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El mundo|Lunes, 5 de septiembre de 2005
RELATO DE UNOS AMIGOS QUE EN UN BOTE ROBADO SALVABAN A LA GENTE INUNDADA EN SU BARRIO DE NUEVA ORLEANS

“Había un bebé en una heladera flotando en la calle”

Como las tareas de evacuación no llegaban o eran insuficientes tanto en recursos humanos como en materiales –el mismo Bush acudió cinco días más tarde–, los conmocionados habitantes de la zona en la que pasó Katrina por Nueva Orleans tomaron la iniciativa para rescatar a sus vecinos. Unos 16 hombres se hicieron de cinco botes, formando una flota de salvataje.

Por David Usbourne *
Desde Houston
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Los sobrevivientes de la catástrofe natural, conmocionados, cuentan el calvario que vivieron la semana pasada, que aún continúa.
Richard Austin casi sonríe ahora cuando lo recuerda. El y dos amigos estaban a punto de rendirse exhaustos el miércoles de la semana pasada después de pasar 48 horas remando en un bote robado alrededor de las calles inundadas de su barrio en Nueva Orleans, salvando a gente del agua, cuando escucharon una conmoción. “Había un bebé flotando en la calle”, recuerda Austin, de 45 años, que ahora está entre los 15 mil evacuados albergados en el Astrodome de Houston. “El bebé estaba flotando en el agua dentro de esta heladera. Habían arrancado la puerta y los padres del bebé utilizaron la heladera como un artefacto flotante.” El bebé estaba dormitando contento, pero los gritos comenzaron porque, de alguna manera, la heladera había sido chupada por la corriente. Para el momento en que el bote de Austin llegó, los padres del bebé lo habían alcanzado. Dijeron que no necesitaban ayuda.
Lo que sucedió con esa familia, nadie aquí lo puede contar. Sin embargo, Austin y sus compañeros de bote, Louis Lazard, de 27 años, y Jerry Bastion, de 18 años, saben lo siguiente: en aquellos dos días, antes de que llegara la ayuda del exterior, sacaron más de cien personas del agua y los llevaron a tierra firme. “Se agarraban de cualquier cosa de la que se pudieran agarrar”, contaba Austin, “techos y balcones, cualquier cosa”.
Austin, un hombre corpulento que trabajaba antes en una empresa de construcción de Nueva Orleans, se avergüenza cuando se le sugiere que él y sus amigos fueron héroes. Alguien tenía que ayudar a sus vecinos, que la mayoría de las veces no podían nadar. “No estaba pensando en mí en ese momento”, explicó. “Nos comprometimos a hacer algo por esa gente y lo hicimos.” Era tarde el lunes, horas después que la tormenta se había calmado, cuando vio que el agua subía rápidamente (alrededor de dos centímetros por hora, cree ahora). En el alba, el martes, encontraron el bote de unos 5,5 metros atado enfrente de una casa privada. “Nosotros manejábamos el bote. No teníamos idea de a quién pertenecía, pero eso era simplemente irrelevante en ese momento.” En total, unos 16 hombres, asegura, se hicieron de cinco botes, formando una flota ciudadana de rescate. Para la mañana del martes, el agua en las calles estaba más arriba que las ventanas de las plantas bajas de la mayoría de las casas. La casa de Austin, en la que vive desde que nació, estaba totalmente sumergida.
La única forma de moverse era con remos. No tenían comida y casi no tenían agua para tomar. Austin sobrevivió dos días con barras de chocolate. Comenzaron desarmados, pero lo cambiaron luego que uno de los otros botes fue incendiado cuando pandillas intentaron robarlo. “La gente estaba en pánico. Otras personas con armas intentaban interrumpir lo que estábamos haciendo y comprendimos que teníamos que conseguir armas para nosotros.” Austin, cuya familia está a salvo en Dallas, nunca había disparado una arma en su vida y, dijo aliaviado que no tuvo que hacerlo la semana pasada.
Todos los que eran levantados tenían que hacer lo que se les decía. “La regla clave –aseguró Lazard– era que estábamos interesados sólo en las personas, no queríamos efectos personales.” Cualquiera que se subiera al bote sólo podía traer un pequeña bolsa.
Más que nada estaban buscando a la gente mayor. Encontraron a un hombre de unos 70 años colgado de su chimenea luego de haber conseguido salir de su ático con una hacha. Una mujer, de unos ochenta, estaba encerrada en su casa con su hijo y se negaba a irse, insistiendo en que las autoridades adecuadas irían a buscarla pronto. Volvieron por ella en el segundo día. Aún no quería moverse, y las autoridades no habían ido.
En un principio, estaban llevando a la gente a los edificios en un proyecto de viviendas que tenían al menos tres pisos de alto. La mayoría tuvieron que ser recogidos por segunda vez, y llevados a la cercana yelevada autopista I-610, cuando Austin escuchó que se convertiría en un punto de carga de los colectivos que se llevarían a los evacuados.
El hecho de tener que asumir el rol de rescatista le parece muy errado a Austin. “Era la tarde del miércoles, el sol estaba brillando, antes que la Guardia Costera apareciera. Me sorprendió mucho eso. Sabían que la mitad de la ciudad no se había evacuado. Esta gente es muy pobre para evacuarse.” En esos dos días, la tripulación nunca vio un cadáver. Y, por casualidad, cuando pisaron la I-610 y dejaron que el bote se fuera con la corriente, de alguna manera terminaron justo donde el primero de los colectivos llegó. Estaban en Houston el jueves temprano.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Laura Carpineta.

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