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El mundo|Jueves, 24 de septiembre de 2009
Xiomara Castro, esposa de Zelaya

“Nos tiran tóxicos”

Por María Laura Carpineta
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Dentro de la embajada los teléfonos no paran de sonar. “Señora Xiomara, señora Xiomara, la llaman de Argentina”, grita con un dramatismo un poco exagerado uno de los hombres que acompañan a la pareja presidencial hondureña en la embajada brasileña en Tegucigalpa. No es fácil ganar la atención de la primera dama. Acaba de llegar una delegación de líderes de la resistencia con comida para los más de cien refugiados zelayistas que se levantaron eufóricos para recibirlos. No bien llega, se distribuye y en sólo unos minutos se acaba. Tendrán que esperar hasta la mañana siguiente, si tienen suerte.

Para las tres de la tarde (hora local) el gobierno golpista restableció el agua y la luz, y funcionarios de la ONU pudieron ingresar varias veces en el día con elementos básicos para el aseo, como papel higiénico, jabón y pasta dentífrica. Pero el ánimo aún es denso cuando cae la noche. “Durante todo el día nos tiraron tóxicos que nos hacen sentir mal. Nos dan unas náuseas y dolores de cabeza terribles, y tenemos los ojos irritados. Es imposible mantener el buen humor así”, dijo la primera dama hondureña, demasiado cansada para enojarse y elevar el tono de voz. Xiomara Castro atendió ayer a Página/12 desde su celular en la embajada brasileña y no escondió su miedo ante la intransigencia de los golpistas.

“Este régimen dictatorial no entiende razones. Hagamos lo que hagamos siguen respondiendo con represión y más muertes. La verdad es que no son personas con las que se pueda dialogar”, aseguró. Su frustración se escucha en cada frase, cada palabra, cada silencio. Es como si no encontrara palabras para explicar lo que está viviendo. “Lo importante es el diálogo, lo sabemos. Pero no dejan entrar al secretario general de la OEA y nos tienen sitiados con francotiradores y cientos de soldados (hace un pequeño silencio). La verdad que creo que la única manera de poder detener la represión que están ejerciendo las Fuerzas Armadas es a través de una intervención. Esa mi opinión, no la del presidente Zelaya.”

De fondo se escuchan unos gritos y por unos segundos la primera dama se queda callada. Le acaban de dar la mala noticia que todos en la embajada brasileña temían. “Las Fuerzas Armadas tienen planeado entrar en la embajada esta noche (por anoche)”, señaló. Según contó, el rumor viene desde el martes, pero crece a cada minuto. Por eso ya llamó a la oficina de las Naciones Unidas en Tegucigalpa y a la embajada norteamericana en esa misma ciudad para conseguir seguridad. “La embajada brasileña tiene dos guardias, uno a la mañana y otro a la tarde. Adentro la única protección que tenemos son los tratados, pero es claro que en un régimen dictatorial eso no significa mucho”, advirtió.

Castro contó que ayer casi no pudo conversar con su esposo. Los dos están rodeados por celulares que no paran de sonar. “El presidente Zelaya estuvo en contacto con militares y empresarios hondureños, pero no sé si se ha avanzando en algo. Es difícil bajo este acoso. Nos están monitoreando las llamadas y cancelando la señal de los celulares”, denunció la primera dama. Hace dos días que intentar comunicarse con los celulares de la dirigencia zelayista y los líderes de la resistencia popular es un desafío.

Pero a pesar de las vicisitudes y de los malos tragos, dentro de la embajada brasileña repiten una y otra vez –como si se estuvieran autoconvenciendo– que el presidente Zelaya sigue optimista y de buen humor. “El sabe que la fuerza de la convicción es vital para encontrar la paz –contó Castro y, por un momento, se permite hablar como esposa y no como primera dama–. No está comiendo bien, duerme 15 minutos y luego se despierta. Está siempre pendiente de todas las noticias, no importa cuán chicas o insignificantes sean.”

De repente vuelven a aparecer los gritos de fondo. Acaban de llegar los funcionarios de la Fiscalía Nacional hondureña. Castro pide disculpas; los llamó a la tarde para que recolectaran las pruebas del acoso militar que hace 48 horas sufren ella, su familia y sus seguidores. “Ellos no creerán en la ley, pero nosotros la seguimos respetando”, aseguró, antes de despedirse y cortar.

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