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El mundo|Domingo, 25 de septiembre de 2005
OPINION

Viviendo de los enemigos

Por Claudio Uriarte

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Irónicamente, las fuentes de financiamiento de George W. Bush para la reconstrucción de Nueva Orleans por 200.000 millones de dólares están en manos de dos de sus principales enemigos: China y Arabia Saudita. Por la mayor parte de los últimos tres años, el Tesoro norteamericano ha estado viviendo de la masiva compra de dólares por parte del Banco del Pueblo de China, lo que ha ayudado a mantener bajos los rendimientos de los bonos de Estados Unidos y posibilitando a su gobierno financiar su creciente déficit (alrededor de 400.000 millones de dólares) a tasas baratas. Pero en julio, la decisión de China de abandonar su convertibilidad de 8,28 yuans contra el dólar y dejar flotar restringidamente a su moneda ha causado temores de que los rendimientos de los bonos suban si los bancos centrales asiáticos reducen su intervención en los mercados de dinero del exterior y permiten que sus monedas se aprecien. Aquí es donde Arabia Saudita, que se está ahogando en los dividendos de los altos precios del petróleo (espoleados, entre otros incentivos, por el huracán Katrina), entra en la ecuación.
Reconstruyendo (en el doble sentido): China, como superpotencia emergente, es el rival geopolítico global que Estados Unidos espera para este siglo, y no sólo en el Pacífico; Arabia Saudita, con su corruptela de príncipes wahabistas y fundamentalistas, la principal fuente de financiación para el terrorismo. Por el momento, no parece que vaya a repetirse la historia de los petrodólares en los ’70, por la cual las enormes ganancias generadas por la quintuplicación de los precios del crudo llevó a los países árabes beneficiarios a colocar sus excedentes en el mercado financiero, que los recicló a economías emergentes, principalmente en América latina, en un festival de irresponsabilidad bancaria que llegó a un abrupto fin con la crisis de México en 1982. Ahora, los exportadores árabes de petróleo –con Arabia Saudita a la cabeza– están aumentando sus gastos sociales, invirtiendo más en exploración y refinación de petróleo y diversificando sus economías fuera de su dependencia respecto de los hidrocarburos (también, puede conjeturarse, están metiendo más dinero en las madrassas, ONG y “organizaciones de caridad” islámicas que son la formidable columna vertebral financiera del terrorismo internacional estilo Al-Qaida). Pero, advierte Matthew Sherwood, economista en jefe del Economist Intelligence Unit, “hay límites a la cantidad de dinero que pueda reinvertirse en el Golfo”. Si los precios del petróleo siguen altos, habrá un momento en que deberán ser invertidos fuera de la región, causando un gran impacto en los mercados globales.
Esto no significa que Estados Unidos esté a punto de convertirse en una república bananera (por más que algunas imágenes post Katrina puedan sugerirlo). Pero, en la era del presunto “unilateralismo” estadounidense, marca el aumento de su dependencia (un multilateralista clintoniano preferiría decir “interdependencia”) a que ha quedado sujeto el país. Y si la economía se vuelve más dependiente, es cuestión de tiempo hasta que la política siga su curso. Por el momento, George W. Bush ha descartado tanto aumentos de impuestos como reducciones del esfuerzo militar en Irak. Entonces, lo que queda son los préstamos. Pero estos préstamos conllevan intereses de 10.000 millones de dólares por tiempo indefinido. Puede que esta inyección de dinero lo ayude a levantar a una zona tradicionalmente deprimida, en cualquier caso EE.UU. queda más expuesto. Como cuando la OPEP atacó a Occidente en 1973.

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