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El mundo|Lunes, 1 de noviembre de 2010
Dilma se impuso en las elecciones de Brasil por su cercanía con Lula da Silva

El efecto Gardel en el triunfo de Rousseff

El triunfo de ayer de Rousseff fortalece el armado de Lula: lo legitima y también lo institucionaliza. El proyecto estará despersonalizado en la figura de una colaboradora eficiente y fiel. El (ex) mandatario podrá dedicarse a otras reformas.

Por Santiago O’Donnell
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El presidente Lula saluda a sus simpatizantes en un colegio electoral en San Bernardo do Campo.

Opinión

Desde San Pablo

Dilma ganó fácil porque representa un gobierno que hizo las cosas bien, al menos para la mayoría de los brasileños. Fue el triunfo de un proyecto político, algo poco común en estos tiempos de personalismos mediáticos. No hace falta consultar encuestas para darse cuenta de que Dilma fue elegida presidenta por su cercanía con el actual mandatario. Nunca había participado de una elección por un cargo electivo, no tenía poder territorial ni peso dentro de su partido ni era conocida como figura mediática. Prácticamente su única carta de presentación ante el electorado era haber sido una estrecha colaboradora de Lula y haber sido ungida por él como su sucesora.

Esto habla del poder de la propuesta política de Lula. Una propuesta electoral avalada por ocho años de gobierno del presidente más popular de la historia del país. El modelo podrá criticarse por izquierda o por derecha, pero es fácil de vender. Alcanza con decir que sacó a un cuarto de la población brasileña de la extrema pobreza. Que la economía crece al siete u ocho porciento. O como dijo Lula hace una semana: “Dudo mucho de que exista un empresario que haya ganado más dinero durante otro gobierno”. Hay muchos planes sociales, no sólo el Bolsa Familia, que el electorado identifica con este gobierno. Planes de vivienda, de educación, de desarrollo urbano, de seguridad comunitaria y de agricultura familiar que antes no existían.

En el norte y el nordeste, las zonas más pobres del país, fue donde Dilma sacó mayor diferencia, alcanzando picos por encima del 70 por ciento de los votos. Según un estudio que hizo la socióloga Tania Bacelar, de la Universidade Federal de Pernambuco, la cantidad de votos que Dilma obtuvo en esas regiones, aun en la primera vuelta, excedió y por mucho al total de beneficiarios del subsidio Bolsa Familia. Hay otras razones que explican el voto por Dilma, señaló. “Redes de supermercados, grandes industrias alimentarias y de bebidas, entre otros, expandieron su presencia en el nordeste, al tiempo que pequeñas y medianas empresas ampliaban su producción, para aprovechar la demanda de consumo”, le explicó a la revista Carta Capital. También dijo que la expansión de Petrobras fue clave, al llevar refinerías y astilleros a la región, mientras que el plan estatal de compra directa para la agricultura familiar pasó a emplear a tres de cada cuatro trabajadores rurales en la región.

El de Lula fue un gobierno de equilibrios. Soportó mejor las crisis externas que los gobiernos anteriores, en gran parte por su política de desendeudamiento del Fondo Monetario Internacional. Pero también batió records en inversión extranjera. Fue un gobierno que apostó fuerte por el Mercosur y la integración regional, pero se alineó con las grandes potencias en la Organización Mundial del Comercio. Fue el gran aliado de Estados Unidos en la región, pero también su más feroz competidor. En estas elecciones fue socio político de la dinastía Sarney y también del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra. Mandó a Marina Silva a defender el Amazonas y a Dilma a construir las represas hidroeléctricas que alejaron a Marina del gobierno.

En Brasil hay gobiernos estaduales y municipales para todos los gustos, para todas las banderías partidarias. Los hay aliados al gobierno y opositores al gobierno, aliados al gobierno a nivel regional pero peleados a nivel nacional y viceversa. Brasil también viene de experiencias más o menos recientes de gobiernos socialdemócratas y de derecha, y últimamente le tocó un gobierno de centroizquierda que para la mayoría de los brasileños hizo las cosas bien. Entonces pudieron comparar propuestas, experiencias de gestión, promesas y también, por qué no, candidatos. Todo eso, pasado por el tamiz de sus propias ideas y experiencias, los llevó a elegir. Eligieron a Dilma. Eligieron el proyecto, eligieron el equilibrio. Eligieron un Congreso que refleja ese equilibrio, aunque el Partido de los Trabajadores de Lula fue el que más avanzó, a costa del partido de derecha DEM, que fue el que más retrocedió.

El triunfo de ayer fortalece el proyecto de Lula y no sólo porque lo legitima. También, porque de algún modo lo institucionaliza. Ya no estará Lula en la presidencia, estará el proyecto, despersonalizado en la figura de una colaboradora eficiente y fiel con experiencia de gestión pero sin trayectoria política. Seguirá siendo Lula el jefe político del proyecto, pero ya no atado a las responsabilidades de Estado, sino más bien liberado para hacer las reformas partidarias y sindicales necesarias para ordenar y blanquear el tablero político y de paso acumular más poder, como hacen los grandes líderes. Ahora se viene el lulismo sin Lula, después podría volver Lula, o no, y eventualmente podría llegar el poslulismo, con el proyecto consolidado y el personaje retirado a las páginas de la historia. Mientras tanto, Dilma ya avisó que seguirá al amparo del paraguas político de su mentor, como si hiciera falta, aunque no tiene margen para hacer otra cosa. “Con Lula nos une una relación muy íntima, voy a llamarlo cuantas veces sea necesario”, dijo el viernes antes de subirse a un avión en su Minas Gerais natal, en su último acto de campaña. “Nadie podrá separarnos.”

Por eso ganó Dilma, ella lo dijo mejor que nadie: porque está pegada a Lula. Es así de fácil. Ganó porque la puso Lula y porque en Brasil, Lula es Gardel.

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