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El mundo|Miércoles, 20 de diciembre de 2006
LA INDUSTRIA DEL DIAMANTE, CONTRA UNA PELICULA DE DICAPRIO

La nueva guerra de los brillantes

El film, aún no estrenado aquí, denuncia los millones de vidas que costó en Africa el tráfico de brillantes. La industria teme una baja de ventas justo en Navidad y salió a contragolpear.

Por Ana Carbajosa *
Desde Amberes, Bélgica
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Leonardo DiCaprio y Jennifer Connelly, protagonistas de la película Diamantes sangrientos.

Las alarmas se han disparado en la multimillonaria industria del diamante. La película Diamantes sangrientos, que explica cómo el contrabando de piedras preciosas financió los más brutales conflictos africanos, puso en jaque a los comerciantes de un lado y otro del océano, conscientes de que esta nueva entrega de Hollywood les puede hacer mucho daño. En Amberes, la ciudad belga por la que pasa el 80 por ciento de los diamantes brutos que se venden en el planeta, los comerciantes trabajan a destajo para minimizar las pérdidas en una industria que representa el 8 por ciento de las exportaciones de Bélgica.

En la película, el actor Leonardo DiCaprio y el resto del reparto cuentan cómo el contrabando de diamantes financió la guerra de Sierra Leona, en la que murieron entre 50.000 y 70.000 personas y otras 35.000 sufrieron amputaciones. Los comerciantes sostienen que eso es agua pasada y que desde 2002, el llamado proceso Kimberley auspiciado por la ONU contribuyó enormemente a reducir el mercado de diamantes sangrientos. Las ONG que supervisan el comercio mundial de diamantes no piensan lo mismo.

En una de las cuatro bolsas de diamantes de Amberes, el tráfico de hombres, maletín en mano, algunos de ellos esposados a la muñeca, es continuo. Indios, libaneses, africanos y miembros de la extensa comunidad judía entran y salen del flamante edificio en el que los importadores se encuentran con sus compradores para sellar acuerdos. El lugar se alza en el corazón del llamado barrio de los diamantes de esta ciudad flamenca, donde 30.000 personas se benefician directa o indirectamente del sector y que desde hace siglos alberga una gran comunidad judía.

Hileras de joyerías decoran las calles de este barrio, en el que se ve a muchos hombres vestidos de negro. Junto a los judíos ultraortodoxos están los indios, que entraron con fuerza en el mercado. Relucientes relojes, pulseras, anillos, camafeos, pendientes, adornan las vidrieras, engalanados con guirnaldas navideñas.

Allí se encuentra también el cuartel general del Consejo Mundial de Diamantes, la asociación de comerciantes. Se quejan de que la productora de Diamantes sangrientos haya elegido la Navidad, una de las épocas en las que más joyas se venden, para el estreno de la película en Estados Unidos. “Nos molesta mucho que hayan elegido estas fechas”, dice Philip Claes, portavoz del Consejo. Contrarrestar los efectos de la película les está costando “algunos millones de dólares”, tanto en Europa como en Estados Unidos, donde se vende el 50 por ciento de los diamantes del mundo.

La asociación batalló hasta el final para que en los títulos de crédito de la cinta apareciera su versión. Fracasado el intento, De Beers, la principal compañía del sector y el resto optaron por lavar su imagen a toda página y en forma de publicidad en los principales diarios estadounidenses. En los comercios, reparten folletos en los que destacan su trabajo de los últimos cuatro años para erradicar los diamantes sangrientos.

Los comerciantes sostienen que la película está ambientada a finales de la década del ’90 y que, desde entonces, la situación cambió radicalmente. “No vamos a negar algunas de las atrocidades que muestra la película, y que los diamantes tuvieron un papel, pero hoy, los diamantes sangrientos que se venden en el mundo no superan el uno por ciento. Esto demuestra que el proceso Kimberley funciona”, agrega la misma fuente.

Este mecanismo de certificación, puesto en marcha en 2002 y del que participan de forma voluntaria 71 países, está lejos de alcanzar la perfección. Los gobiernos que se adhieren al proceso se comprometen a verificar que los diamantes brutos que salen de sus países no proceden de zonas en conflicto y que el beneficio de su venta sirve para financiar grupos rebeldes. Los diamantes sangrientos financiaron guerras que acabaron con la vida de millones de personas en Angola, Sierra Leona, Liberia y República Democrática de Congo.

Esas mismas autoridades emiten un certificado que acompañará al diamante durante su camino hasta Europa, y después a Asia, donde la mayoría de ellos son procesados antes de volar después hasta Estados Unidos o de vuelta a alguna joyería europea, una vez pulidos. La ruta comienza en Africa, de donde procede el 70 por ciento de los diamantes.

“Es cierto que hubo progresos, pero no los suficientes como para garantizar que no habrá más diamantes sangrientos. La industria no está haciendo lo suficiente”, opina Anie Dunnebacke, de la ONG Global Witness, que impulsó el proceso Kimberley y que ahora permanece como observadora. En esa ONG están encantados con el lanzamiento “de una película de Hollywood dirigida al público en general”: los mismos potenciales consumidores que estas navidades recibirán un folleto explicativo cuando compren un diamante. Dunnebacke se pregunta, sin embargo, hasta qué punto todo esto le importa al consumidor.

* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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