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El mundo|Jueves, 5 de mayo de 2005
CASI 70 MUERTOS Y 167 HERIDOS EN OTRA ESCALADA DE VIOLENCIA

Cómo ahogar en sangre al gobierno iraquí

Por Patrick Cockburn*
Desde Bagdad

Un hombre con explosivos adheridos a su cuerpo mató a unas 60 e hirió a 150 personas cuando se hizo estallar en medio de una multitud de jóvenes que hacían cola para entrar a trabajar a la policía en la ciudad kurda de Arbil en el norte de Irak. Los cuerpos ennegrecidos de los muertos estaban desparramados en medio de charcos de sangre frente al centro de reclutamiento mientras las ambulancias y los automóviles privados corrían por las calles transportando a los seriamente heridos a los hospitales. Y otras nueve personas murieron –y 17 fueron heridas– en otro ataque en Bagdad, un día después de la instalación del nuevo gobierno surgido de las elecciones de enero y en expresión de repudio contra él.
Mientras los médicos trataban a los heridos, los parientes conmocionados invadían los hospitales buscando a miembros de sus familias. El personal del hospital usaba altoparlantes para dar el nombre de las víctimas y decir en qué salas se encontraban. Ahmed Mohammed, de 37 años, acababa de llegar a un centro de reclutamiento para buscar un trabajo para su hermano Hawra, que luego se fue en su automóvil. Segundos después, la bomba explotó. Al escuchar la explosión, Hawra regresó inmediatamente y encontró a Ahmed tirado en la calles inconsciente y cubierto de sangre. “Alcé a mi hermano en mis hombros y lo llevé al hospital más cercano”, dijo Hawra. “La sangre en mi camisa es la sangre de mi hermano.”
La ola de bombas en Irak la última semana desató un estado de ánimo de temor y desesperación. Se sabe que por lo menos 200 personas murieron. Mucha gente en Bagdad se está negando a abandonar sus hogares salvo para tareas esenciales porque dicen que caminar o manejar por las calles es muy peligroso. Ghassam Attiyah, un comentador iraquí, dijo en Bagdad ayer: “Irak se está pareciendo cada día más a Bosnia. El centro está volviéndose muy débil. Oficialmente se mantiene la fachada de un Estado unitario pero en la práctica no hay un gobierno efectivo”. Las órdenes de la capital sobre el nombramiento de los funcionarios son a menudo ignoradas. El gobierno despidió al jefe de policía de Najaf, pero él siguió.
La fractura sectaria entre chiítas, sunnitas y kurdos se está profundizando. Attiyah sostuvo: “Las cosas se están poniendo tan mal que si un ministerio designa a un portero chiíta, los kurdos y los sunnitas exigirán que porteros de sus comunidades se paren a su lado”. Arbil, la mayor ciudad kurda, con una población de un millón de personas, estuvo bajo ataque por última vez el 1º de febrero de 2004, cuando dos terroristas suicidas, uno saudita y el otro sirio, usaron la cobertura de un festival para detonarse matando a 117 personas, incluyendo a varios líderes kurdos.
Preguntado la semana pasada por este diario si era posible otro ataque con bombas en Arbil, Karim Sinjari, el ministro de Interior kurdo, dijo que no podía descartar eso porque “los terroristas suicidas son muy difíciles de detener”. Sostuvo que podían venir de las ciudades cercanas de Mosul o Kirkuk, donde hay una guerra latente entre árabes y kurdos porque “no tienen células aquí”. La seguridad alrededor de los edificios públicos en Arbil es muy escasa comparada con la de Bagdad. El ejército de Ansa al Sunna, uno de los mejor organizados y más peligrosos de los grupos de resistencia, declaró anoche que ellos habían llevado a cabo los actos terroristas. En una declaración en Internet, decía: “Esta operación es en respuesta por nuestros hermanos que están siendo torturados en sus prisiones, y en respuesta a las fuerzas infieles de los peshmergas (kurdos) que se rindió a los cruzados y se convirtió en una espina de los musulmanes”. Los cruzados es la palabra usada comúnmente por la resistencia islámica para referirse a EE.UU. y sus aliados.
El humor pesimista en Bagdad viene luego de la euforia exagerada, especialmente en la comunidad chiíta, después de las elecciones de enero cuando los votantes se presentaron a pesar de los ataques con bombas. El abastecimiento de electricidad se redujo a seis horas por día después de la elección, aunque ahora volvió a doce. En marzo las inundaciones provocaron que muchas casas en Bagdad, con su drenaje inadecuado, se inundaran con agua de lluvia mezclada con aguas cloacales. “Mi tía tuvo que abandonar su casa tres días por las inundaciones”, dijo Alí Hussein, un mecánico.
La política es causa de mal humor. Sobre una pared en su negocio donde vende repuestos de automotores, Karim Abdul Bahman al Obeidi, un comerciante, puso un cartel que dice: “Es usted bienvenido, pero por favor no hable de la situación política, sólo conduce a peleas”. Obeidi dice que el principal cambio en su vida desde la caída de Saddam Hussein ha sido la falta de seguridad. Instaló un circuito cerrado de televisión en su casa para estudiar a los visitantes antes de abrir la puerta. En cuanto a la resistencia, dice: “Si el gobierno no la puede quebrar, debería hablar con ella”. Los insurgentes no son populares en Bagdad fuera de las áreas mayormente sunnitas.
Muchos iraquíes dicen que creen que es legítimo atacar a los soldados estadounidenses pero no a la policía o al ejército iraquí. A menudo los reclutas son hombres jóvenes desocupados, dispuestos –como en Arbil–, a esperar afuera de las comisarías durante horas aunque sepan que pueden ser muertos o heridos por un terrorista suicida.
*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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