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El mundo|Sábado, 20 de agosto de 2005

El soldado alemán que luego devino Papa y fulminó a la “demencia” nazi

Juan Pablo II ya había visitado una sinagoga, pero ayer fue Josef Ratzinger –o Benedicto XVI–, un alemán ex recluta del ejército nazi, quien condenó en suelo alemán al nazismo como “demencial ideología racista de matriz neopagana” y alertó contra el rebrote del antisemitismo.

Por Enric González *
Desde Colonia
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Benedicto XVI durante su histórica visita a la sinagoga de la ciudad de Colonia.
Un Papa alemán visitó una sinagoga de Colonia destruida en 1938 por los matones del nazismo. Fue un gesto de gran potencia simbólica y Benedicto XVI, quien vivió aquella época como adolescente y como recluta del ejército de Adolf Hitler, pronunció un discurso muy severo: condenó la “demencial ideología racista” que marcó “el punto más oscuro de la historia alemana y europea” y expresó su inquietud por el rebrote de “nuevos signos de antisemitismo” y de “hostilidad generalizada hacia los extranjeros”. “La Iglesia se compromete en favor de la tolerancia, la amistad y la paz entre todos los pueblos, culturas y religiones”, proclamó.
Juan Pablo II ya se había reunido en 1980, en su primer viaje a Alemania, con representantes de la comunidad hebrea, y en 1986 acudió a la principal sinagoga de Roma. Aquella fue la primera vez que un Papa pisó un templo judío. Pero Karol Wojtyla era polaco y víctima del nazismo. Joseph Ratzinger vivió la tragedia desde el otro lado, como un joven católico alemán que al final de la Segunda Guerra Mundial fue reclutado y destinado a una batería antiaérea para defender un régimen en sus últimos estertores. El encuentro con los dirigentes de la comunidad judía local en la vieja sinagoga de Colonia, destruida en la noche de los cristales rotos de 1938 y reconstruida en 1959, constituía un acontecimiento. A su llegada sonó el shofar, el cuerno litúrgico que sólo se utiliza en las ocasiones extraordinarias.
La visita de Benedicto XVI no sólo aspiraba a cerrar antiguas heridas. Se producía también en un momento de tensión en las difíciles relaciones entre la Santa Sede e Israel, todavía no establecidas de forma plena. El mes pasado, tras los atentados de Londres y Sharm-el-Sheik, el Papa condenó el terrorismo y evocó a víctimas de numerosas nacionalidades, pero no a las víctimas israelíes. El gobierno de Ariel Sharon interpretó la omisión, un olvido involuntario según el Vaticano, como una ofensa.
Ratzinger hizo ayer todo lo posible por disipar malentendidos. En la sinagoga de Colonia, junto a antiguos prisioneros de los campos de la muerte del nazismo, estaba el embajador de Israel en Berlín, Shimon Stein. El Papa admitió que quedaba “aún mucho por hacer” en las relaciones entre el catolicismo y el judaísmo y que esas relaciones tenían una historia “compleja y a menudo dolorosa”. Para distanciarse de un pasado en el que la Iglesia Católica fomentó o toleró el antisemitismo, condenó la ideología nazi en términos inequívocos.
“En el siglo XX –afirmó Benedicto XVI– en el tiempo más oscuro de la historia alemana y europea, una demencial ideología racista, de matriz neopagana, dio origen al intento, planeado y realizado sistemáticamente por el régimen, de exterminar el judaísmo europeo: se produjo así lo que ha pasado a la historia como la Shoá. Sólo en Colonia, las víctimas conocidas de este crimen inaudito, y hasta aquel momento también inimaginable, se elevan a 7000; seguramente fueron muchas más. No se reconocía la santidad de Dios y por eso se menospreció también el carácter sacro de la vida humana.”
Y siguió: “Este año se celebra el 60º aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis, en los que millones de judíos, hombres, mujeres y niños, fueron llevados a la muerte en las cámaras de gas e incinerados en los hornos crematorios. Hago mías las palabras pronunciadas por mi venerado predecesor (Juan Pablo II) y digo también: ‘Me inclino ante todos los que experimentaron aquella manifestación del mysterium iniquitatis (el misterio del mal)’”.
Benedicto XVI citó una declaración del Concilio Vaticano II, la llamada Nostra aetate (Nuestro tiempo), en la que se condenaba el antisemitismo y “cualquier discriminación o vejación por motivos de raza o color, de condición o religión”. “La Iglesia es consciente de su deber de transmitir, tanto en la catequesis como en cada aspecto de la vida, esta doctrina a las nuevas generaciones que no han visto los terribles acontecimientos ocurridos antes y durante la Segunda Guerra Mundial”, agregó. “Es una tarea especialmente importante porque, por desgracia, hoy resurgen nuevos signos de antisemitismo y aparecen diversas formas de hostilidad generalizada hacia los extranjeros. ¿Cómo no ver en eso un motivo de preocupación? La Iglesia Católica se compromete, lo reafirmo también en esta ocasión, a favor de la tolerancia, el respeto, la amistad y la paz entre todos los pueblos, las culturas y las religiones.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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