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El mundo|Jueves, 28 de diciembre de 2006
LA VIOLENCIA ENTRE ISLAMICOS Y SECULARES SE EXTIENDE EN AFRICA OCCIDENTAL

Ayer Darfur, hoy Somalia, mañana Eritrea

Las luchas de poder en el Cuerno de Africa se originan en conflictos locales, pero a su vez se retroalimentan a través de alianzas y alineamientos con las potencias mundiales. Desde hace una semana ha estallado la violencia en Somalia.

Por María Laura Carpineta
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Prisioneros islámicos capturados por tropas del gobierno somalí, aliado de Etiopía.

La espiral de violencia se extiende por el continente africano. En la provincia sudanesa de Darfur hace tres años explotó una guerra entre fuerzas islámicas y tribus africanas. Hoy el enfrentamiento se repite en Somalia. Mañana puede ser Eritrea.

Para los países vecinos y para el mundo, el conflicto en Darfur se trataba sólo de una lucha de poder local. Sin embargo, los bandos fueron sumando aliados externos hasta involucrar a casi toda la región conocida como el Cuerno de Africa. Los gobiernos seculares de la región salieron en apoyo –aunque nunca lo oficializaron– de los rebeldes de Darfur. Ahora uno de estos gobiernos, el etíope, se lanzó en una cruzada militar para salvar al débil y casi inexistente gobierno de transición somalí del avance de los milicianos de las Cortes Islámicas. Este nuevo enfrentamiento entre fuerzas islámicas y movimientos cristianos o seculares fortaleció las alianzas tejidas alrededor del conflicto sudanés e, incluso, permitió sumar nuevos países a esta escalada de violencia que ya amenaza con desestabilizar a toda la región occidental de Africa.

El gobierno central de Sudán, dirigido por el presidente Omar Ahmad al Bashir, no tenía una buena relación con los gobiernos vecinos desde antes de que estallara el conflicto en Darfur. Los gobiernos seculares y pro occidentales de Chad, Etiopía, Uganda y Kenia mantuvieron siempre una relación distante, y en algunas ocasiones tensa, con el régimen islámico sunnita sudanés y sus alianzas con grupos como Hezbolá, Hamas, Al Qaida y gobiernos como el iraní y el sirio. Por eso, cuando las tribus de Darfur decidieron levantarse contra la represión y las imposiciones de Al Bashir encontraron en estos países sus principales aliados.

Según el gobierno sudanés, los rebeldes reciben constante ayuda financiera y militar desde el exterior. Tanto el presidente chadiano Idriss Déby como el primer ministro etíope, Meles Zenawi, han incluido al gobierno de Al Bashir dentro de la lista de enemigos a combatir en la globalizada guerra contra el terrorismo.

Para Etiopía, las Cortes Islámicas en Somalia también están en esa lista y, por eso, hace ya casi una semana sus aviones están bombardeando todo el sur del país. Pero la enemistad de estos dos países es mucho más antigua que la división del mundo que fomentan desde Washington. Al revés de lo que sucede ahora, a fines de la Guerra Fría, Somalia era el aliado de Washington, mientras Etiopía hacía de contrapeso soviético. Pero todo cambió con el golpe de Estado que derrocó al dictador Mohammed Siad Barré en 1991 y sumió al país en una guerra civil que todavía hoy continúa.

La anarquía y el avance de las fuerzas islámicas, sumadas al descubrimiento de vastas reservas de petróleo, le dieron una nueva importancia geopolítica a Etiopía, que llamó instantáneamente la atención de la Casa Blanca. Para 1993, los soldados etíopes ya peleaban hombro a hombro con los marines estadounidenses que habían desembarcado para imponer la paz en Somalia, un país estratégico por donde pasa casi el 15 por ciento del tráfico marítimo mundial. Pero las cosas no salieron como Washington esperaba. Trece marines murieron frente a las cámaras de televisión y el gobierno de Bill Clinton tuvo que retirar a sus hombres. Este episodio le dio fama mundial a la crisis somalí y marcó el cambio de estrategia estadounidense. A partir de ahí, Washington se dedicó a financiar y entrenar a los soldados etíopes para que sean ellos los que peleen la próxima vez.

Mientras la invasión etíope reforzó la alianza de los países seculares y pro occidentales del Cuerno de Africa, también provocará la inclusión de nuevos países africanos a esta inestabilidad regional. El más importante es Eritrea, el pequeño estado al norte de Somalia que goza de una estratégica salida al Mar Rojo. A pesar de no ser un gobierno islámico, Eritrea es el principal enemigo de Etiopía en la región. Desde la descolonización, este último ha intentado incorporarlo como una provincia. Sus esfuerzos, nada diplomáticos, provocaron dos guerras.

Esta rivalidad se tradujo en los últimos tiempos en el apoyo económico y militar a las Cortes Islámicas de Somalia, que también gozan de la ayuda encubierta de los gobiernos iraní y sirio.

La entrada de Eritrea podría sumar a este clima de tensión a sus socios comerciales en la región, Libia y Egipto, y en el mundo, Alemania y Francia. A ninguno de ellos le convendría que el puerto de Eritrea quedara inutilizado por una guerra o una agresión externa. Como tampoco estarán felices muchos países europeos y asiáticos si los combates se extienden a toda Somalia y afectan sus puertos.

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