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El mundo|Viernes, 9 de marzo de 2007
PASA LA NOCHE EN EL HILTON DE SAN PABLO. VISITARA UNA PLANTA DE ETANOL

Bush llegó a Brasil para mostrarse con Lula

Mientras decenas de miles de manifestantes protestaban en el centro de San Pablo, Bush aterrizó anoche en Guarulhos, se subió a su limusina y partió con rumbo a su hotel. Hoy se reunirá con su par brasileño para almorzar, visitar una planta y firmar acuerdos para el desarrollo bioenergético.

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George W. Bush, presidente de Estados Unidos, y su esposa Laura, en la escalinata del Air Force One, anoche en San Pablo.

George Bush llegó a la región. El presidente estadounidense hizo su primera escala anoche en San Pablo, acompañado por su esposa Laura y por una numerosa comitiva. Vigilado por miles de soldados, estadounidenses y brasileños, Bush se subió a una limusina en el aeropuerto de Guarulhos y fue directo a su hotel cinco estrellas. La ruta marcada por el inédito dispositivo de seguridad no pasaba ni cerca de la avenida Paulista, por donde treinta mil personas repudiaban su presencia. La protesta terminó con diecinueve heridos leves y seis detenidos. Esta y una pequeña manifestación frente a la embajada estadounidense fueron sólo la antesala de una serie de protestas, que buscarán paralizar el principal centro urbano y económico de Brasil.

La multitudinaria manifestación había comenzado como una marcha en conmemoración del Día Internacional de la Mujer. Todas las asociaciones feministas estaban allí, reivindicando la igualdad de género y pidiéndoles a las autoridades brasileñas que pongan fin a la violencia contra la mujer –una mujer es agredida cada 15 segundos–. Pero a la tarde, la inminente llegada de Bush comenzó a apoderarse de la marcha. Distintos grupos de izquierda, como el Movimiento de los Sin Tierra (MST), y organizaciones de derechos humanos se sumaron a la protesta con consignas que claramente excedían las reivindicaciones de las feministas: “Abajo el terrorista Nº 1 George Bush” y “Fuera Bush de Irak”. Incluso las mismas feministas quedaron presas del fervor antiimperialista. “Las mujeres manifestamos para decirle no al imperialismo norteamericano, no al neoliberalismo y no a la dominación de un pueblo sobre otro”, aseguró María Fernanda Marcelino, una de las organizadoras de la marcha.

Pero seguramente, Bush no escuchó ni un solo grito. Su limusina lo dejó directamente en el Hotel Hilton, que en los últimos días se convirtió en una fortaleza custodiada por cientos de soldados y baterías antiaéreas. Allí lo pasará a buscar hoy al mediodía Luiz Inácio Lula da Silva, para almorzar y luego recorrer las instalaciones de un depósito de etanol en Guarulhos. A unos 40 kilómetros de allí, en el centro de San Pablo, los militantes de izquierda, los organismos de derechos humanos y miles de brasileños que no apoyan las guerras en Irak y Afganistán estarán nuevamente bailando, cantando y gritando en las calles contra la presencia de Bush, y algunos también contra lo que consideran una alianza entre el presidente estadounidense y Lula.

La jefa de Gabinete de Lula, Dilma Rousseff, intentó calmar los ánimos de estos grupos, algunos incluso dentro del gobernante Partido de los Trabajadores (PT). La funcionaria aseguró que la visita de Bush no significa un alineamiento con Washington ni va en detrimento de la amistosa relación que el gobierno mantiene con el del venezolano Hugo Chávez, enemigo declarado del huésped de Lula. “La posición de Brasil es clara. No creemos que existen relaciones excluyentes. Establecemos relaciones tanto con Estados Unidos como con los demás países latinoamericanos, incluyendo a Venezuela”, explicó la ministra. En medio de un clima de pesimismo sobre los resultados que tendrá la visita, reiteró que el gobierno no cederá ante las cuestiones consideradas esenciales para el desarrollo del país. “No es posible que Brasil no defienda el derecho a vender el etanol nacional, que es el más competitivo”, señaló.

No todos en Brasil apoyan el posible acuerdo de biocombustibles con Estados Unidos. El principal interesado de que este acuerdo no se cierre es el MST, una rama importante de la base social que le permitió a Lula ser reelegido a fines del año pasado. Esta organización sostiene que el acuerdo con Estados Unidos reduciría los espacios disponibles para la reforma agraria y la agricultura familiar, ya que obligaría a ocupar 22 millones de hectáreas con cultivos de caña de azúcar, la materia prima que utiliza Brasil para producir etanol. “Queremos tierra para producir alimentos, y no alcohol para Estados Unidos”, afirmaba uno de los carteles exhibidos durante la manifestación anti-Bush de ayer.

Según el MST, de aprobarse el acuerdo y ampliarse la producción cañera, miles de campesinos se verían forzados a encontrar refugio en las ya sobrepobladas y extremadamente peligrosas favelas de las grandes ciudades. El MST también advirtió sobre las consecuencias que el plan bioenergético tendría sobre la biodiversidad en la cuenca del Amazonas. “El posible éxito de ese plan sería una tragedia para la agricultura tropical. Transformaría grandes extensiones de nuestras tierras en inmensos monocultivos, sólo para impulsar los automóviles”, advirtió Irma Ostrosky, dirigente de la organización campesina.

Ajeno a todo este debate, por lo menos en lo que concierne a Brasil, Bush podrá observar desde el ventanal de su suite en el Hilton una de las favelas más grandes de ese país. Un espectáculo que no podrá ser evitado, ni siquiera por los 2800 policías, los 1200 militares y el ejército de agentes secretos estadounidenses traídos para que el presidente norteamericano conozca solamente las calles limpias y sin tráfico de San Pablo.

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