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El mundo|Jueves, 31 de mayo de 2007
ISLAMABAD ESTA EN LA MIRA DE ESTADOS UNIDOS A PESAR DE SER UN ALIADO CLAVE

Osama crece en Pakistán y recluta en Europa

Al Qaida se está organizando en las regiones tribales fronterizas con Afganistán. Todas las pistas llevan al norte y sur de Waziristán. Según analistas, la red terrorista está cultivando conexiones y relaciones en Medio Oriente, norte de Africa y Europa.

Por Angeles Espinosa *
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Al Qaida ha resurgido en la frontera afgano-paquistaní pese a la caída de los talibanes afganos.

La amenaza de Al Qaida sobre Occidente se hace cada día más firme. Mientras los talibanes recuperan los territorios perdidos en Afganistán tras el 11-S, la organización terrorista de Osama bin Laden campea a sus anchas por Pakistán, se extiende por diversos países –desde Somalia al Magreb– y recluta en Europa, para su ejército mundial, a jóvenes musulmanes no integrados en los países de acogida. Su gran baza es el estrepitoso fracaso de la política de EE.UU. en Medio Oriente y Afganistán, que incluye desde la invasión de Irak y la conversión de este país en un campo de entrenamiento de terroristas suicidas hasta la incapacidad estadounidense para reconstruir tanto Irak como Afganistán.

Pakistán está en el punto de mira de EE.UU. A pesar de tratarse de un aliado clave en su “guerra contra el terrorismo”, declaraciones públicas y filtraciones oficiosas han empezado a cuestionar, si no su cooperación, sí su estrategia antiterrorista. La incapacidad del gobierno de Pervez Musharraf para controlar las regiones tribales fronterizas con Afganistán y el efecto rebote desencadenado en Irak están permitiendo el resurgimiento de Al Qaida. Todos los analistas consultados coinciden en que el grupo de Bin Laden está organizándose en Pakistán, luchando en Irak y reclutando en Europa.

¿No se había debilitado a Al Qaida hasta casi anularla? Oficialmente, era el único logro indiscutible de la campaña que Estados Unidos lanzó a raíz el 11-S, tras el fiasco de Irak y la falta de avances en Afganistán. Sin embargo, en los últimos meses han aumentado los indicios de un resurgir del grupo terrorista. Investigaciones policiales y judiciales han encontrado sus huellas en, entre otros, la trama de los atentados contra el metro de Londres de julio de 2005 y el complot para hacer estallar 10 aviones con explosivos líquidos desmantelado el verano pasado. Todas las pistas llevan a Pakistán, o más concretamente a las regiones tribales de su frontera con Afganistán.

“Bin Laden está reconstruyendo Al Qaida”, titulaba llamativamente el pasado domingo una información de The New York Times. Fuentes de los servicios de información y de la lucha contra el terrorismo de EE.UU. sostienen que, desde Pakistán, la cúpula del grupo ha logrado restablecer un control significativo sobre la red terrorista y establecer una serie de bases de entrenamiento, incluida una que “puede estar entrenando a agentes capaces de atacar objetivos occidentales”.

Analistas independientes reconocen la gravedad de la amenaza que continúa representando Al Qaida, pero niegan que se haya producido un cambio repentino. “No hay nada nuevo, pero la presión (de EE.UU.) sobre Pakistán está creciendo mucho ante la esperada ofensiva de primavera de los talibanes para la que la OTAN no está preparada y armada de forma adecuada”, señala desde Lahore Ahmed Rashid. El autor de Los talibán recuerda que EE.UU. no ha logrado reunir todas las tropas y helicópteros que deseaba de sus socios en esa alianza militar.

“Al Qaida ha resurgido, en tanto organización terrorista, en las áreas tribales de Pakistán, concretamente en el norte y sur de Waziristán, pero no es un proceso que haya ocurrido de súbito, sino que venía desarrollándose desde hace ya tiempo”, admite por su parte Fernando Reinares, director del Programa sobre Terrorismo Global del Real Instituto Elcano. Aunque para este analista “no está claro que Al Qaida disponga allí de la infraestructura y los recursos suficientes como para planificar y ejecutar con éxito grandes atentados”, en su opinión sí cuenta con “instalaciones para adoctrinar y entrenar a potenciales terroristas, de origen paquistaní o foráneo, también europeo”.

La novedad es sin duda el cambio de actitud de Washington. En contraste con el triunfalismo del presidente Bush el pasado octubre (“Estamos ganando. Al Qaida está en fuga”), John Negroponte reconoció el pasado enero que persiste la amenaza. En su evaluación anual de riesgos aún como jefe de todas las agencias de Inteligencia, hizo oficial lo que ya era un secreto a voces en Islamabad y Kabul, que esa organización ha encontrado escondites “seguros” en Pakistán y “está cultivando conexiones y relaciones” en Medio Oriente, norte de Africa y Europa. Esa inusitada crítica a su aliado revelaba la frustración estadounidense por la falta de resultados.

El problema de fondo es la peculiar cultura jihadista que se ha instalado en Pakistán durante las últimas décadas. Después de años de utilizar a los grupos radicales islámicos para avanzar en sus objetivos en Cachemira o en Afganistán, esa ideología ha penetrado amplias capas de la sociedad paquistaní. Pero, además, algunos observadores interpretan que el ejército no termina de pacificar la zona fronteriza porque quiere guardarse una carta en la manga frente a su vecino del oeste.

En cualquier caso, el enfoque puramente militar del problema no da frutos. Al contrario, está alentando el extremismo. Las decisiones unilaterales del ejército ignoran a la población local, predominantemente pastún. Mientras Islamabad no aclare sus relaciones con esa comunidad que se divide a ambos lados de la Línea Durand (la frontera internacional que Afganistán nunca ha reconocido) y por ende con Kabul, cualquier solución será transitoria. Y ocho años después del golpe de Estado de Musharraf, muchos dudan de que un gobierno militar pueda conseguirlo.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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