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El mundo|Sábado, 3 de septiembre de 2005

“¿Cuándo nos vamos a ir? Deseo despertar de esto”

Por Andrew Buncombe *
Desde Nueva Orleans
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El cruce de la Ruta Interestatal 10 y el Boulevard Causeway era un escenario de caos fétido y desesperación. Su techo era ayer el lugar de respiro para la gente que había sido traída de sus hogares inundados o de los centros de evacuación. La mayoría había estado ahí durante al menos 24 horas. El día comenzó antes del amanecer cuando los refugiados fueron despertados por explosiones poderosas en un área industrial a pocos kilómetros. Mientras columnas de espeso humo negro trepaban al cielo, la nube acre sumaba su hedor al de las aguas estancadas. Había sólo una pregunta en los labios de todos: ¿cuándo nos vamos? “Estoy deseando despertar de esto. Es terrible. No puedo creer lo que está sucediendo”, dijo Imelda Smith, de 71 años, evacuada de su hogar hace cuatro días.
Los funcionarios parecían no tener idea de cuándo la señora Smith, y miles de otras personas, serían llevadas en ómnibus a Texas. “Simplemente no tenemos los recursos”, dijo un oficial de policía del estado. “Pero por lo menos acá están un poco mejor que donde estaban. Por lo menos aquí hay comida y agua.” Hasta 3000 personas fueron amontonadas, en camas de campaña o sentadas en el suelo, aferradas a sus pocas posesiones o comiendo raciones de MRE (Comida Lista para Comer). A su alrededor, la basura y la miseria crecían en forma sostenida. Nadie había pensado en proveerlos de tachos de basura. Había sólo seis inodoros portátiles para toda esa gente y pronto estuvieron desbordados y sucios.
La muchedumbre estaba sentada al rayo del sol sin haber podido lavarse en cinco días, y el cruce de caminos pronto comenzó a hervir de furia. La gente más vulnerable fue ubicada bajo el mismo techo, un lugar que por lo menos brindaba un poco de sombra. Los más ancianos, aquellos en sillas de ruedas o los minusválidos, esperaban sentados. Su condición les daba un lugar a la sombra del sol ardiente, pero no una forma más rápida de salir de Nueva Orleans.
Deborah Thomas estaba sentada alimentando a su hija Tamala de 16 años, que sufre de daño cerebral. Habían llegado ayer a la tarde provenientes de un refugio de emergencia en Nueva Orleans, donde habían pasado los últimos cuatro días sin agua corriente, ni sanitarios, teléfonos o electricidad. “Espero que vayamos a un lugar seguro”, dijo la señora Thomas cuando se le preguntó hacia dónde se dirigían. “Algún lugar donde nos podamos lavar y descansar adecuadamente. Ya no nos queda mucha ropa. Tuvimos que atravesar el agua para llegar a la escuela donde estuvimos. El bote llevó a mi hija, pero yo tuve que andar por el agua.”
Sentado cerca de Thomas había un matrimonio, Louis y Lucille Lozzie, rescatado de su departamento en una torre tras cuatro días. Lozzie dijo que pensaba que el edificio sería lo suficientemente fuerte para sobrevivir, pero, después de cuatro días sin agua ni electricidad, la pareja de 88 años estaba desesperada. Como muchos otros, la pareja estaba haciendo lo imposible por mantener su dignidad. La señora Lozzie llevaba puesto un saquito blanco con pantalones verdes y su esposo todavía tenía el espíritu para hacer chistes.
Durante todo el día helicópteros llegaban al cruce, y a menudo aterrizaban directamente en la autopista. Muchos traían más sobrevivientes, mientras los helicópteros médicos evacuaban a los más enfermos. Algunas cosas mantenían la desesperación a raya. Una era la voluntad de la gente de ayudar a aquellos que sufrían más que ellos. Pronto se hizo evidente que los sobrevivientes más jóvenes y en buen estado ayudaban a los ancianos y los enfermos.
Edna Gordon parecía estar preparada para hacer el viaje a Texas sola. Como miles de otras, su casa se había inundado y ella y su nieto pasaron cuatro días allí hasta que los rescataron desde el techo con un helicóptero. No tenía teléfono, ni electricidad ni la menor idea de si y cuando podría ser salvada. Hablaba de ponerse en contacto con parientes en otros lugares de EE.UU., pero mientras tanto, simplemente permanecía sentada aferrada al paquete de raciones que le habían dado el día anterior. Decía que no tenía apetito. “No tengo hambre –dijo–, estoy triste.”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.

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