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El mundo|Viernes, 11 de noviembre de 2005

“Yo siempre dije que los islámicos son los más difíciles de integrar”

En entrevista con Página/12, el analista político italiano Giovanni Sartori ataca la inmigración islámica en Europa haciendo hincapié en el caso francés . “Ellos (los islámicos) quieren sus escuelas, sus iglesias y no aceptan los valores occidentales”, insiste y se distancia del racismo.

Por Silvina Friera
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“En Francia no quieren matar gente, es un caso de protesta y no de terrorismo”, afirma Sartori.
El politólogo italiano, reciente Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, levanta el tono de su voz y se enoja. “Si un caníbal devora a las personas cerca de su casa, que lo haga, pero si quiere hacerlo en la ciudad de Florencia yo no se lo permito”, dice Giovanni Sartori de visita en la Argentina, invitado por la Fundación Santillana, donde brindó ayer la conferencia La educación: reto al futuro. Con la metáfora del caníbal, el politólogo se refiere a los episodios de violencia que se registran por estos días en Francia, “el típico país de la ciudadanía fácil”. En su polémico ensayo La sociedad multiétnica (Taurus, 2001), Sartori se preguntaba hasta qué punto la sociedad pluralista puede acoger, sin disolverse, a “enemigos culturales” que la rechazan. El flujo inmigratorio islámico de cultura teocrática plantea problemas “muy distintos que encienden la mecha de la conflictividad social”. Las ideas de este referente de la teoría política no se caracterizan, precisamente, por la corrección. “Lamentablemente, los hechos de París confirman la tesis que sostenía: no es lo mismo la asimilación que la integración”, señala Sartori en la entrevista con Página/12.
–¿En qué sentido no es equivalente asimilar e integrar en el caso francés?
–No se pide asimilación de esa población musulmana, el problema de esa inmigración es de orden ético-político. En ese libro yo avisaba, y era bastante criticado por la izquierda, que a veces se equivoca, que la integración islámica era la más difícil de todas y que históricamente nunca se había logrado. Los indios, chinos y japoneses que viven en las sociedades occidentales europeas mantienen sus identidades culturales, sin dejarse asimilar, pero se han integrado en la ciudad democrática y se han convertido en buenos ciudadanos. El islámico, en cambio, es muy difícil de integrar y tampoco quiere aceptar las reglas de la civilización que lo alberga. Cuando el islámico estuvo en su casa no hubo ningún problema. Si un caníbal devora a las personas cerca de su casa, que lo haga, pero si quiere hacerlo en la ciudad de Florencia yo no se lo permito. Ellos llegan en masa de forma clandestina, quieren imponer sus valores y no aceptan la reciprocidad que implica el pluralismo: “Vos me das esto y yo te doy otra cosa a cambio”. Ellos quieren sus escuelas, sus iglesias y no aceptan los valores occidentales porque la sociedad islámica es una sociedad teocrática muy fuerte.
–Pero los protagonistas de las revueltas son jóvenes que nacieron en Francia. ¿Europa, al sentirse “amenazada”, no está confundiendo al inmigrante árabe con el fanático religioso islámico?
–No, porque son islámicos. Si no son lo decimos. Los magrebíes que están en este momento en Francia son islámicos, es cierto que hay africanos que no son islámicos. Hay árabes, son pocos, que no son musulmanes. Además hay islámicos diferentes porque el de Indonesia no es igual al de Arabia Saudita. Ninguna otra religión, solamente el Islam, no acepta las reglas ética-políticas del Occidente. ¿Por qué, en qué sentido se confunde?
–Me refiero a la actitud del racista que busca “enemigos” en todas partes y mete a todos en una misma bolsa.
–¿Qué es racista?
–Las sociedades europeas, por ejemplo, son racistas frente al fenómeno de la inmigración, no aceptan al diferente.
–Depende de la definición de racismo que usted utilice. Claro que hay racistas en Europa, pero entonces, discúlpeme, tengamos cuidado porque el verdadero racismo, como ya señalé en el libro, es de quien provoca el racismo, los islámicos son racistas. Aquí se confunde el racismo con el miedo, hay muchos europeos asustados realmente, y eso no es racismo.
–¿No? El miedo conduce al racismo.
–Pero entonces que no nos den miedo, si nos dan miedo es culpa de ellos, no nuestra. No vamos a resolver los problemas con epítetos, debemos afrontar los problemas pensando, razonando.
–Los jóvenes que protagonizan las revueltas son pobres y desocupados. ¿Qué papel cumple el factor económico?
–La pobreza está en todas partes y la desocupación es alta en muchos países. El desempleo invita a estas manifestaciones, sin duda, pero hay muchas desocupaciones que no producen motines sino resignación. La desocupación forma parte del problema de la no integración: los musulmanes abandonan la escuela y nadie los quiere emplear porque no se forman junto a los franceses. El mundo está lleno de desocupados y no sucede nada. ¿Cuántos desempleados tiene Africa? Si ellos se integraran, se reduciría la desocupación.
–¿Qué posibilidades hay de que el “noviembre francés” se extienda a otros países europeos?
–Los casos varían de acuerdo con los países. Francia tiene demasiadas comunidades suburbanas, es el país que concentra la mayor inmigración islámica de toda Europa. Son rebeliones de odio que no están movidas por el fanatismo religioso, mientras que en cambio en Inglaterra sí, para los ingleses es mucho más grave, aunque el problema sea menos vistoso. Los paquistaníes en Londres son terroristas espontáneos que se inmolan y quiero recordar que el 70 por ciento de los ciudadanos islámicos ingleses aprobaron los atentados. Pero en Francia no quieren matar gente, es un caso de protesta y no de terrorismo. En Italia todavía hay pocos islámicos, hace falta una gran concentración, una masa de musulmanes que aún no existe en esa magnitud. Pero no descarto que la ola de violencia pudiera extenderse en otras partes porque son explosiones de desesperación, de frustración y de odio, pero no de conquista islámica, mientras que en Inglaterra sí. Son casos diferentes, pero demuestran que la integración, no obstante los varios remedios intentados, no funciona, lamentablemente.
–Pero si la integración se basa en la reciprocidad, ¿qué responsabilidad tienen las sociedades europeas y los estados al rechazar a los inmigrantes islámicos?
–No hay duda de que una cosa alimenta a la otra: la falta de integración produce un rechazo y éste, a su vez, produce más odio. El estado francés no puede permitir que el cinco por ciento de la población, que cinco mil personas, se pongan a quemar los autos de Francia. La opinión pública le pide al Estado protección y el Estado tiene que garantizar esta demanda de los ciudadanos. El oficio de gobernar es el oficio de dar una mínima seguridad a la ciudadanía. El Estado debe mantener la legalidad, es su función. Si a usted le están quemando la casa, el bombero no es un represor, le está salvando su casa, su hogar.
–¿Para usted la solución sólo consiste en reprimir y expulsar?
–Somos seres civilizados y no los podemos matar. Habrá que seguir intentando integrarlos, pero estos episodios de violencia son campanas de alarma que nos están avisando que el control sobre la inmigración clandestina debe ser aumentado. Darles la ciudadanía a personas que no se integran, que forman agrupaciones que presionan en contra de la sociedad abierta que aceptó recibirlos, es un error, uno de los más grandes que se está cometiendo. Conceder la ciudadanía no equivale a integrar. Esta es una juventud quemada, perdida. En algún punto para ellos no hay lugar porque no saben hacer nada, y como no tienen trabajo se vuelcan a las calles. Este tipo de infiltración clandestina debe ser contenida. Europa es un viejo mundo, con una densidad demográfica altísima, mucho más poblada que la Argentina. Ustedes podrían mandarlos a la Patagonia y entonces darles un lugar.

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