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El mundo|Jueves, 8 de diciembre de 2005

Una mujer en el coto de caza del machismo en Chile

Michelle Bachelet es una mujer. También es socialista y candidata principal a la presidencia de Chile. Esas no son condiciones usuales en un país que no abandonó el paternalismo despectivo de la era Pinochet.

Por Manuel Délano *
Desde Santiago, Chile
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Dos visiones del futuro posible: la socialista Bachelet y el conservador Lavín.
Durante 25 años, María Victoria Torres, de 47 años, fue agredida física y psicológicamente por su marido, Gerardo Flores, un ex agente de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Por no perjudicar a sus hijas, callaba. Fue a Carabineros a denunciarlo y le replicaron: “Por algo le pegarán, alguna cosita habrá hecho usted...”. Una psicóloga le dio la receta que le permitió rebelarse: escribir su historia. Lo hizo y hoy es un libro. Fue la primera en pedir el divorcio, hace un año, desde que hay ley, pero aún no lo ha conseguido.
Su caso es frecuente: una de cada dos mujeres ha sufrido violencia intrafamiliar y casi un tercio ha sido pateada, arrastrada o sufrido una paliza, según una encuesta del gobierno. Este domingo, Torres votará en la elección presidencial por Michelle Bachelet, la candidata que encabeza las encuestas, para combatir el machismo chileno. Está orgullosa de su opción: “Las mujeres tenemos que trabajar el doble que los hombres para demostrar que sabemos hacer las cosas”, afirma. Que una mujer esté por primera vez próxima a llegar al Palacio de La Moneda ha puesto en primer plano los temas de género. A Bachelet la miden y observan de forma diferente que a los otros tres candidatos, no por su militancia socialista, sino por ser mujer. Las encuestas coinciden en que la candidata de la coalición de centroizquierda logra más adhesión en las mujeres que en los varones, algo que en Chile se puede medir porque ambos sexos sufragan en mesas y lugares separados, una tradición desde que las mujeres tienen derecho a voto, a mediados del siglo XX.
“La fortaleza de Michelle Bachelet se observa en mayor medida en el voto femenino. La mujer es más proclive a votar mujer”, sostiene Clarisa Hardy, socióloga y directora de Chile 21, un centro de reflexión socialista. Atribuye este fenómeno al progreso que ha experimentado la situación de la mujer en los últimos años, en lo que llama “un salto modernizador, que lo demuestra el aumento de la participación laboral y escolaridad femenina y la menor tolerancia a la desigualdad y discriminación sexual”.
Todavía falta mucho por avanzar. Las mujeres no ganan lo mismo que los hombres, llegan hasta ciertos cargos porque se topan con el llamado “techo de cristal”, una barrera invisible pero igualmente eficaz, presente en las empresas y esferas de poder, muy difícil de cruzar para ellas. El mérito en la mujer ayuda menos que en el varón. Bachelet expresa las demandas pendientes de las mujeres, sostiene Hardy: “Si ella está próxima a llegar a La Moneda, yo impediré que abusen, que me discriminen. Otras se sienten convocadas porque Michelle expresa a una sociedad que despertó a sus derechos y otras porque la ven descontaminada de un mundo político tradicionalmente masculino y muy mal evaluado en todas las encuestas”, afirma.
Donde se observan las mayores diferencias es en el mercado laboral, sostiene la encargada del tema de mujer de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), María Elena Valenzuela. La participación de la mujer en el trabajo ha aumentado en las últimas décadas “pero es la más baja de América latina. Chile es el país donde hay más dueñas de casa, en especial en los grupos de ingresos bajos y medios”, sostiene.
Valenzuela atribuye la diferencia a factores como la presión de la pareja para que la mujer siga en el hogar, la supuesta desvalorización del trabajo masculino que implicaría la salida femenina al mercado laboral, la falta de oportunidades de empleo y de guarderías donde dejar a los hijos y a la visión conservadora de la contratación de grandes empresas en cargos gerenciales. “Las mujeres no suelen llegar a gerencias, salvo las de recursos humanos y de la banca, no están en los directorios ni en las asociaciones empresariales”, afirma. En promedio, las mujeres tienen el 67 por ciento del ingreso mensual de los hombres. En 1990, al inicio de la democracia, tenían el 65 por ciento. “La brecha ha disminuido poco a pesar de que las mujeres ocupadas tienen 12,7 años de estudio y los varones 11 años. Si se pagara por igual en función del promedio educacional, las mujeres deberían ganar más que los varones en Chile”, dice Valenzuela. Las mujeres tienen mayor desempleo y sus trabajos son más precarios que los de varones. Pero el machismo es también latente. Los ataques frontales a Bachelet de los candidatos de la derecha han sido pocos en la campaña, porque no serían bien vistos. Han sido ataques indirectos, dudando de su capacidad de gobernar y liderazgo, pero el efecto ha sido como de boomerang. “Se ha producido una reacción de defensa corporativa de las mujeres, a reafirmar el voto femenino”, dice Hardy.
El lenguaje es otro problema. La candidata a senadora democristiana Soledad Alvear, derrotada por Bachelet en las primarias oficialistas, sostuvo en una entrevista que a los varones les cuesta tratar de igual a igual a las mujeres. Usan “mijita”, una expresión típica “con la que creen que le hacen un gran favor, pero la verdad es que se trata de un poquitito de protección y un poquitito de ninguneo”. Al ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, amigo de Bachelet, se le escapó una de estas expresiones, provocando un pequeño escándalo. Se refirió a Bachelet como “mi gordi” y debió disculparse explicando que fue algo inconsciente y “un resabio de machismo, muy indebido”.

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