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El mundo|Viernes, 27 de octubre de 2006
ESCENARIO

Un monumento a la intolerancia

Por Santiago O’Donnell

W. firmó la ley y habrá un muro en la frontera entre México y Estados Unidos, entre la primera potencia mundial y América latina. Por supuesto que querer frenar el incesante flujo de inmigrantes latinos con un muro de 1200 kilómetros en una frontera que mide casi el triple es como querer frenar una avalancha con una cuchara. Es facilitarles el negocio a los coyotes, es darle un tema de campaña a Bush para movilizar a sus bases conservadoras y xenófobas, es tirarle un salvavidas de plomo a un Vicente Calderón jaqueado por los movimientos sociales en el centro y sur de México. Pero es mucho más. Es cerrarle la puerta en la cara a una región que la administración Bush abandonó después del 11-9.

No es ninguna novedad que la economía de los Estados Unidos depende de la mano de obra ilegal para bajar costos en los sectores agrícolas y de servicios. Todas las semanas decenas de trabajadores en Texas, Arizona y California son levantados de los campos en plena cosecha, o de los McDonald’s donde limpian baños, subidos a un ómnibus del servicio migratorio y depositados del otro lado de la frontera mientras su familia permanece en Estados Unidos, los chicos en el colegio, la patrona en la casilla de chapa y madera que construyeron al llegar, y el marido del otro lado de la frontera, a merced de los contrabandistas de personas, gastando sus últimos ahorros mientras espera el momento para volver a reunirse con sus seres queridos. En los últimos 30 años la población mexicana en Estados Unidos se ha multiplicado 14 veces y ya suma 11 millones, sin contar parientes nacionalizados y nada indica que la tendencia vaya a cambiar. El año pasado más de medio millón de mexicanos, junto a otros miles de centroamericanos emigraron a los Estados Unidos, la gran mayoría de manera ilegal.

Bajo la administración Bush la inmigración ilegal dejó de ser un tema social para convertirse exclusivamente en un tema de seguridad nacional. No porque México exporte terroristas sino porque el miedo acentúa las diferencias y promueve la discriminación. Y hoy en Estados Unidos lo que sobra es miedo. Miedo a lo desconocido, a lo que pueda pasar con gente desconocida. Entonces en vez de integrar a los inmigrantes, de entenderlos y de atacar las razones por las cuales se ven forzados a dejar su país y arriesgar sus vidas en el cruce, el presidente y el Congreso del país más poderoso del mundo los estigmatiza, los señala como los que vienen del otro lado del muro, un muro que no busca frenar la avalancha sino transmitir un mensaje, un contraste que marca un cambio de actitud.

A fines del siglo XIX la Estatua de la Libertad se instaló en el puerto de Nueva York para recibir a los inmigrantes europeos: “Traigan a los hambrientos, a los cansados, a los pobres”, reza la inscripción al pie del monumento. Esta nueva obra arquitectónica, tan inútil desde lo funcional como la estatua, representa exactamente lo contrario. Los hambrientos, cansados y pobres seguirán llegando a Nueva York, así como los cerebros fugados de la elite mundial. Pero si son rubios y de ojos azules, mucho mejor.

¿Qué significa para la región? Un ninguneo, pero también una oportunidad. Sería ingenuo imaginarse que Estados Unidos abdique unilateralmente de la Doctrina Monroe y permita que otras potencias graviten en su “patio trasero”. Pero también es innegable que el abandono de Estados Unidos llevó al fracaso del ALCA, el resurgimiento del Mercosur y el crecimiento de Hugo Chávez en el escenario internacional, que las economías regionales han podido desconectarse del pulmotor del FMI y sus recetas de ajuste permanente, que con mayor o menor profundidad distintos líderes han adoptado medidas redistributivas y de defensa de recursos naturales impensables en los tiempos recientes del Consenso de Washington, que ha mejorado mucho el diálogo entre países latinoamericanos históricamente enfrentados. Todo eso sucedió mientras Estados Unidos levantaba un muro cultural y político para cubrir su espalda y concentrar su mirada en las amenazas reales e imaginadas que provienen de otras partes del mundo.

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