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El mundo|Miércoles, 27 de septiembre de 2006
SU DISCURSO DE DESPEDIDA EMOCIONO A SEGUIDORES Y AYUDO A BROWN

Alivio laborista por la ida de Blair

En su último discurso como premier ante el congreso de su partido, Blair recordó los viejos tiempos y fue aplaudido por un público nostálgico que lo trató como un ex político y le evitó los reproches que venía recibiendo por su alineamiento automático con Bush.

Por Marcelo Justo
Desde Londres
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El líder laborista Tony Blair se despidió de su partido con un discurso nostálgico que gustó.

Era su último discurso como primer ministro ante el congreso del Partido Laborista y no hubo sorpresas. En un escenario colmado de gente, Tony Blair no dijo la fecha exacta de su partida, no sugirió el nombre de un sucesor y ni siquiera lanzó dardos codificados sobre su rival, el coarquitecto del Nuevo Laborismo y ministro de Economía, Gordon Brown. Los laboristas lo ovacionaron cuando entró al recinto y cuando lo dejó, sabiendo que pueden darse el lujo de añorar con anticipación al líder de tres victorias electorales consecutivas porque nunca más regresará como tal al congreso. En el podio hasta Gordon Brown se paró, aplaudió y se sonrió.

Hace dos semanas, para acabar con la especulación sobre su futuro político, Blair dijo que no volvería como primer ministro al congreso partidario el año próximo. Por eso ayer en el recinto se respiraba un extraño clima de nostalgia y alivio, de carteles de “We love Blair” junto a rostros preocupados de militantes que nunca le perdonarán Irak, Afganistán y el Líbano, pero que ahora, en el momento de la despedida, recordaban que su carisma había sido crucial para desalojar del poder a los conservadores en 1997 y mantenerlos desde entonces en la oposición. El primer ministro aprovechó la ocasión para hacer un repaso de los logros del laborismo en sus más de nueve años de gobierno: el salario mínimo, el masivo aumento de inversión en salud y educación, la descentralización y autonomía de Escocia y Gales, el programa de erradicación de pobreza infantil.

En el clima de buena voluntad reinante cada una de estas menciones fue recibida con aplausos mientras que otras, que hubieran generado silbidos o protestas como el Medio Oriente o la reivindicación de ciertos cambios introducidos por el thatcherismo, pasaron relativamente inadvertidas. Había mucha expectativa por lo que Blair fuera a decir de las diferencias con su vecino de todos estos años Gordon Brown (cuya residencia oficial está pegada a 10 Downing Street), pero en una muestra de unidad partidaria el primer ministro fue tan elogioso como el ministro de Economía había sido hacia él en su discurso el lunes: “Ninguna relación a este nivel es fácil y mucho menos en política. Pero yo sé que el Nuevo Laborismo hubiera sido imposible sin Gordon Brown. Yo sé que no hubiéramos ganado tres elecciones consecutivas sin él. Gordon Brown es un hombre extraordinario”. Tanta alabanza no quitó que hiciera una broma sobre el aparente comentario sarcástico que hizo Cherie Blair, su esposa, cuando el lunes Gordon Brown habló cálidamente de su amistad con Blair. “Al menos sé que una cosa no me va a pasar: mi mujer no me va a abandonar por mi vecino”, ironizó el primer ministro con una sonrisa.

En dos momentos se le quebró la voz. En el medio del discurso cuando explicó por qué había decidido que era hora de dejar su cargo. “No se puede seguir eternamente. Por eso éste es mi último congreso partidario como primer ministro. Por supuesto que no es fácil. Pero es lo que tengo que hacer. Por el país y por el partido.” Y luego, al final del discurso, en el momento de la despedida, cuando sus palabras adquirieron la retórica pegajosa de una canción de discoteca: “Hagan lo que hagan, estaré con ustedes. Con mi cabeza y con mi corazón. Ustedes me han dado todo lo que soy y juntos hemos logrado todo esto por el país. Y en los próximos años, esté donde esté, estaré con ustedes. Deseándoles lo mejor. Ustedes son el futuro”.

La ovación le humedeció los ojos y hasta el mismo Gordon Brown pareció tocado por el momento. La relación entre los dos arquitectos del Nuevo Laborismo ha sido tensa y ambivalente desde que en 1994 Brown aceptó que Blair fuera el líder del laborismo ante la evidencia de que perdería en una elección interna para sustituir a John Smith. El discurso de Brown el lunes y el de Blair ayer muestra que ambos apoyan fervientemente la globalización, la apertura de los mercados, la flexibilización laboral y el capitalismo estadounidense. A nivel de política exterior es bastante probable que Brown se distancie del alineamiento incondicional de Blair con George Bush pero, por ahora, las diferencias acaban allí. El problema de fondo entre ambos es más personal que ideológico. Brown y sus seguidores creen que Blair quiere evitar que él sea el sucesor. Blair y los suyos creen que Brown ha estado complotando todos estos años para sacarlo del poder. Los analistas políticos calculan que de acá a febrero Blair anunciará la fecha exacta de su partida –la mayoría piensa que será en mayo– y luego habrá una elección interna laborista para decidir quién será el nuevo líder partidario y primer ministro. Habrá que ver si la imagen de relativa unidad que dio el laborismo durante este congreso sirve para que Blair tenga una salida digna y el laborismo evite uno de esos finales de dagas, traiciones y sangre que suelen coronar las tragedias de William Shakespeare.

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