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El mundo|Martes, 16 de mayo de 2006

“Estas cárceles conjugan Guantánamo con Carandirú”

Por Cristian Alarcón
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El estallido es consecuencia de condiciones inhumanas de detención.

Para la socióloga Vera Malaguti Batista, profesora de Criminología de la Universidad Cándido Mendes y doctora en Salud Colectiva, la “rebelión narco” que los medios brasileños describen no es más que un mito de la “política de seguridad conservadora que promueven hace diez años”. Es más: el PCC –Primer Comando de la Capital–, retratado como una poderosa mafia del narcotráfico paulista, es, según la especialista –autora de dos libros sobre la temática–, una organización que nació para luchar por mejorar las condiciones de detención en las cárceles de San Pablo, que “conjugan Guantánamo con Carandirú”, en el límite de lo inhumano. Y lo que se ve como una enorme red de narcos no es más que un incalculable número de vendedores de drogas en pequeñas cantidades que pelean por sobrevivir en el medio de la miseria. Entrevistada por Página/12, la experta asegura que el problema “puede ser reprimido con un baño de sangre, pero por igual va a volver de aquí a un año, o un mes, irremediablemente”.

–¿Por qué se da este estallido?

–El estallido es una consecuencia de nuestra política criminal y penitenciaria de los últimos diez años. Nosotros hemos profundizado un concepto de penas largas, duras, criminalización de pequeños delitos, disminución de garantías, ejecución penal muy rigurosa, sumadas a una sobrepoblación carcelaria inhumana. En San Pablo solamente hay más de cien mil detenidos, cuando hace diez años la población carcelaria de todo Brasil era de cerca de cien mil. Hoy la previsión del Ministerio de Justicia es llegar al 2007 con 500 mil. En el sistema penitenciario de San Pablo cada mes entran 700 nuevos presos.

–¿La mayoría de esos nuevos detenidos están ligados a la compraventa de droga como se supone?

–Los detenidos por droga crecieron mucho, pero los delitos contra la propiedad siguen siendo mayoría. Lo que se ve siempre es pobreza y estrategias de sobrevivencia y no ocupación territorial, control total, como se muestra. El patrón histórico es lo que Loïc Wacquant –el sociólogo francés autor de Las cárceles de la miseria– llama el Estado penal; esto está en su auge en Brasil y la rebelión no tiene que ver con el negocio de la droga.

–¿Qué hay entonces detrás de la violencia y los muertos?

–Hoy leí una entrevista a Wacquant en Folha de Sao Paulo, que dice que la policía de San Pablo mata más que la policía de toda Europa junta. Este estallido es la consecuencia de la sobrepoblación penitenciaria, es una tragedia carcelaria. Aquí se conjugan las condiciones de Guantánamo con las de Carandirú.

–¿A esto se le suma el poder de las grandes organizaciones del narcotráfico?

–Primero, no es una cosa ligada al tráfico de drogas. Esta rebelión salió del sistema carcelario y está dirigida a determinadas reivindicaciones de los presos. El primer día los ataques fueron dirigidos a la policía, al sistema de seguridad público. Pero después se transformó, empezaron a dar golpes al sistema de transporte. Es cierto que muchos están detenidos por nuestra política criminal de drogas, pero es falso que sea un hecho ligado al tráfico, se pretende desvirtuarlo con esa idea. Acá hablamos de condiciones de vida, no de negocios.

–¿Cuál es la relación con el narcotráfico entonces?

–El PCC es en realidad una organización carcelaria que surgió a partir de estas condiciones terribles, medievales de las cárceles brasileñas. A veces en Río nosotros tenemos unos movimientos que la prensa vincula con lo que se llama narcotráfico, pero ante eso tenemos una gran discusión crítica en la que no aceptamos esta definición impuesta ideológicamente.

–¿Qué es lo que consideran que es la expresión “narcotráfico”?

–Consideramos que es una expresión introducida por Estados Unidos y que no tiene relación con la realidad, porque no hay narcóticos en realidad en la comercialización de drogas como la cocaína y la marihuana. Se crea la fantasía de que existe una enorme red internacional y lo que tenemos no es un grupo de crimen organizado, sino muchísimos pequeños puntos de venta al menudeo desarticulados y brutalizados.

–¿A qué se refiere con brutalidad?

–Este capitalismo neoliberal es muy brutal, pero los circuitos informales son más brutales aún. Eso es una consecuencia de estar en la ilegalidad, y consecuencia de una política criminal de drogas, que es la misma que nos fue impuesta por Estados Unidos desde el golpe militar de 1964 dentro de la perspectiva de seguridad nacional.

–¿Quién es Marcola?

–Es uno de los “líderes” del movimiento. Una cosa interesante es que todos los “líderes” han entrado al sistema por pequeños delitos. Y han sido transformados en los monstruos de hoy dentro del sistema carcelario brasileño. Su crecimiento como lideranza es una consecuencia de las condiciones. Un sistema que recibe 700 pesos al mes no es viable.

–¿Qué es lo que considera importante que se conozca fuera de Brasil de la situación actual en San Pablo?

–Lo que tiene que salir afuera son las condiciones de las prisiones de Brasil: para dormir los presos tienen que colgarse en las rejas, porque no hay espacio para acostarse en el piso. Esa es la discusión que los medios brasileños no quieren dar porque quieren trabajar con los estereotipos, con las categorías fantasmáticas. Eso esa una ruta suicida.

–¿Cuál es la perspectiva de este conflicto?

–Si no se discuten las cuestiones de fondo de las condiciones de vida de la población carcelaria, el problema puede ser reprimido con un baño de sangre, y va a volver de aquí a un año, un mes. La policía está asustada, la gente está asustada. Tienen razón de estar asustados, pero si profundizan la manera estúpida de encarar el problema, esto empeorará. Crecerán aún más la violencia, la rabia, el rencor. Pero es una oportunidad para abrir la discusión para puntos de vistas menos americanizados, menos retrasados. Es necesario que la gente sepa quién es la población carcelaria brasileña, cómo está la vida allí adentro.

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