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El mundo|Sábado, 16 de septiembre de 2006
FUE CONDENADO POR EL ATAQUE DE 1995 A LAS ESTACIONES DE SUBTE EN TOKIO

Para el gurú del gas sarín, la horca

Once años después del peor atentado terrorista en la historia de Japón, el líder de la secta que liberó gas sarín en el subte de Tokio, matando a doce e hiriendo a seis mil, fue condenado a morir en la horca por la Corte Suprema japonesa. No le creyeron que estaba loco.

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Shoko Asahara, líder de la secta responsable por los ataques con gas sarín, en una foto de 1990.

El responsable del peor atentado de la historia japonesa quedó a un paso de ser ahorcado. El 20 de marzo de 1995, la secta Aum Shinrikyo (Verdad Suprema) liberó gas sarín en los vagones de cinco líneas de subte en Tokio durante la hora pico. Doce personas murieron y seis mil resultaron heridas. El ataque conmocionó a la isla y al mundo. Dos meses después, la policía japonesa detenía al gurú autoproclamado mesías de la secta. Shoko Asahara y gran parte de sus seguidores fueron arrestados y hace dos años fueron sentenciados a la pena de muerte. Los abogados de Asahara intentaron durante años convencer a la Justicia de que el supuesto mesías era en realidad un desequilibrado mental. Ayer, la Corte Suprema decidió que el líder espiritual sólo simulaba locura y confirmó la sentencia de muerte, que podría suceder en cualquier momento.

Alrededor de las ocho de la mañana, cuando miles de personas viajaban a sus trabajos, cinco discípulos de la secta Aum elegidos especialmente para esta operación colocaron bolsas de plástico llenas de gas sarín en estado líquido en vagones del subte. Justo antes de salir corriendo, los atacantes pincharon las bolsas con la punta de un paraguas. El sarín es un gas neurotóxico inventado por los nazis –aunque nunca lo utilizaron– que paraliza al sistema nervioso. Es tan potente que los especialistas aseguran que es quinientas veces más mortífero que el cianuro. Las fotos de los cadáveres en los andenes del metro y de los soldados con máscaras antigás conmocionaron a la sociedad japonesa y provocaron un largo debate sobre la vulnerabilidad del país ante el terrorismo y el riesgo de las sectas apocalípticas.

Asahara, cuyo nombre real es Chizuo Matsumoto, fue arrestado en mayo de 1995 en el cuartel general de la secta Aum, en Kamikuishiki, cerca del Monte Fuji. En ese mismo lugar, la secta dirigía una fábrica química capaz de producir suficiente gas sarín para matar a millones de personas. El autoproclamado mesías fue acusado además por otros 13 crímenes, en los que habían muerto 27 personas y miles habían resultado heridas. Uno de estos fue el atentado que realizó la secta un año antes del ataque a los subtes de Tokio. En junio de 1994, otro grupo de elegidos esparcieron gas sarín al pie de un edificio residencial de Matsumoto, en el centro del país, durante la noche. Este “entrenamiento” dejó siete muertos y 144 intoxicados.

Hoy, ya hace más de nueve años que Asahara está detenido. Y dos que espera para ser ahorcado. Con apenas 51 años, el antiguo líder de la secta Aum, hoy rebautizada Aleph, está casi ciego y sigue sin reconocerse como el autor intelectual de los ataques de Tokio. “Soy inocente. Fui engañado”, habría exclamado el hombre al enterarse del rechazo definitivo de la Corte Suprema, según publicaron medios japoneses. La decisión de la Corte se basó en la evaluación de una psiquiatra. Según la médica, el gurú simulaba locura. Los abogados de Asahara aseguraban que no podía adaptarse a la prisión porque su “mente estaba en otro mundo”. Sin embargo, este argumento no fue suficiente para convencer a los jueces japoneses.

A la condena de Asahara se le suma la dictada en agosto pasado contra el segundo responsable del ataque, el químico Masami Tsuchiya, de 41 años. Un total de 189 miembros de la secta han sido juzgados y 13 de ellos ya han sido condenados. Sin embargo, todavía no ha habido ninguna ejecución.

La primera pena capital por el atentado de 1995 fue pronunciada en septiembre de 1999. Desde entonces, 11 de los 189 integrantes de la secta, así como su gurú, Shoko Asahara, fueron condenados a la horca. Japón es uno de los pocos países desarrollados, junto con Estados Unidos, que continúa aplicando la pena de muerte. Desde 2003, se realizaron cuatro ejecuciones en el país. Sin embargo, el número de detenidos con pena de muerte se ha incrementado de 56 en 2003 a 77, durante el año pasado.

Aleph, el nuevo nombre con el que se renovó la secta Aum en el año 2000, sigue manteniendo una importante estructura humana. El grupo asegura contar con más de diez mil personas entre sus filas, aunque, según datos oficiales, sus miembros no superarían los 1700 en Japón y otros 300 en Rusia. No obstante, el gobierno de Tokio decidió en enero pasado seguir vigilando de cerca a la secta por tres años más.

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