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El mundo|Jueves, 3 de marzo de 2011
Las potencias analizan aprobar una zona de exclusión aérea

Meterse o no con el cielo libio

Washington y Londres presionan para que sus aliados se sumen a un esquema estratégico cuyos resultados, tal y como se desprenden de los precedentes de Irak y la ex Yugoslavia, distan de ser satisfactorios: no se evitó la matanza de civiles.

Por Eduardo Febbro
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La jefa de la Cancillería norteamericana, Clinton, junto al mandatario Obama.

Desde París

Las potencias europeas y Estados Unidos buscan todavía un corredor de convergencia a fin de instaurar una zona de exclusión aérea en el cielo libio, con la meta declarada de impedir que la aviación libia bombardee a los civiles. Por el momento, nada es más improbable que la imposición de esa “no fly zone”, cuyos precedentes históricos, la primera guerra de Irak y la guerra en la ex Yugoslavia durante los años ’90, han dejado malos recuerdos. Los embajadores de los 28 Estados miembros de la Alianza Atlántica, la OTAN, no llegaron a ningún acuerdo en torno de la controvertida implementación de una zona de exclusión aérea. Francia se opone a ello sin un claro y previo mandato de las Naciones Unidas, Turquía está igualmente en contra y hasta los responsables norteamericanos de la OTAN admiten que la idea es compleja. Con todo, Wa-shington y Londres presionan para que sus aliados se sumen a un esquema estratégico, cuyos resultados, tal y como se desprenden de los precedentes de Irak y la ex Yugoslavia, distan de ser satisfactorios. En ambos casos, las zonas de exclusiones aéreas impuestas en Irak y en la ex Yugoslavia no impidieron la matanza a mansalva de los civiles.

El nuevo jefe de la diplomacia francesa, Alain Juppé, explicó en París que el principio de una zona de exclusión aérea “podría ser extremadamente contraproducente”. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, consideró que la OTAN “no tenía nada que hacer ahí. La OTAN sólo puede intervenir cuando un país aliado es atacado”, dijo Erdogan. Moscú, que coopera con la Alianza Atlántica, tildó de oportunista la intervención militar. Dimitri Regozine acusó a la organización de “intentar implantarse en la región con el pretexto de querer pacificar la situación en Africa del Norte”.

La Alianza Atlántica cuenta con todos los medios técnicos para instaurar la prohibición de sobrevolar partes del territorio libio. Sin embargo, los militares juzgan que ello requiere muchos recursos y que la operación resultaría muy complicada. En Bruselas, el general James Mattis, jefe de las fuerzas estadounidenses en Medio Oriente, admitió que se trata de una operación de “una gran complejidad”. Mattis explicó que supervisar el espacio aéreo libio requiere dejar fuera de uso las defensas antiaéreas de Libia, lo cual, a su vez, exige acciones militares importantes y la destrucción de radares y baterías de misiles.

La complejidad mayor de imponer una no “fly zone” parece estar más en los antagonismos transatlánticos que en las modalidades técnicas. Londres y Washington son los más favorables a esa estrategia y ambos países pueden ir solos a la aventura sin el visto bueno de la OTAN o la ONU. Ese es el modelo de 1992, cuando Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia instauraron zonas de exclusión aérea en Irak para dar protección a los kurdos y chiítas iraquíes. Ambas poblaciones se habían sublevado contra Saddam Hussein y pagaron un espantoso precio por ello. Washington, Londres y París crearon las zonas de exclusión sin pasar por la ONU o la OTAN: la primera, al norte del paralelo 36, estaba destinada a proteger la región kurda de Mosul. La segunda, al sur del paralelo 32, protegía a los chiítas de Basora. Ello no salvó de las matanzas a las poblaciones expuestas a la ira del dictador iraquí.

Las tres capitales se apoyaron luego en una resolución de la ONU (688) para incluir zonas de exclusión sin que ello legalizara la intervención. En 1996 los aliados agregaron más zonas de exclusión con el mismo resultado: Saddam Hussein no usó aviones sino helicópteros para asesinar a su gusto. El ejemplo de la ex Yugoslavia es similar. Sólo una variable cambia: la ONU (1992) adoptó una resolución que prohibía los vuelos sobre el territorio de Bosnia Herzegovina a donde los serbios llevaban a cabo su operativo de limpieza étnica, es decir, la eliminación de la población de esa provincia. Un año después, 1993, la OTAN se implicó en el operativo pero toda su fuerza técnica y militar no atajó las matanzas atroces de Srebrenica (8000 civiles asesinados), ni las de Tuzla y otras regiones donde los sabuesos del presidente serbio Slobodan Milosevic, Radovan Karadzic y el general Ratko Mladic sembraron el terror y la muerte.

La OTAN cuenta con medios más que necesarios para hacer real la no fly zone. La Alianza tiene una veintena de aviones radar Awacs así como aviones de caza suficientes. Sin embargo, los desacuerdos son profundos, incluso en lo que atañe lo que es realmente una zona de exclusión. Estados Unidos la considera una “kill boxes” –todo lo que pasa por ahí se derriba–, mientras que Francia no lo entiende así. A las dificultades técnicas se le suman los cálculos del costo político que un operativo semejante tendría a lo largo del Mediterráneo. Un rompecabezas cuya resolución puede llevar a algunos a actuar por sí solos o a apostar por otra forma más secreta de contribución a la caída de Khadafi.

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