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El mundo|Domingo, 4 de septiembre de 2005
OPINION

El atacante sin bomba

La única pasión en mi vida ha sido el miedo.
Thomas Hobbes.

Por Claudio Uriarte
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¿Hay alguna línea de continuidad subterránea de significado entre la estampida humana que el martes provocó la muerte de más de 1000 peregrinos debido a un rumor en Bagdad y la catástrofe humanitaria –se habla de 10.000 muertos– que en cinco días devastó Nueva Orleans y otras ciudades del sur estadounidense, generando un violento debate nacional por la falta de preparación y presupuesto para emergencias y poniendo en seria duda la reivindicación por George W. Bush de sí mismo como el “presidente de la seguridad? En un principio, y en una época donde casi todo parece dominado por el miedo al terrorismo, estos hechos de distinto rango –en Bagdad se habla de un rumor, en Louisiana el huracán Katrina– comparten su carácter de ataques sin atacantes, de violencia que se desparrama en forma indiscriminada sobre inocentes, y que deriva, más allá de la muerte, en la reproducción a escala geométrica de los niveles de inseguridad, angustia y miedo. Un desglose interpretativo ayudará a que se distinga el hilo conductor.

1) La estampida de Bagdad. Dicen que se produjo cuando, en una de las procesiones más sagradas de fieles musulmanes chiítas (mayoritarios en Irak), se esparció el rumor de que en la multitud había uno o varios hombres bomba, dispuestos a hacerse estallar para provocar el mayor número de muertes posibles y, posiblemente, disparar chispas de guerra civil capaces de liquidar el proceso constitucional en marcha. El rumor era verosímil: terroristas sunnitas han atacado a procesiones chiítas anteriormente, en operaciones con los sellos de sincronicidad y precisión de Al Qaida; los sunnitas, un 20 por ciento de la población iraquí, sabotearon las elecciones de comienzos de año y ahora el proceso hacia una Constitución para no verse aplastados por el 60 por ciento de mayoría chiíta (y el resto kurdo) y también forman el núcleo duro a lo que se ha denominado la “resistencia iraquí” (y no lo es en un sentido estricto, porque Irak es al menos tres países, y los chiítas y kurdos, por sus propias razones, tienen distintos grados de acuerdo con los norteamericanos). También se especula que el rumor puede haber sido diseminado intencionalmente por personas infiltradas en la multitud para provocar ese desastre. Pero en ambos casos, y cualquiera haya sido la verdad, ya no estamos ante mero terrorismo, sino ante una nueva especie de superterrorismo, de metaterrorismo, en que surge la figura del atacante sin bomba y donde el mero recuerdo de las atrocidades sufridas a manos de los terroristas en el pasado sirve para provocar una catástrofe. En ambos casos, pues, el objetivo primario de los terroristas (generar terror) aparece plenamente cumplido.

2) El huracán Katrine. Mostró un enorme vacío e indefensión en el seno de los estadounidenses, y particularmente de su población más pobre. La sobreextensión tanto del presupuesto federal como de las Fuerzas Armadas norteamericanas es la razón técnica de lo ocurrido, pero por supuesto no exculpa la barbaridad de que George W. Bush, que se supone es el presidente de todos los norteamericanos, tardara un día y medio en hablar del tema y cinco en visitar la zona de desastre (si se excluye la indiferente ojeada que dejó caer el martes sobre las ciudades inundadas desde la altura de su avión Air Force One). Juntos, estos poderosos signos de indefensión mandan señales muy alentadoras para los terroristas. Cuatro años después de los ataques del 11-S, y por obra de un déficit irresponsable y una invasión de nunca acabar, los norteamericanos son menos y no más seguros que antes de que los aviones piloteados por los discípulos de Osama bin Laden hicieran su sangrienta irrupción en la vida política estadounidense. Los 3000 y pico de muertos del 11-S empalidecen ante los 10.000 que habría causado Katrina. Y la lentitud y torpeza de los operativos de rescate muestran serios huecos de seguridad, los mismos que los terroristas deben ahora estar mirando.
En su primera aparición sobre el tema, Michael Chertoff, secretario de Seguridad Interior, destacó que había 14 agencias federales trabajando sobre el desastre de Katrine. Pero esto es parte del problema y no de la solución; también había 17 agencias trabajando sobre el 11-S y el entrecruzamiento y las peleas entre feudos burocráticos hicieron posibles unos ataques que podrían haber sido bloqueados. Para su próxima gran operación, Al Qaida tiene mucha más información sobre los puntos débiles de su enemigo, y un rumor también puede bastar en unos Estados Unidos más que nunca estremecidos por el pánico.

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