palm Beach” debido a su influencia en las esferas demócratas y, sobre todo, por haber presentado una querella judicial para invalidar los formularios de votos “mariposas” empleados en Palm Beach, confiesa que ha perdido muchos amigos. “Lo del 2000 fue una catástrofe. La gente dijo cosas inimaginables aquí. La fractura es insoslayable. Antes, aquí, en Florida, la política era como un juego. Pero eso se acabó.” Teresa LePore también lleva las heridas abiertas, pero por otros motivos. LePore se encargó de supervisar las elecciones del 2000. La gente la detesta, porque fue ella quien imaginó la controvertida boleta de voto apodada “mariposa”, que dio lugar a la confusión. La mujer cometió algunos errores. Cuando se le reprochó el sistema ideado, LePore dijo que esa gente “era cretina”. El escándalo le costó el puesto y no fue reelectaen su cargo. LePore aparece como la culpable de que Bush haya ocupado el sillón presidencial. Hace unas tres semanas, cuando la cifra de muertos norteamericanos en Irak llegó a 1000, la mujer recibió una carta que decía: “Tenés las manos llenas de sangre”.
Odio y más odio. En Liberty City, el gran barrio negro de Miami, la gente “está armada para votar”, dice Jacky, uno de los líderes del movimiento Action Vote. El grupo es en principio apolítico. Su única meta consiste en “seducir a la gente para que vaya a las urnas”. La desconfianza que dejó el 2000 provocó una “ola de escépticos”, dice Hellen, otra militante. Jacky cuenta que “la gente estaba tan decepcionada que nos decía: ¿para qué quiere que vote si nos robaron la última elección? Si ellos nos pueden sacar nuestro voto, no vale la pena insistir”. El trabajo “profundo” realizado en el terreno cambió la opinión del electorado, pero no borró “el asco”, según dice Hellen. La comunidad afronorteamericana de Florida fue la más golpeada por el fiasco. Antes de las elecciones, Jeb Bush, el hermano del presidente y gobernador del Estado, hizo cuanto estuvo a su alcance para evitar que los electores negros fueran a las urnas. Un dato basta para explicar la maniobra: 8 de cada diez electores negros vota demócrata. Nathaniel Wilcox, director de Pulse, la organización defensora de los derechos de los negros, insiste en recalcar: “Nadie se olvida aquí de lo que pasó, pero eso no es una garantía de victoria para Kerry”. Wilcox argumenta con razón que las posiciones republicanas a propósito de temas como el aborto, muy sensible en el seno de la comunidad negra, debido a sus valores profundamente arraigados en la familia, pueden incluso traer algunos votos a Bush. La pobreza de Liberty City provoca un nudo en el estómago. “Hemos conseguido movilizar a la gente más que nunca. Los pobres, en este país, no votan. Pero soy optimista. Creo que tantos meses de trabajo, tantas acciones y motivaciones dejarán sus frutos. De pronto, esta vez, los pobres votarán más que nunca”, dice Jacky, con expresión de pastor que espera un milagro del cielo.
No hay sector de la vida social que no tenga un culpable. Los demócratas le reprochan a Jeb Bush haber ayudado al candidato ecologista, Ralph Nader, a conseguir que su candidatura sea validada en Florida. En el 2000, Nader le sacó al candidato demócrata casi 100.000 votos y “el hermano del presidente quiere que las cosas se vuelvan a repetir”, afirma Match Cesar, el abogado y presidente del Partido Demócrata de la localidad de Broward. Es allí donde desaparecieron misteriosamente los 58.000 formularios de voto remitidos por correo hace tres semanas y... que nunca llegaron al buzón de los destinatarios, en un 70 por ciento demócratas. Cesar sigue convencido de que en el 2000 “Jeb Bush robó la elección gracias a la maquinaria administrativa. Y la máquina sigue en funcionamiento”. De aquí a las elecciones, Match duerme con los ojos abiertos. Para el día de la elección, Cesar preparó un “comité” de recepción compuesto por 250 abogados “que van a supervisar el voto y controlar todos los movimientos”. El nuevo sistema de voto basado en las máquinas táctiles no ayuda a calmar el encono de los respectivos militantes. Los republicanos se ríen a carcajadas cuando escuchan a los demócratas decir que todo ha sido nuevamente trucado, que las máquinas de voto están “pinchadas de antemano” y que las administraciones han hecho todo lo posible para frenar el voto de los electores demócratas. “Pavadas, pavadas histéricas”, responde Sid Dinerstein, presidente del Partido Republicano en el condado de Palm Beach. Al igual que otros representantes de Bush en la región, Dinerstein acota que “todos esos abogados, que han puesto por ahí, tienen una sola misión: ¡poner en tela de juicio el resultado de las elecciones una vez que los demócratas comprendan que perdieron!”.
Si uno los toma por separado y se los escucha, se tiene la impresión de que, dentro de algunos días, Florida será el escenario de una cruenta guerra entre “estafados y estafadores”. Los dos campos cuentan sus respectivas posibilidades hasta en los detalles más macabros. Por ejemplo, los huracanes que azotaron el Estado en los últimos meses se han dotado también de una misteriosa fuerza electoral. Mike Rios, presidente del Club de Demócratas de Palm Beach, asegura: “Acá, chico, la gente va a votar republicano porque tiene la ilusión de que, si Bush se queda en la Casa Blanca, su hermano Jeb va a conseguir más fondos para arreglar lo que los huracanes destruyeron”.
Florida está en estado de guerra, traumatizada, invadida por los espectros de lo que se considera como una estafa electoral. “En este Estado se jugó el destino del mundo. Cuatro años después, estamos en la misma situación. ¿Usted se imagina? Unicamente un estado de Norteamérica detenta el secreto del futuro de la humanidad. Hubiese preferido que no fuese así. Es una pena”, dice, con tristeza y humor, Margareth Simpson, una vecina de la calle 7 de Miami. La mujer riega su jardín y a veces, mirando hacia el cielo, ruega: “Que Dios nos ayude a votar por la paz del mundo”.

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