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El mundo|Jueves, 23 de marzo de 2006
OPINION

Parábola de un declive

Por Claudio Uriarte

Desde la espectacular voladura del automóvil del almirante Luis Carrero Blanco, primer ministro y delfín de Franco en 1973 (con el almirante adentro, claro), hasta la organización que en la segunda mitad de los ’90 decidió lanzarse en una guerra frontal contra todos los que no compartieran sus puntos de vista, poniendo en primer plano de su línea de fuego a concejales electos y desarmados de todos los partidos (incluso el Nacionalista Vasco, cuyos militantes y sedes sufrieron la mitad de 241 atentados violentos consumados en el bienio 1996-97), jueces, funcionarios municipales y hasta un inofensivo cocinero de la Marina, se describe la parábola de una decadencia no sólo militar sino fundamentalmente política. La ETA quedó cada vez más aislada, y si su partido Batasuna quería conseguir algo de lo que le queda en las elecciones municipales y regionales de 2007, o una se desarmaba o el otro no podía postularse.

Es correcto decir que los atentados islámicos del 11–M en Madrid pusieron un fin a toda expectativa de lucha de la ETA. También, que así empezaron a hacerlo los atentados del 11-S en Nueva York y Washington. En un momento en que las fuerzas policiales y militares de todo Occidente se movilizan contra una amenaza tan pavorosa, es lógico que haya poca paciencia con grupos menos amenazantes pero, aun así, poderosos, como la ETA o el IRA irlandés (cuyo anuncio de desarme, también este año, debe leerse en la misma coordenada). Pero eso subestima el debilitamiento de la propia ETA, fuera por parte de sus acciones como por la persecución lanzada en su contra por las policías y servicios de Inteligencia franceses y españoles, así como de la Justicia. En julio de 1997, el asesinato del concejal conservador Miguel Angel Blanco tuvo el efecto de un boomerang político, con miles de personas saliendo a protestar en las calles de toda España. Al mismo tiempo, e iniciado el proceso de integración europea, era claro que el santuario francés de la ETA tenía los días contados. Y en 1998, la ofensiva del juez Baltasar Garzón estranguló las finanzas de la organización y avanzó hacia la ilegalización de su partido.

En el final, y después de la histórica captura de su cúpula en 1992 en Francia (ver pág. 16), la organización quedó largamente en manos de los chicos de la kale borroka (lucha callejera), una especie de Intifada vasca. Y, como diría uno de los capturados en esa ocasión, Francisco Mujiya Garmendia, “Pakito”, “nuestra estrategia político-militar ha sido superada por la represión del enemigo contra nosotros”.

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