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El mundo|Domingo, 18 de marzo de 2007
SEÑALES DE RUSIA, EUROPA, ARABIA SAUDITA Y HASTA EE.UU.

Cede el boicot contra Palestina

A pesar de la cerrada negativa de Israel de aflojar el cerco económico y migratorio sobre Palestina hasta tanto no se cumplan las condiciones de la comunidad internacional, sus aliados mantienen contactos con sectores afines del gobierno de unidad.

Por Sergio Rotbart
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El bloqueo palestino ahogó al gobierno de Hamas y desató una crisis humanitaria en Gaza.

Desde Tel Aviv

Israel no reconocerá al nuevo gobierno palestino de unidad ni mantendrá contactos con sus representantes, aunque éstos sean miembros de Fatah. Así lo declararon la Oficina del Primer Ministro y el Ministerio de Relaciones Exteriores en Jerusalén, aclarando que la negativa israelí se basa en la falta de disposición del nuevo gabinete palestino a aceptar las condiciones que exige el Cuarteto (el bloque diplomático que integran los Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la ONU): el rechazo de la vía violenta, el reconocimiento del Estado de Israel y de los acuerdos firmados por la OLP. “Nosotros esperamos que la comunidad internacional sostenga firmemente sus principios y rechace cualquier contacto con un gobierno que le dice no a la paz y a la reconciliación”, dijo Mark Reguev, vocero del Ministerio de Exterior. Con todo, el premier israelí, Ehud Olmert, continuará el canal de diálogo con el titular de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbas (Abu Mazen).

Si hasta ahora el no reconocimiento israelí al gobierno de Hamas estuvo en concordancia con el embargo decretado contra la instancia palestina por la comunidad internacional, ahora, ante un gabinete de “unidad nacional” patrocinado por Arabia Saudita, difícilmente esa confluencia de intereses entre la posición israelí y algún tipo de consenso multilateral pueda mantenerse intacta. Los primeros indicios de un resquebrajamiento de esa alianza los ha dado Rusia, que expresó su disposición a desbloquear las relaciones con el nuevo gobierno palestino, y Francia y Gran Bretaña que, aunque de manera más ambivalente, también se pronunciaron en ese sentido. Incluso el gobierno norteamericano, de acuerdo con algunas fuentes, mantendrá relaciones extraoficiales con el designado ministro palestino de Economía y asesor financiero de la OLP, Salam Fayyad, aun cuando el gobierno del que formará parte no esté dispuesto a rechazar la oposición armada ni a aceptar los acuerdos de paz firmados entre la OLP e Israel.

La intervención saudita en la formación del nuevo gobierno palestino, resultado del acuerdo firmado entre los dirigentes de Fatah y de Hamas en La Meca días atrás, fue decisiva y es una clave para entender la envergadura del esfuerzo invertido en esta iniciativa por parte del principal estado árabe interesado en crear un bloque capaz de frenar las aspiraciones hegemónicas de Irán. El rey de Arabia Saudita Abdullah, anfitrión de la cumbre de reconciliación celebrada en La Meca, le prometió al titular de la AP, Abu Mazen, que no lo dejaría solo ante un paso que implica un reto no sólo para la política norteamericana ante su rival político, Hamas, sino también para sus propios correligionarios de Fatah, muchos de ellos reacios, hasta el último momento, a tragar la píldora de la unidad nacional. Dándole a su gesto el respaldo material verdaderamente aliviante para su interlocutor, Abdullah ordenó transferir de inmediato a la AP 650 millones de dólares y se comprometió a que la suma final de la ayuda llegará al billón de la misma moneda. Para que ese dinero llegue a los territorios palestinos, los sauditas deberán convencer a las autoridades norteamericanas pertinentes a que levanten el embargo que rige contra las cuentas bancarias del gobierno palestino.

Cuando el premier israelí, Ehud Olmert, dijo la semana pasada que él veía “elementos positivos” en la iniciativa saudita, a la que su gobierno debe “considerar muy seriamente”, no se refería, claro está, al pacto entre Fatah y Hamas firmado en La Meca, sino a la iniciativa de paz del rey Abdullah adoptada por la Liga Arabe en la cumbre de Beirut de 2002. Ese programa aspira a la normalización de las relaciones entre todos los países árabes con Israel a cambio de que este último se retire de los territorios palestinos ocupados desde 1967, incluido Jerusalén oriental, destinada a ser la capital de un futuro estado palestino independiente. Además, la iniciativa saudita contempla una “solución justa y acordada” del problema de los refugiados palestinos conforme con la resolución 194 de la ONU. Olmert, quien recientemente afirmó, en un gesto algo inusual, que es un “primer ministro no popular”, como lo indican las encuestas (el grado de confianza que los israelíes le brindan, de acuerdo con un último sondeo, es del 2 %) habló favorablemente de la iniciativa saudita dos días después de que el jefe de la oposición, Benjamin Netanyahu, hiciera algo parecido en una entrevista periodística, intentando superar al premier por la izquierda. Pero, al margen de las motivaciones político-sectoriales, lo cierto es que la negativa de hablar con el nuevo gobierno palestino y, al mismo tiempo, ver con buenos ojos el plan de paz diseñado por el rey Abdullah se convertirán, en muy poco tiempo, en los términos de una flagrante contradicción. Ello se debe a que la Liga Arabe volverá a tratar la iniciativa saudita el próximo 28 de marzo en Riyadh, y en esa cumbre participarán representantes de Hamas en el nuevo gabinete palestino, que es, no está de más repetirlo, producto de otra iniciativa saudita. En esa reunión, por lo tanto, ambos programas se fusionarán en uno solo, que será rubricado por los países miembros de la Liga Arabe.

Ehud Olmert muestra ahora un súbito interés por añadirle a su estrategia de gobierno, centrada en la supervivencia tras la debacle del Líbano, algún “horizonte negociador” que llene, de alguna manera, el vacío de posguerra. En lugar de buscarlo aquí nomás, al alcance de la mano, tras las posibilidades que se abren con la formación del nuevo gobierno palestino, el premier israelí prefiere esquivar el camino directo y tomar un nuevo atajo que, como lo demuestran los abundantes ejemplos del pasado, seguramente conduce al abismo.

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