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El mundo|Martes, 18 de julio de 2006

Retrato de un país que se volvió “víctima colateral”

Por Maruja Torres *
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Las bombas cayeron en el poblado libanés de Jezzine, al este de Sidón, donde todo es desolación.

Esta cronista regresó al hotel justo a tiempo para contarles a Hanan y Ahlam, que salían para instalarse en un pequeño departamento cercano, cómo ha quedado su barrio, el suburbio Harek Hreik, que sigue siendo bombardeado. Desde el principio, intensamente bombardeado por Israel. Apenas queda gente allí. Algunos coches con banderas de Hezbolá, con personas muy amables y amistosas dentro. Muchos edificios destruidos, y muchos otros por destruir, les he dicho.

Hanan y Ahlam son hija y madre y durante estos días han sido vecinas de mi planta del hotel, pero ya no pueden permitirse los precios de las habitaciones. Las he visto en el desayuno, con su sirvienta esrilanquesa (sentadas a la mesa las tres, no crean que ocurre con frecuencia: hay quien les deja dar cuenta de las sobras), día tras día. Nos hemos abrazado, nos hemos deseado suerte. Hanan, la hija, lleva velo color de rosa; la madre, una bonita melena negra, suelta y libre. Las dos forman parte de este país convertido en víctima colateral y que a nadie parece importarle. Arrancadas de cuajo de sus hogares, como tantas familias.

Los barrios de la periferia sur mayoritariamente chiítas de Beirut, lo que aquí se llama Dahiye (en árabe, suburbio), cercanos al aeropuerto, forman un paisaje de desolación perfectamente indescriptible, que espero que ustedes contemplen en imágenes. Las personas merecen palabras: esas víctimas, esas familias escindidas. La gente que no puede encontrarse, aunque llegó a tiempo (o no) para poner a buen recaudo a su mujer o a su hija, y a refugiarse en otro lugar. Hay una conmovedora emisión en el canal New TV: continuamente recibe llamadas de espectadores que dan su dirección e indican el número de camas de que disponen, para acoger a refugiados. Uno de los objetivos de Israel es fragmentar Líbano para comérselo a trozos. Es de esperar que el pueblo libanés sepa que su única oportunidad para el futuro consiste en unirse ante la agresión (y convertir a Hezbolá en parte del ejército regular, bajo las leyes civiles estatales), y no permitir que los puentes materiales que ya empiezan a separarlos se conviertan en puentes psicológicos. Esto va a empeorar mucho, lo dicen fuentes diplomáticas europeas muy fiables.

Familias escindidas, decía. Hombres y mujeres pendientes de cualquier televisión por si reconocen, entre los escombros de cada bombardeo, su lugar natal, aquel donde dejaron a su madre; o la casita que han ido haciéndose con sudores de esclavo para retirarse cuando puedan. Abed, maître del café Gemayze en la zona cristiana, se pasa las horas muertas pegado al televisor del mostrador, junto con otros compañeros. Vivía con su mujer, su hija y su hijo en un piso adquirido con esfuerzo en el populoso y humilde barrio de Mreijeh, pegado al aeropuerto. Se han mudado un poco más lejos, a Chiah, que tal vez sea más segura porque allí viven también maronitas que antiguamente bajaron de las montañas. Pero yo no daría un centavo, en este momento, ni siquiera por el barrio de Hamra, en el que vivo. Esto tiene toda la pinta de que Israel quiere repetir el acoso del verano del ’82. Porque, si sólo quieren eliminar a Hezbolá, ¿por qué bombardea hospitales? ¿Qué daño les ha hecho el faro de Beirut? ¿A qué viene inutilizar el laborioso puerto y el más chiquitín de Junieh, en el norte cristiano, cerca de la estatua de la Harisa, la virgen, y con el casino al lado? Tienen hambre de Líbano. Y de Siria e Irán. Y sed de venganza. Hezbolá precipita las cosas.

Hezbolá ayuda a los pobres. Esa es su estrategia. Hezbolá tuvo la astucia de instalar dispensarios, dar trabajo y ofrecer escuelas. Por eso Hezbolá tiene tanta fuerza en el sur de la marginación y el abandono.

De modo que abracé a Hanan y Ahlam, quedamos en vernos pronto, nos deseamos suerte. Cuando entraba en mi habitación sonó la primera bomba. Una más, entre las muchas que volvieron a caer sobre Harek Hreik y alrededores, ahora como represalia por los misiles recibidos en Haifa desde el sur de Líbano.

* Escritora española. De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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