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El mundo|Martes, 19 de julio de 2005

Lo que hay que saber sobre la guerra
en Irak y el 7-J de Londres

Por Eduardo Febbro
Desde París
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Las tropas británicas están emplazadas al sur de Irak.
La divulgación del Informe del Royal Institute of Internacional Affaires (RIIA) sobre el impacto de la guerra de Irak en la amplificación de las ideas de Al Qaida no constituye un elemento novedoso para quienes vienen investigando desde hace años el comportamiento de “la base” creada por Osama Bin Laden. Según la institución londinense, el conflicto iraquí “dio un impulso a la propaganda, al reclutamiento y a la colecta de fondos de Al Qaida”, al tiempo que “ofreció a los terroristas vinculados a la red terrorista tanto un blanco como un terreno de entrenamiento”. Ese vínculo estrecho entre el terror y la guerra ya había sido destacado en mayo pasado por los 160 policías pertenecientes a 32 países que participaron en París en la conferencia de la asociación internacional de jefes policiales. En el curso de esa reunión, Pierre de Bousquet, jefe de la DST, los servicios de Inteligencia franceses, habló sobre las “nuevas amenazas” y destacó que “los peligros no se suceden sino que se adicionan”. A su vez, el secretario general de la seguridad interior de Francia (CSI), Philippe Massori, advirtió entonces sobre el hecho de que la inestabilidad y la constante “gestación” de la amenaza terrorista están ligadas “a la situación internacional”.
Europa es, en ese contexto de amenaza, un vivero de aspiraciones combatientes. Ali Laïdi, investigador en el Instituto de Relaciones Internacionales y estratégicas (IRIS) y autor del libro La Jihad en Europa, afirma que los verdaderos vectores del terrorismo “son los problemas que los musulmanes enfrentan en el mundo entero, especialmente en Chechenia, Afganistán e Irak. El nudo gordiano es la situación en Palestina”. Este análisis queda corroborado con una de las reivindicaciones de los atentados de Londres formuladas en nombre de Al Qaida: “Nos calmaremos cuando la seguridad sea una realidad en la tierra del Islam y para los musulmanes de Irak, de Afganistán y de Palestina”.
Al Qaida ha demostrado en Gran Bretaña que puede golpear el corazón de una capital europea sirviéndose de otro tipo de protagonista: jóvenes sin historias y sin lazo conocido con los medios radicales. Claude Moniquet, director del Iseisc, un centro de estudios estratégicos de Bélgica, establece un retrato realista de los “nuevos combatientes del Viejo Mundo”. El especialista los define como mucho más jóvenes que sus predecesores –entre 18 y 20 años– y, sobre todo, vírgenes de todo prontuario. Son invisibles a los servicios de inteligencia. Jean François Daguzan, especialista del terrorismo y miembro de la Fundación para la Investigación Estratégica, recuerda que, en los últimos años, tanto Londres como París lograron “desmantelar una decena de grupos que se aprestaban a cometer atentados. Las dos capitales corrían más rápido que los terroristas. Pero ahora hubo un grupo que pasó entre las redes policiales. Es el combate tradicional entre la espada y el escudo”. Gis de Vries, coordinador de la lucha antiterrorista de la Unión Europea, sostiene que ha quedado “claro que Europa ha dejado de ser un teatro de apoyo logístico para los atentados previstos en otras partes. Europa se ha convertido en un blanco en sí misma. Somos conscientes del riesgo de que, algún día, Europa sea el escenario de un ataque con armas no convencionales. Es preciso que la situación en Irak y en Medio Oriente se estabilice. El argumento iraquí torna sensible el discurso de quienes vienen a Europa a reclutar combatientes. Estados Unidos debe asumir su responsabilidad en la resolución de los conflictos regionales que alimentan la guerra santa (Jihad)”. Los expertos europeos en terrorismo y los analistas adelantan dos datos convergentes cuando explican cómo y por qué las redes de los servicios de seguridad fueron permeables: uno, el desmantelamiento del llamado Londonistán, la nebulosa islamista que Gran Bretaña permitió que se instalara en Londres y que, a partir de 2004, empezó a desbaratar; dos, la fractura entre dos corrientes del Islam salafista. Selma Belaala, una investigadora francesa que llevó a cabo un incomparable trabajo en los medios islamistas de Londres, recuerda que la fecha clave es el mes de marzo, cuando Londres cerró la célebre mezquita de Finsbury Park. “A partir de allí, ya nadie supo quién hacía qué. La concentración de los salafistas en la mezquita de Finsbury permitía controlar todos los movimientos. Pero cuando ésta se cerró, el movimiento ultrarradical de los salafistas se volvió invisible.” Londres, en suma, perdió de vista a los radicales que residían en su suelo. Y allí residía el palestino Abu Qatada, considerado como el jefe de Al Qaida en Europa.
Selma Belaala destaca que “nos encontramos en una fase de disidencia: están los salafistas jihadistas que actúan dentro de un marco muy preciso, el de la guerra territorial, y aquellos que buscan extender la Jihad. Los grupos más radicales no ven más la Jihad como una liberación de los territorios musulmanes ocupados sino como una acción armada contra los regímenes impíos, sean musulmanes u occidentales”. Ali Laïdi llega a la misma conclusión cuando explica que “la cuestión islamista es la siguiente: ¿es preciso concentrar las fuerzas en un objetivo nacional, o sea, derrocar los gobiernos, o lo es poner las fuerzas al servicio de una internacional del terrorismo?”. Los últimos cuatro años tienden a demostrar que, con Bin Laden, es ésta la opción que prevalece. Uno de los responsables franceses del antiterrorismo más destacados, Christophe Chabout, jefe de la Unidad de Coordinación de la Lucha Antiterrorista (Uclat), declaró al diario Le Monde que “la guerra en Irak reactivó la lógica de combate total contra Occidente. Irak y Abu Musab Al-Zarqaui se han convertido en un modelo para los jihadistas que sueñan con llevar a cabo en Europa lo que se hace en Irak”.

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