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El mundo|Sábado, 1 de diciembre de 2007
EN CARACAS, EN EL DIA DEL GRAN ACTO POR EL SI

Primeras impresiones venezolanas

Los medios melancólicos,la oposición que se siente fuerte, la megaplaza de Chávez, el curioso rol de los estudiantes que no quieren gobernar la universidad, una charla en el subte y un discurso cortado con canciones.

Por Santiago O’Donnell
desde Caracas
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Hugo Chávez va por todas las fichas. No se trata de forjar acuerdos con personas que piensan distinto sobre una base de acuerdos mínimos para terminar como Salvador Allende o como Evo Morales. Para Chávez, las cosas por su nombre: los oligarcas son oligarcas, las camarillas son camarillas, los que se la llevan toda a Miami, se la llevan a Miami. Por la tele, por la calle y en el café lo dicen así, con crudeza, pero sin levantar la voz, porque al fin y al cabo nadie tiene por qué ofenderse: el obispo es un oligarca, Fedecámaras miente, los rectores de la universidad son camarilleros, los líderes estudiantiles opositores, burgueses y pequeñoburgueses capitalistas y por ahí reaccionarios.

Socialismo

La reforma constitucional que se vota hoy no es para los flojos de estómago. Dice bien clarito que Venezuela va a ser socialista. Las Constituciones liberales y socialdemócratas nunca son tan honestas. Nunca dicen que la cancha está inclinada. Acá la cosa está clara. Si gana el Sí habrá reforma universitaria y en los consejos el voto del rector valdrá lo mismo que el del profesor, el del estudiante y el del ordenanza que limpia el piso de las aulas. Caracas volverá a ser distrito federal y Chávez nombrará al “gobernador federal”. Las misiones que han traído salud y educación por primera vez al interior venezolano tendrán rango constitucional. Los alcaldes perderán gran parte de su presupuesto y se crearán consejos comunales para guiarlos en la gestión. Seguro social para todos, hasta los trabajadores en negro. Propiedad privada para la vivienda y habrá que interpretar qué significan los “usos y bienes” que menciona la reforma.

Todo esto es lo que se discute sin mucho debate porque cada bando usa sus propios medios y a veces no parece tener muchos puntos de contacto en una sociedad donde la polarización es evidente, pero no parece que haya grandes problemas de convivencia. Anteayer cientos de miles de simpatizantes del No llenaron una avenida de la capital para el cierre de campaña sin que se registraran incidentes. Ayer pasó lo mismo con los chavistas. El rojo reemplazó al azul y se dijo exactamente lo contrario a lo que se había escuchado la tarde anterior y en ninguna de las dos se registró el más mínimo incidente.

Los medios

Los analistas de los diarios y noticieros opositores tienen cierta tendencia a victimizarse. En Globovisión había uno el viernes por la noche que se dirigía al “señor presidente” con mucho respeto. Decía que era injusto que los llame oligarcas por el mero hecho de pensar distinto, que pedía apenas la posibilidad de expresar sus puntos de vista sin sentirse intimidado, que si triunfaba el No, como esperaba, había que darle al señor presidente la posibilidad de reflexionar, de terminar con la división de los venezolanos.

Pero acto seguido, con tono intimista, deslizó que en el fondo los chavistas saben que su líder es un autoritario que quiere quedarse para siempre y que de a poco se van cambiando de bando. Como la ex de Chávez, Marisabel, que en estos días sale mucho en los diarios y la tele que apoya al No. En distintos reportajes dijo que se separó por razones estrictamente políticas, pero sin dar muchos detalles y dejando la impresión de que la cosa pasó por otro lado.

Más allá de lo que diga Marisabel, lo que queda claro es que la oposición quedó conforme con su golpe de efecto en la campaña.

La rara oposición

La marcha de la oposición llenó por primera vez la Avenida Bolívar, el equivalente simbólico venezolano a llenar Plaza de Mayo. Aunque no gane mañana, es casi seguro que va a mejorar su performance del 39 por ciento y con eso se puede dar por contenta. Pero además ha parido un nuevo liderazgo, el del movimiento estudiantil, los protagonistas del acto del jueves ayer.

Sus caras más visibles son liberales de universidades privadas como Freddy Guevara y Yon Goicochea, pero también incluyen a estudiantes de universidades públicas que se consideran la verdadera izquierda, como Stalin González, que ayer tenía la casilla de mensajes repleta tras sus reportajes con la prensa internacional. Lo que no podrán negar esos estudiantes es que suena medio raro ver a los estudiantes liderando la oposición contra un gobierno que se dice socialista, para frenar una reforma que virtualmente pone la universidad en manos suyas y de los empleados, como tantas veces han reclamado las agrupaciones estudiantiles de izquierda en la Argentina.

Primera impresión

La primera impresión al llegar a Venezuela es que acá se discuten cosas mucho más serias que lugares en listas. No es que todo el mundo anda de acá para allá con el librito de la reforma chavista, citando artículos e incisos. No es fácil conseguir el librito en la calle, hay que caminar. Lo que acá se pebliscita es lo que dice y representa Hugo Chávez. Si gana el sí habrá más igualdad y solidaridad, y menos libertad individual. La tendencia parece favorable al Sí, pero no le sobra nada. Entonces se discute. En la tele, en la calle, en el café. Se discute sobre lo que uno quiere y lo que a uno le conviene, y sobre el verdadero sentido del pacto social de la democracia.

Los del Sí

“Y la llenamos sin autobuses”, había gritado a seis columnas el diario opositor El Nacional en su edición de ayer, felicitándose por el exitoso cierre del No. Pero ayer mismo el chavismo no sólo llenó la Bolívar, la reventó, derramando olas de gente a tres cuadras a la redonda, haciéndola intransitable para el paso humano unas cinco cuadras antes de llegar al palco. Había micros, claro que sí, pero uno pudo contar no más de cinco o seis porque se perdían en la multitud. Estaba el que decía “Barrio Diez, Paraíso Bolivariano”, el de “PDVSA Anzoátegui” y el de la “Universidad Nacional y Experimental Simón Rodríguez”. Pero los acarreados eran difíciles de distinguir. Todo el mundo charlaba, bailaba y levantaba las anos cuando sonaba el hit “¡A la reforma sí sí sí!” Corría la cerveza, pero no mucho. Con el correr de las horas el asfalto de la Bolívar se llenó de botellas de vidrio y latas de aluminio. Nadie se agachó a recogerlas.

El compañero Picón

Para llegar a la Bolívar se puede ir en micro, pero también se puede ir en subte por la línea roja, que cuesta treinta centavos de dólar por el boleto ida y vuelta, y que tiene un aire acondicionado que ni los mejores taxis de Buenos Aires. Llamaba la atención la presencia de Walter Picón, un hombre morrudo en remera y shorts que se apoyaba en dos muletas. Su pierna izquierda estaba vendada y de ella sobresalían cuatro enormes clavos de platino. Lo acompañaba un amigo. “Nosotros somos de Esquina Caliente, somos personas que nos juntamos para hacer la revolución. El 6 de junio del 2004 la oposición me tiró una Bronco encima y quedé así”, dijo Picón, de 42 años. Contó que había sido gremialista, “delegado de la construcción”, pero que desde el incidente no trabaja y lo mantienen sus tres hijos. “El gobierno me dio 56 millones de bolívares para que no pierda la pierna. Pude comprar estos aparatos (los clavos) que vienen de Italia, creo.”

Como muchos chavistas, Picón parece obsesionado con “la oposición”. “La gente lleva la revolución en la sangre y lucha cada día contra el sabotaje de la oposición”, explicó. “Mira los empresarios de la industria alimentaria, de la leche. Gracias a países amigos como Argentina y Brasil pudimos conseguir la leche. Ojalá que con Cristina Kirchner no cambie lo que ha sido Néstor para Venezuela.”

Picón dice que Chávez es invencible. “La única forma que lo van a sacar es si lo tumban. Yo vivo en un barrio y el 80 por ciento de la gente está con Chávez. Yo estoy acá pero hay mucha gente como mi tío y mi papá que no les gusta venir, pero igual votan por Chávez.” Cuando subió las escaleras del subte y vio la multitud, Picón sonrió de oreja a oreja. “Mira lo que es esto”, dijo, apurando el paso con sus brazos. La Bolívar era un festival de remeras rojas, gorras rojas, plátano frito, musculosas rojas, algún corpiño rojo, puestos de cerveza helada, grupos tocando en vivo, parejas bailando el meneaito. Más que una marcha política parecía Independiente festejando el tricampeonato mientras espera el discurso del Bocha para coronar la ocasión.

Habla Chávez

Los discursos de Chávez son como los partidos de béisbol, el deporte nacional venezolano. Se escuchan, pero la atención va y viene con la cadencia de sus historias, algunas lejanas, otras que tocan el corazón. De repente se pone picante, como cuando amenaza con castigar a las empresas españolas (“yo tengo la lista”) si el rey no le pide disculpas. O cuando acusa a Uribe de no tener “coraje”. Pero de repente irrumpe con una canción y no se puede decir que canta horrible porque le pone mucho entusiasmo y corazón, digamos como el Teto Medina en sus mejores días. Pero pasa la broma, se pone serio y explica por qué hace falta la reelección indefinida. Trae a sus hijos y dice que quiere ser un hombre común. Y después dice que se va a quedar hasta el 2050, si lo dejan, y se larga a cantar otra vez, esta vez con la gente y una que conocen todos. Y dice que la oposición debe respetar el resultado: “El que juega al béisbol siempre tiene que aceptar lo que dice el umpire, el que va a una pelea de boxeo tiene que aceptar al árbitro, el que juega al fútbol, si le sacan tarjeta roja se tiene que ir. La oposición escuálida es la única en el mundo que dice que va a participar pero no reconoce el árbitro”.

Y de repente suena el clarinete y Chávez arenga “¡Hasta la victoria siempre! ¡Viva la República Bolivariana! ¡Viva el socialismo!” y un par de vivas más. Y todo termina cuando Chávez calla y se va.

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