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El mundo|Domingo, 19 de agosto de 2007
UNA SITUACION CAOTICA EN LAS CIUDADES DESTRUIDAS POR EL TEMBLOR

“Toda la noche escuchamos balazos”

Hay muy serios problemas en el reparto de la mucha ayuda recolectada en Perú y llegada del extranjero. Enviaron tropas a Pisco por los violentos asaltos y saqueos. Hasta robaron en el hospital, lleno de víctimas. Una situación que escapa del control oficial.

Por Carlos Noriega
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Con armas de combate, militares tratan de poner orden en las ciudades destruidas.

Desde Lima

La del viernes fue otra noche de terror. Esta vez el miedo no llegó con el violento movimiento de la tierra, como el pasado miércoles, sino con la falta de seguridad en las calles devastadas y con el caos que se apoderó de las ciudades y pueblos brutalmente golpeados por el terremoto, ante la incapacidad de las autoridades para organizar el reparto de la ayuda humanitaria. Fue una noche de oscuridad total, de asaltos, saqueos, desesperación y de mucho miedo. Las calles, cubiertas de escombros y de olor a muerte, se convirtieron en tierra de nadie. La inseguridad fue total. Aunque el gobierno insistía en que la situación estaba bajo control, el sábado continuaron los saqueos, los robos y los asaltos a los camiones que llevaban ayuda. Y el reparto de comida, agua, carpas y frazadas, que los damnificados piden con gritos llenos de angustia, continuó siendo dramáticamente deficiente.

Al espanto y al dolor por la tragedia, siguió la desesperación por la falta de ayuda. “Los niños se están muriendo de hambre. Necesitamos agua. Ayúdennos por favor. Nos han abandonado”, clamaba entre lágrimas una señora frente a una cámara de la televisión. Cada vez que alguien veía a un periodista, se acercaba a contarle su tragedia y a repetir la misma historia de que la ayuda no les llega y que no tienen nada. Se desesperan exigiendo comida, agua y algo para abrigarse durante las frías noches, cuando la temperatura baja hasta los diez grados, que deben pasar a la intemperie. Y esa desesperación ha dado paso a la rabia, a los reclamos por la falta de ayuda, y a los saqueos en busca de agua y comida. Entre los desesperados damnificados que buscan en cualquier lugar los víveres que las autoridades no les llevan, se mezclan delincuentes que, aprovechando el caos, la falta de luz y la ausencia de policías, la noche del viernes recorrieron en grupos las calles asaltando a los damnificados. La noche del terremoto escaparon 600 presos de la cárcel de Chincha, que se derrumbó. La policía envió unidades especiales a buscarlos, pero la gran mayoría sigue en las calles y esa presencia agudiza el miedo de la gente.

“Fue una noche violenta, durante la cual todos nos hemos sentido indefensos. Pasaban turbas de entre 30 y 40 personas robando las pocas cosas que la gente ha logrado rescatar de sus casas caídas. Toda la noche hubo gritos y se escucharon balazos. Algunos pobladores cuyas casas se han mantenido en pie, aunque seriamente dañadas, impidieron con disparos al aire que ingresen a sus casas. Pero los damnificados que han perdido sus casas y están en la calle fueron las víctimas de estas turbas. Se llevaron las pocas cosas que habían logrado rescatar de los escombros. Hubo mucha desesperación y pánico. No había policías”, le relató a Página/12 desde Chincha, una de las tres ciudades devastadas por el terremoto, Carlos Bustamante, abogado de 37 años. “Esto es un desastre –continúa– solamente en mi calle han muerto cuatro personas y el 80 por ciento de las casas se ha derrumbado. Mi casa, felizmente, ha quedado en pie, pero los muros perimétricos se han caído y toda la noche hemos estado cuidando que no se metan a robar. La gente habla que estas turbas están formadas por los delincuentes que se escaparon del penal de Chincha que se cayó.” Durante el diálogo telefónico con este diario –las comunicaciones han comenzado a restablecerse lentamente–, Bustamante aseguró que la ayuda no llega y la gente está desesperada. “La ayuda que ha llegado la han centralizado en el coliseo de Chincha, pero no la reparten. Parece que no tienen la capacidad de hacerlo. Entregan alguna ayuda a quienes van al centro de Chincha, pero no llega nada a las zonas más apartadas. Mi casa está en el barrio de Sunampe y aquí no ha llegado nada de ayuda y ninguna autoridad ha venido”, aseguró Bustamante, contradiciendo la versión oficial de que la ayuda se está repartiendo con normalidad.

Esta versión de lo que ocurre en la zona de la catástrofe coincide con la de todos los pobladores de esa parte del país, que a lo largo del sábado fueron entrevistados por la televisión y los programas radiales. “Toda la noche hubo balaceras. Han venido a saquear entre las ruinas. Estamos muy asustados. Nuestra casa se ha caído, no tenemos nada y nos estamos muriendo de sed porque no hay agua. Nadie ha venido aquí con ayuda. Estamos abandonados en las calles”, era el estremecedor relato de una pobladora de la villa miseria Señor de Luren, de Ica, mientras mostraba las ruinas de lo que fue su casa de barro. En Ica, los pobladores intentaron saquear gaseosas de un restaurante chino. La policía logró controlar a la multitud luego de anunciar que repartiría las gaseosas del restaurante. En Chincha los asaltos no perdonaron ni el hospital, abarrotado de heridos. La noche del viernes el hospital fue asaltado por una turba.

Las historias de asaltos y saqueos, de desesperación y abandono, se repetían una tras otra. En esa zona del Perú todos tienen un drama que contar. Mientras buscaban desesperadamente un poco de comida y de agua, los pobladores de Pisco, Ica y Chincha seguían enterrando a sus muertos.

Pero el presidente Alan García parecía ver una realidad muy distinta al drama relatado una y otra vez por los sobrevivientes al terremoto. Para el presidente las cosas marchan normalmente; la ayuda está llegando según lo esperado y los saqueos no son un problema. Ante las críticas por la desorganización en el reparto de la ayuda, García se defendió disparando contra las víctimas del terremoto: “Los damnificados están exagerando cuando reclaman que la ayuda no les llega. Hay gente que reclama por molestar”. A pesar de lo contundente de las evidencias, García no reconoció errores en el reparto de la ayuda, Y tampoco quiso admitir que había problemas de seguridad, negando los repetidos relatos de saqueos y asaltos, y asegurando que el gobierno tenía la situación controlada. Pero bastaba hablar con quienes viven en la zona del desastre, o escuchar sus dramáticos testimonios en la televisión y la radio, para entender que las cosas distan mucho de estar bajo control. Aunque les restó importancia a los saqueos y asaltos, el presidente peruano anunció que el gobierno estaba enviando a la zona del terremoto refuerzos policiales y militares. García no ofreció mejorar el reparto de la ayuda, pero sí prometió mano dura contra los saqueadores. “Hemos enviado más militares y policías y les hemos dado la orden de que actúen con la mayor firmeza. Así que la población ya está advertida y que se atenga a las consecuencias”, señaló en tono amenazante.

Con este gesto de firmeza, García parecía querer ocultar la incapacidad de repartir la ayuda, organizar a la población damnificada y controlar la situación que se ha desbordado en un caos generalizado. El problema no es la falta de ayuda –está llegando mucha del extranjero y los peruanos se han movilizado masivamente– sino la incapacidad de las autoridades para repartirla. Ni siquiera se hizo todavía un censo de damnificados.

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