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El mundo|Domingo, 13 de enero de 2008
OPINION

Una guerra sin ganadores

Por Luis Bruschtein
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”Que Dios ilumine al presidente Uribe”, invocó Cristina Kirchner en su discurso de asunción. Enfocado por las cámaras, el mandatario colombiano permaneció impasible, pero evidentemente incómodo por la referencia al canje de rehenes en su país. Al día siguiente, el primero de su mandato, la flamante presidenta se reunió por separado con Uribe y con la madre de Ingrid Betancourt, Yolanda Pulecio. Blanco sobre negro, el kirchnerismo indicaba que había decidido algún tipo de participación en el proceso de liberación de los rehenes de las FARC, un escenario lleno de dificultades y que venía sufriendo varios tropiezos.

Incluir la mención de los rehenes en el discurso había sido un gesto fuerte. Ya desde antes, la diplomacia del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, había sondeado al gobierno argentino para conformar un grupo de países latinoamericanos y europeos que actuaran como “facilitadores”, “garantes” o “veedores” en algún tipo de acuerdo entre las partes en el conflicto en Colombia por los rehenes. España y Suiza ya habían anunciado su predisposición a participar.

Pocos días antes, en la última semana de noviembre, Alvaro Uribe había desbaratado las primeras gestiones del venezolano Hugo Chávez con Sarkozy. Chávez y Uribe habían dejado de lado sus durísimos enfrentamientos y Uribe había aceptado que el venezolano actuara como mediador con las FARC. Sarkozy había hablado con Uribe para facilitar la liberación de Ingrid Betancourt y, por otro lado, les exigió a las FARC pruebas de vida de los rehenes. El 21 de noviembre, Chávez se encontró con Sarkozy en París con las manos vacías. Pese a las promesas de la insurgencia, las pruebas no habían llegado. Unos días después, el misterio fue aclarado. El 28 de noviembre Uribe exhibió las pruebas de vida y criticó duramente a Chávez. El ejército había emboscado a los mensajeros que llevaban las cartas y las fotografías de los rehenes.

El presidente venezolano había sido desairado ante Sarkozy por la falla de las FARC. Evidentemente interesada en no perder la intermediación de Venezuela, la guerrilla anunció entonces que liberaría a tres rehenes, como una forma de “desagravio” al presidente Chávez. Sarkozy le pidió entonces a Kirchner que encabezara como ex presidente la misión humanitaria de garantes internacionales en el operativo de liberación de los rehenes, y también gestionó una participación de alto nivel de Brasil. A territorio colombiano no iba a ingresar ningún presidente en actividad y, por supuesto, tampoco Chávez. El interés de Sarkozy estaba centrado en la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, que no estaba entre los tres rehenes a liberar, por lo que la misión internacional era una forma de presionar para que el proceso de canje de rehenes continuara después de esa primera entrega. Los intereses de Chávez van más allá y no por una alianza con la guerrilla, que sería muy arriesgada desde su lugar, sobre todo teniendo una frontera tan extensa con Colombia. Cualquier desliz en esa frontera convertiría a la región en un polvorín. Para Chávez, el conflicto bélico en el país vecino es un foco permanente de inestabilidad y puede servir como excusa para una intervención regional por parte de los Estados Unidos. El conflicto armado en Colombia constituye también un motivo de preocupación para las cancillerías de Argentina y Brasil, que mantienen relaciones normales con el presidente Alvaro Uribe.

La interna política de Colombia es mucho más cerrada. En teoría tanto Uribe como las FARC tienen propuestas para una salida pacífica del conflicto, de la misma manera que con relación al canje de rehenes. En ambos casos, los términos son cerrados y, por lo tanto, imposibles de concretar. El tema que más los separa con respecto al canje de rehenes es la exigencia de la agrupación guerrillera de dos municipios desmilitarizados para que se pueda hacer el intercambio. Uribe rechaza esa condición y además no plantea canje, sino la posible amnistía de algunos prisioneros que deben firmar un compromiso de no reincorporarse a la guerrilla y que las FARC liberen a los rehenes en contrapartida. Básicamente, no quiere reconocer a las FARC como parte beligerante y aspira a que estas se subordinen al Estado colombiano. Desde ese lugar vería qué tipo de concesiones se les haría a los insurgentes que depongan las armas. Es más una rendición que un acuerdo de paz. Por el otro lado, en la última negociación con el anterior presidente Andrés Pastrana, además de los territorios desmilitarizados, las FARC habían planteado un pliego de reivindicaciones sociales, económicas y políticas que también se parecía más a un programa revolucionario que a un acuerdo de paz. Las posiciones nunca lograron aproximarse.

Por esta razón Uribe ve la liberación unilateral de los rehenes como un hecho puntual y no como el principio de ninguna negociación. Por eso desbarató el envío de pruebas de vida y luego hizo fracasar la misión humanitaria, interfiriendo la entrega de las rehenes con el teatral anuncio del hallazgo del niño Emmanuel. Prefería que el operativo se hiciera sin misión internacional y sólo con la Cruz Roja, como finalmente sucedió.

Y por supuesto están los factores económicos y geopolíticos. Estados Unidos ha logrado desarrollar mucha influencia con el argumento de la lucha contra el narcotráfico que, de manera interesada, se empeña en mezclar con la lucha contrainsurgente. Gracias a esta relación, en seis años han llegado cinco mil millones de dólares a partir del Plan Colombia y de una decisión política de Washington. A su vez, las FARC han logrado autonomía económica para sostener un ejército de quince mil personas en armas. Sus dirigentes aseguran que no participan en la producción ni comercialización de droga, pero que cobran un impuesto a los productores para protegerlos de los carteles de narcotraficantes que los explotan. Como sea, se trata de sumas millonarias que no existirían para unos ni para otros en un país pacificado.

Y además están los factores históricos y culturales. El origen de las FARC se remonta a fines de los ’40 y principios de los ’50 del siglo pasado, tras la guerra civil entre liberales y conservadores. Un grupo de liberales radicales y comunistas no aceptaron los términos de la pacificación y sin entregar las armas se internaron en la selva para fundar la llamada República de Marquetalia. En 1964, ya como guerrilla clásica, tomaron el nombre actual y se asumieron como brazo armado del Partido Comunista. Desde esa época hasta ahora hubo varios procesos de paz e intentos de las FARC de volcarse a la actividad política, pero todos terminaron con acusaciones cruzadas entre ambos bandos. A mediados de los ’80 las FARC participaron en la creación de la fuerza política Unión Patriótica. Alrededor de cinco mil de sus dirigentes, incluido su candidato presidencial, Bernardo Jaramillo, fueron asesinados.

Las bandas de narcos y los ejércitos de paramilitares aportaron su cuota de sangre a este conflicto, ya de por sí bastante más complejo que los de Centroamérica, donde los procesos de paz culminaron con éxito. Lo real es que desde el punto de vista militar la situación está congelada desde hace varios años y ambos bandos, cada vez mejor pertrechados, sólo consiguen triunfos circunstanciales sin lograr desequilibrar a su adversario.

La guerra contra el terrorismo, declarada por George Bush tras los atentados a las Torres Gemelas, hizo más difícil aún las cosas al incluir a las FARC en la lista de organizaciones terroristas del mundo, con lo cual Colombia se convirtió en otro escenario de esa estrategia. En su discurso del viernes, Chávez pidió que sean retiradas de ese listado. En la medida en que sean catalogadas de esa manera, las negociaciones para una salida política son prácticamente imposibles porque no se les reconoce objetivos políticos legítimos y sólo deja abierta entonces una solución militar cuyo resultado en más de sesenta años ha sido profundizar el derramamiento de sangre. Los procesos anteriores con otras tres agrupaciones guerrilleras fueron resultado de procesos políticos donde todas las partes fueron aceptadas como interlocutores políticos.

En esa madeja infernal, los familiares de los rehenes de las FARC han logrado sortear intereses políticos y económicos, historias, prejuicios y desconfianzas, para generar un mínimo puente de diálogo a favor del llamado “canje humanitario” para lograr la libertad de los rehenes de la guerrilla. Esa campaña tiene como trasfondo inevitable la necesidad de un acuerdo de paz. Todo lo que pasó en los últimos meses fue debido a la movilización de este grupo de personas. Ellos hablaron con Uribe, con las FARC, con Chávez, Sarkozy y con Kirchner y sembraron la semilla de que, pese a toda su complejidad, la solución política pacífica es posible en Colombia.

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