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El mundo|Lunes, 27 de noviembre de 2006

El amigo de Chávez

Rafael Correa se opone tajantemente al Tratado de Libre Comercio y cuestiona la existencia de una base militar de EE.UU.

Por María Laura Carpineta
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Correa se identificó como un dirigente de la izquierda cristiana.

Rafael Correa es la nueva promesa de la política ecuatoriana. Hace más de un año, dio su primer paso en la escena nacional al hacerse cargo del Ministerio de Economía, en la primera –e inestable– etapa del saliente gobierno de transición. Aunque apenas duró poco más de cien días al frente de esa cartera, sus ataques a los organismos internacionales de crédito y su defensa de la soberanía nacional lo catapultaron como un referente de la devaluada dirigencia de izquierda. Pero este joven economista todavía seguía siendo relativamente desconocido para muchos ecuatorianos y para el mundo en general. El empujón final que le permitió llegar ayer al ballottage y a la presidencia se lo dio su amigo y principal promotor de líderes progresistas en la región, el presidente venezolano Hugo Chávez.

Correa no es el típico dirigente de izquierda. Lejos de la militancia juvenil, el próximo presidente se formó en las universidades. En su Guayaquil natal, estudió Economía en la Universidad Católica y luego decidió continuar en Estados Unidos y Bélgica, en donde obtuvo dos maestrías en esta misma área. En este último país conoció a su esposa, Anne Malherbe, con la que tiene tres hijos. De sus años en el extranjero también le quedaron un fluido inglés y francés, cualidad que pocos dirigentes ecuatorianos comparten. Como si fuera poco, Correa también maneja el quechua, idioma que aprendió cuando era misionero en la sierra. Esto le permitió acercarse a las comunidades indígenas, alrededor del 10 por ciento de la población y uno de los grupos sociales más poderosos del país. Otro apoyo social que trató de cuidar y reafirmar a lo largo del último año fue su alianza con los sectores cristianos. En toda la campaña, Correa se identificó como un dirigente de la izquierda cristiana, a la que intentó separar de la llamada izquierda marxista. Buscó imprimirles los principios católicos a sus promesas de campaña a través de los conceptos de transparencia y honestidad. El economista de 43 años repitió en sus actos un mismo ritual. Cinturón en mano, preguntaba a la multitud qué había que hacer con los corruptos, con los que no trabajaban para el país y con los empresarios que evadían impuestos. Su audiencia, eufórica, respondía “dale Correa”, mientras que él golpeaba su cinturón al aire, como si fuera un látigo.

Su lucha contra la corrupción, la presión de los organismos internacionales de crédito y la influencia directa de Estados Unidos en el país demostraron la sensibilidad de Correa para reconocer algunas de las principales demandas de gran parte de la sociedad, especialmente de los ecuatorianos más pobres e ignorados. Se opuso tajantemente al TLC que impulsaba Washington y que era fuertemente resistido por los movimientos sociales. Además, cuestionó la existencia de una base militar estadounidense en el país y prometió que no renovará el acuerdo en 2009.

Con inteligencia e ironía, el economista utilizó su amistad con Chávez para dejar entrever qué lugar tendría con él Ecuador en la región, sin nunca llegar a decirlo claramente. Le gustaba mostrarse cercano al presidente venezolano y alardear de su relación, aunque manteniendo distancia del modelo del gobierno de Caracas, para poder defenderse mejor de los embates de la derecha ecuatoriana.

Desde el empresariado y los partidos tradicionales intentaron desacreditarlo, calificándolo como populista. Sus propuestas como la desintegración del Congreso para convocar a una Asamblea Constituyente con poderes ilimitados asustó a más de alguno. Especialmente, cuando la coalición que lo apoya, Alianza País, decidió no presentar ningún candidato al Legislativo, despejando cualquier duda sobre su resolución. La Constituyente, la llamada “revolución ciudadana” y sus ataques a la dirigencia política tradicional han generado temores. Pero la imagen de líder seguro, inteligente y carismático que Correa supo imprimir en estos últimos tiempos fue más fuerte que los sombríos pronósticos de la derecha.

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