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El mundo|Sábado, 17 de septiembre de 2005

Un diputado que se vende a precios de liquidación

Diez mil reales (equivalentes a 10.000 pesos argentinos) fue lo que cobró Severino Cavalcanti, presidente de los diputados de Brasil, en un soborno que puede defenestrarlo la semana próxima.

Por Darío Pignotti
Desde San Pablo
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Severino Cavalcanti anunció el domingo pasado que resistirá, pero pocos le creen.
Hay algo en Severino Cavalcanti que recuerda a Julio Márbiz. El presidente de la Cámara de Diputados brasileña es a la vida pública de su país algo semejante a lo que fue el inventor de Argentinísima para la divulgación musical: la conjura de lo arcaico y lo popular, en un sentido degradado, ese que mixtura tradiciones genuinas con el populismo estético y/o político.
Cavalcanti posiblemente renuncie la semana entrante a la presidencia de Diputados acusado de sobornar al dueño de un restaurante al que habría cobrado 10.000 reales (1 real, 1 peso). Para el folklore político brasileño ese monto es risible si se cae en la cuenta de que los “peajes” exigidos en el Parlamento suelen ser multimillonarios y, generalmente, quedan impunes. Severino, como se lo conoce, pertenece al Partido Progresista (PP), nombre que en sí mismo es una estafa, siendo que esa agrupación defiende las posiciones más conservadoras en lo político y en lo social. La oposición de Cavalcanti al aborto y al matrimonio gay lo hicieron protagonista de bloopers memorables, como aquel en que preguntó al líder de la comunidad homosexual: “¿Usted es pasivo o activo?”. “Le puedo responder en privado”, retrucó el interrogado, dejando en ridículo a Severino.
La elección de Cavalcanti, oriundo del nordestino estado de Pernambuco igual que el presidente Lula da Silva, fue posible gracias a las disputas fratricidas en el Partido de los Trabajadores, que cuenta con la mayor bancada. Ante el oficialismo dividido, la oposición, incluyendo la socialdemocracia orientada por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, le dio su voto. La única reivindicación del nuevo líder, hoy caído en desgracia, era aumentar los ingresos de sus colegas a los que operadores del gobierno habrían pagado sobornos, o mensaloes, menores que lo prometido. La supuesta “traición” del Palacio del Planalto originó entonces “la rebelión del bajo clero”, corporación en la que se atrincheraron los diputados “de alquiler”, aquellos que venden su voto y cambian de partido sin mayores reparos.
Pocos días después de ser electo, en febrero de este año, Cavalcanti era recibido con procesión y banda, como se estila en su pequeño pueblo natal, donde defendió ante sus paisanos el pago de favores y el nepotismo, una práctica con que los “coroneles” del nordeste brasileño siguen manejando al electorado. Entre forró y maracatú, dos ritmos tradicionales del lugar, la población danzó y vivó a su benefactor Don Severino. Así el Brasil más atávico comenzaba a vengarse contra la “arrogancia bolchevique” del ex ministro jefe de la Casa Civil José Dirceu, que en junio sería derribado por las denuncias del “rey del bajo clero”, el diputado Roberto Jefferson, que perdió esta semana sus fueros por corrupción.
En estos días, la prensa brasileña elogia con enjundia al joven Antonio Carlos Magalhaes III, heredero de la dinastía de “coroneles” que manda en la nordestina Bahía desde hace medio siglo. Según la versión mediática, Magalhaes representa lo mejor de la “nueva generación” de congresistas que ha descollado en las televisadas sesiones de investigación sobre los escándalos de corrupción propiciados por el gobierno y ejecutados por el PT.
“¿Qué edad tiene diputado, es usted casado?” le preguntó un periodista de Radio Bandeirantes a Magalhaes la semana pasada. “Tengo 26 años, soy abogado y estoy casado” respondió el joven bahiano. “Que lástima, chicas; no saben lo que se perdieron”, comentó el reportero, más cordial que punzante. Durante el diálogo radial, ACM III contó que todo lo aprendió de su abuelo el senador Antonio Carlos Magalhaes, quien capitanea las operaciones de desgaste contra el gobierno en la Cámara alta, a la que retornó hace dos años después de renunciar cuando se develó un caso de corrupción sin precedentes. Durante años Magalhaes I había pirateado el panel electrónico del Senado violando el secreto del voto de sus pares un delito político gravísimo, pero no el primero del clan. Anteriormente, en 1997, su hijo Luiz Eduardo Magalhaes, habría comandado la compra de votos en el Congreso gracias a la cual la Constitución fue reformada, lo cual permitió la reelección del ex presidente Cardoso en 1998.
Circunstancialmente enfrentados, el joven Magalhaes y el septuagenario Cavalcanti están mostrando que nada supo o quiso hacer el gobierno contra el provincianismo político. Y que, en alianza con las elites metropolitanas, especialmente la paulista, los coroneles están prontos para volver.

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