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El mundo|Miércoles, 8 de noviembre de 2006
LA OFENSIVA MILITAR ISRAELI DEJO MAS DE CINCUENTA MUERTOS

Seis días fatales de ataques en Gaza

Israel dio por terminado su accionar militar en la localidad de Beit Hanun, al norte de la Franja. La intención era reducir los disparos de cohetes Qassam a zonas israelíes. La consecuencia fue más de 56 muertos. Entre los palestinos, Hamas se volvió más popular.

Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
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Ayer se repetía la imagen de personas enterrando a sus familiares en medio de escombros y suciedad.

Después de seis días y 56 muertos, el gobierno israelí dio por terminada su ofensiva militar en la localidad de Beit Hanun, al norte de la Franja de Gaza. Su objetivo declarado era reducir considerablemente los disparos de cohetes Qassam contra poblaciones israelíes, lo que para Tel Aviv se ha conseguido. Su efecto, además, ya puede percibirse en la escena política palestina, donde Hamas viene recuperando gran parte del apoyo popular que se había erosionado en los últimos meses ante el embargo económico y diplomático que impusieron los Estados Unidos, la Unión Europea e Israel al gobierno encabezado por el movimiento islamista radical, tras las últimas elecciones al Consejo Legislativo. Ayer el presidente palestino Mahmud Abbas rechazó el operativo militar. “Si Israel quiere paz y seguridad, no será con la sangre palestina,” afirmó.

En la prensa palestina predomina la versión que le adjudica a la ofensiva del ejército israelí un claro objetivo político: arruinarle a Hamas y a su máximo dirigente, Haled Mashal (radicado en Siria), la programada celebración por la esperada liberación de prisioneros palestinos a manos de Israel, a cambio de Gilad Shalit, el soldado israelí secuestrado el pasado 25 de junio. Según esa misma interpretación, Israel busca impedir que la reputación del movimiento islámico mejore a causa del preciado logro que le otorgaría la excarcelación de alrededor de mil compatriotas detenidos en cárceles israelíes. El derramamiento de sangre y la destrucción masiva provocadas por la intervención militar israelí, en cambio, contribuirían a adjudicarle la culpa a la línea intransigente del Hamas. Cualquiera sea el objetivo –expreso o encubierto– que guía al gobierno de Ehud Olmert, lo cierto es que en el marco de los ataques contra Beit Hanun, en los que murieron un soldado israelí y 55 palestinos, en su gran mayoría miembros de Hamas, cualquier iniciativa tendiente a debilitar al movimiento puede resultar alucinada, o cuanto menos ridícula.

Los militantes de Hamas son vistos, a ojos de la opinión pública palestina, como héroes que resisten valientemente contra las agresiones del ejército israelí. Los 30 mil habitantes de Beit Hanun se encuentran desde el pasado miércoles bajo el estado de sitio, sin agua debido a que las excavadoras del ejército destruyeron las cañerías de abastecimiento, mientras que la hediondez ya emana de las alcantarillas del sistema cloacal. Anoche en distintas partes de la ciudad se repetía la imagen de personas enterrando a sus familiares en medio de escombros y suciedad.

En tales condiciones, sin duda, los grupos que se dedican a lanzar cohetes de producción casera contra objetivos israelíes cuentan con el pleno respaldo de la población civil. Así quedó demostrado días atrás en la mezquita de Al-Nassr, en Beit Hanun, cuando un grupo de mujeres organizó una procesión en cuyo seno decenas de milicianos de Hamas, disfrazados con vestimentas de mujeres religiosas, lograron escapar de una inminente incursión del ejército israelí. El suceso ya puede inscribirse en la lista de la martiriología palestina acuñada durante la segunda Intifada, junto con el combate en el campo de refugiados de Jenin y el cerco a la Iglesia de la Natividad, en Belén.

El efecto conseguido por Israel a través de su brazo militar, por lo tanto, supera cualquier esfuerzo que pudo haber invertido Hamas para revertir la baja de su popularidad. Así, han cesado las críticas al gobierno liderado por Ismail Haniyeh, centradas en la alarmante situación económica y el caos alimentado por las luchas internas, y ya nadie habla de la posibilidad de una guerra civil, dado que los militantes del Fatah, la principal fuerza rival de Hamas, también se dedican exclusivamente a lucha contra la ofensiva israelí. Abbas, el presidente palestino y líder del Fatah, se vio obligado a archivar, por el momento, su programa destinado a reemplazar al gobierno del Hamas por otro que resulte potable para la “comunidad internacional” y para el gobierno de Israel. Hasta hace poco la ayuda a Abbas, que apuntalaría sus intentos de formar una alternativa a la conducción islamista, era una opción real promovida por el gobierno norteamericano, la UE, Egipto, Jordania, Arabia Saudita e incluso la Cancillería israelí. Esa apuesta incluía, también, el reclutamiento de soldados pertenecientes a divisiones del Fatah establecidas en Jordania, que se trasladarían a Cisjordania y Gaza con el visto bueno de Jerusalén.

En lugar de aprontarse para una disolución del gobierno liderado por el Hamas, Mahmud Abbas debe limitarse a efectuar llamamientos al Consejo de Seguridad de la ONU para que el organismo internacional ponga fin a la matanza que el ejército israelí viene perpetrando en Gaza. Otra vez, Abbas vuelve a sentarse a negociar con Hamas un gobierno de unidad.

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