Turquía empezó a ganarse ayer su puesto en Europa con una renuncia. Con la fecha del 3 de octubre de 2005 –de inicio de las negociaciones de adhesión– al alcance de la mano, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan tuvo que aceptar en Bruselas un “procedimiento técnico” por el que reconoce “de facto” y a regañadientes a la República de Chipre. Pero Ankara, según confirmaron fuentes del equipo negociador turco, no establecerá relaciones con el gobierno de Nicosia mientras no se aplique el plan de la ONU para la reunificación de la isla, rechazado en masa por los grecochipriotas hace ocho meses en las urnas.
“Ha sido una noche larga, muy dura”, aseguraba un alto funcionario de la Secretaría de Estado turca para la UE, “pero al final ambas partes hemos conseguido conciliar las posturas; Turquía va a suscribir la Declaración de Ankara (el acuerdo de asociación de 1963 que dio pie a la unión aduanera con la UE en 1986) con los diez Estados de la ampliación, incluido Chipre”. La prensa turca revelaba ayer que, en los momentos más intensos de la negociación, el primer ministro Erdogan tuvo que amenazar con un plante ante la firmeza del presidente de turno europeo, el holandés Jan Peter Balkenende: “Ustedes están eligiendo entre 600.000 grecochipriotas y más de 70 millones de turcos. No tengo nada que reprocharles, pero tampoco puedo explicárselo a mi pueblo”. Antes de poder regresar a Ankara para saborear el éxito de haber abierto a su país las puertas de la UE en sólo dos años –su partido islamista moderado llegó al poder en noviembre de 2002–, tras cuatro decenios de espera jalonados de portazos, Erdogan ha tenido que romper con un verdadero tabú. Estado garante de la independencia –junto con Grecia y Reino Unido–, Turquía ha vivido los conflictos internos de Chipre como una tragedia nacional.
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