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El mundo|Jueves, 8 de enero de 2009

El sueño de la paz

“¿Qué clase de bestia humana pudo haber perpetrado esta obra?”, pregunta Majfud. “No puedo ni quiero callarme”, dice Szpunberg. Quadrelli apela a la ética del reconocimiento del Otro.

Opinión

Barbarie

Por Jorge Majfud *

He leído en los diarios que en alguna aparte del mundo han asesinado más de cien niños y han despedazado muchos más en apenas una semana de bombardeos. No lo he leído con palabras tan duras. La prensa siempre cuida de no herir la sensibilidad de las personas civilizadas como nosotros. Pero igual me pregunto, mientras tomo apaciblemente mi café de la mañana, ¿qué clase de bestia humana pudo haber perpetrado esta obra? No quiero pensar que ha sido sólo un error, otro efecto colateral, como dicen siempre. No voy a pensar que es obra de las bombas inteligentes, porque nuestro mundo civilizado no comete barbaries como en otras partes del mundo y en otros tiempos. ¿Sobre qué derechos se podría perpetuar semejantes crímenes? ¿Qué dios podría justificar tanto dolor y tanta injusticia? Porque, ¿no es una injusticia cien niños aplastados y despedazados por la Libertad, la Civilización, la Ley, el Derecho y las mejores Razones? ¿Bajo qué nobles argumentos se podría perpetrar semejante bestialidad animal para convertirla en pura bestialidad humana?

* Escritor uruguayo y profesor de University of Georgia.


Opinión

No a la guerra

Por Alberto Szpunberg *

Como simple ser humano que siempre sintió como suyas las causas más elementalmente justas; como simple ciudadano argentino sobreviviente de un exterminio con 30.000 desaparecidos; como simple compañero de estas víctimas que pagaron con su vida haber soñado un mundo mejor; como simple judío que, con la memoria fresca de las laceraciones padecidas durante siglos, creyó y aún cree en antiguos legados de universal humanismo; como simple poeta que nunca pudo ni puede disociar la belleza de la verdad; como simple individuo que no olvida la existencia del otro para ser él mismo, no puedo ni quiero permanecer en silencio. Convencido del derecho a la autodeterminación de todos los pueblos, sin ánimo de entrar en laberínticas disquisiciones políticas, evocaría la contundencia del hebreo de los Profetas para que estas palabras se impongan sobre la brutalidad de la masacre en Palestina, pero, simple entre los más simples, desde esta pequeña parcela de intimidad que es mi conciencia, quiero recordar al gobierno de Israel –si el tronar de sus cañones aún no lo ha ensordecido definitivamente– que, como dice el Talmud, “salvar una vida es salvar un mundo”. De eso se trata: de salvar un mundo, este único y angustiado mundo que habitamos todos, que a todos pertenece y que hoy se llama Gaza.

* Escritor. Profesor de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo.


Opinión

El fracaso de la ética

Silvia Quadrelli *

La tradición filosófica judía ha hecho algunos de los aportes más formidables a la construcción del pensamiento ético contemporáneo. En este sentido Martin Buber y Emmanuel Lévinas son figuras esenciales en la creación de una ética basada en el reconocimiento del Otro y en la constitución de la subjetividad a través del diálogo con ese Otro “irreductiblemente Otro” y diferente de mí.

Mordechai Martin Buber (1878-1965) introduce el concepto del hombre como el ser que se realiza y se reconoce en el “estar-dos-en-recíproca–presencia”. Desarrolla su “filosofía dialógica” en su obra más conocida, Yo y tú, aparecida en 1923. Buber afirma que el ser humano es un ser-con, ser con los otros seres humanos. Estrechamos vínculos en una unidad profunda que se alcanza gracias al diálogo. Sólo cuando el ser humano reconoce al otro, en toda su alteridad, se reconoce a sí mismo como ser humano. Lleva la importancia de esta relación dialógica al máximo en su famosa sentencia “Toda vida verdadera es encuentro”.

Emmanuel Lévinas (1905-1995), lituano y también de ascendencia judía, sobreviviente del Holocausto, trabajó en sus reflexiones una concepción del ser que le da un lugar de inusitado privilegio al Otro. En Totalidad e infinito, Lévinas desarrolló la idea de que la presencia del “Otro” compromete al individuo en tanto que sujeto moral, sin que haya con el Otro ningún contrato: el deber del hombre hacia el Otro es incondicional, y eso es lo que funda, para Lévinas, la humanidad del ser humano.

La responsabilidad a la que el Otro me convoca es responsabilidad sin esperar nada a cambio. Ser llamado a la responsabilidad no es un movimiento intencional de mí hacia otro, es más bien un imperativo inmediato e irrevocable venido del rostro del Otro. “El Otro, desde su miseria y su señorío, manda al Yo como un maestro” (Lévinas, 1977).

Más allá de las diferencias que ellos mismos y sus estudiosos señalaron entre el pensamiento de Buber y Lévinas, ambos filósofos ven la necesidad del diálogo y de respetar en él “la otredad del Otro” sin nunca querer absorberlo, asimilarlo o imponerle nuestra propia concepción de él. Ambos enfatizarán así la importancia de “la diferencia” y ambos basarán la constitución de la persona como tal en la relación, en el reconocimiento del “tú”.

No puede entonces uno dejar de preguntarse: ¿cómo se produjo el salto moral de un pueblo capaz de generar una ética de semejante envergadura hacia una moralidad capaz de justificar la matanza de civiles y personas indefensas? ¿Cuál es la relación entre la apelación al diálogo y al reconocimiento de las diferencias de Buber y la recurrente justificación de la violencia por parte del Estado de Israel? ¿Dónde está la “ilimitada responsabilidad hacia el vulnerable sin pedir nada a cambio” en la solución de las diferencias (por legítimas que fueran) mediante la eliminación del Otro?

¿Qué le pasó al pueblo de Israel? ¿Cómo pudo renunciar a 5000 años de tradición filosófica por el fantasma de la seguridad nacional? El conflicto entre Israel y el pueblo palestino es el enfrentamiento entre dos causas que parecen ambas gozar de plena legitimidad. Israel desea vivir dentro de fronteras seguras y el pueblo palestino reclama que su identidad nacional sea reconocida como un estado independiente. Pero ¿es este legítimo derecho del pueblo de Israel una razón suficiente para justificar la matanza de civiles? Todos los argumentos que se esgrimen para apoyar los derechos de Israel a defenderse pueden ser ciertos: que los palestinos sean los iniciadores de las hostilidades, que sean también responsables de crímenes contra civiles, que no estén dispuestos al diálogo. Pero aun aceptando que sean ciertos, eso no anula las responsabilidades del Estado de Israel.

Por un lado, las atrocidades cometidas por los palestinos no son perpetradas por fuerzas militares organizadas ni por un Estado constituido y reconocido por la comunidad internacional y que por tanto ha asumido las obligaciones del derecho internacional que esto significa. Pero además, el poder de destrucción del Estado de Israel y el impacto que sobre las poblaciones civiles tiene su accionar no pueden compararse con la capacidad de destrucción de las acciones palestinas. Sin embargo, por encima de todas las argumentaciones, porque no hay ninguna razón que justifique la muerte de civiles en un conflicto armado, el mundo moral no puede seguir aceptando la cosificación de seres humanos que sólo cuenten como “daños colaterales”. Como afirmaba Buber, “toda persona que nace representa algo nuevo, algo que no ha existido antes, algo original y único” y no puede ser contabilizada como un número más, por “necesaria” que se considere una intervención militar.

El mundo humanitario está atónito ante lo que está sucediendo. No se trata de la matanza de civiles por parte de un gobierno totalitario, liderando pueblos que viven miserablemente y con escasa tradición cultural. Se trata de acciones llevadas a cabo por un Estado democrático, de economía floreciente y con una de las tradiciones culturales más vigorosas de la civilización actual.

Obviamente, no se puede responsabilizar a todo el pueblo de Israel por las decisiones tomadas por el gobierno del Estado de Israel. Pero el Estado ha sido interpelado por todos los medios de que dispone la comunidad internacional. Todas las apelaciones al Derecho Internacional y los instrumentos legales que condenan este tipo de intervenciones militares contra civiles han fracasado. Por eso, lo único que le queda hoy a la comunidad internacional es apelar a la conciencia ética del pueblo de Israel para que reaccione e interpele a su gobierno para detener estas acciones que ofenden su propia herencia cultural y moral.

Hoy la comunidad internacional le pide al pueblo de Israel que salga del espejismo de la doctrina de la seguridad nacional, que recupere su propia esencia moral con la que tanto le ha enseñado al mundo y que sea fiel a su tradición ética y filosófica. De lo contrario habrá ganado unos cientos de kilómetros cuadrados y perdido la herencia de 5000 años de sabiduría moral.

* Presidenta honoraria de Médicos del Mundo Argentina.

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