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El país|Domingo, 15 de junio de 2008
HARRY “POMBO” VILLEGAS TAMAYO

Once años al lado del Che

Por Coco López *
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El autor con Harry Villegas Tamayo (a la derecha).

Se llama Harry Villegas Tamayo, es general de Brigada del Ejército Cubano, pero son muy pocos los que lo llaman por su nombre. Todos lo conocen por Pombo. Ese seudónimo se lo puso el Che cuando llegó al Congo. Lo llamó Pombo Pojo, que en la lengua africana swahili nativa significa “néctar verde”. Con los demás compañeros hizo lo mismo, y así al corpulento Emilio Aragonés le puso Tembo, que nombra al elefante, a Víctor Dreke lo bautizó Moya, que es “uno” y así a todos los compañeros. El Che se llamó a sí mismo Tatu, que significa “tres” y así lo conocieron todos. Cuando se encontró con el Che por primera vez, tenía sólo dieciséis años. Después lo acompañó a lo largo de tres guerrillas: Cuba, el Congo y Bolivia.

Pombo cuenta que en la concepción del Che, el guerrillero no sólo debía saber disparar un arma. “Paralelamente teníamos que ir a una escuela, organizada por el Che, y él mismo era el que impartía las clases. Estudiábamos historia de Cuba, hablábamos sobre la personalidad de Antonio Maceo, Máximo Gómez. Hacíamos un análisis de tipo militar, profundizábamos sobre las tácticas empleadas”.

Escuchando a Pombo, uno va adentrándose mejor en la personalidad del Che. Era, sin duda, inflexible con la disciplina de los combatientes. Incluso en una oportunidad que Pombo se retrasó, y se quedó a dormir en la casa de un campesino porque le pesaba el armamento, lo castigó quitándole la posibilidad de portar armas durante toda la guerra.

“Cuando se le quitó el enojo, le expliqué que el armamento que me había entregado Fidel, un fusil ametrallador Browning, era muy pesado para mí. El Che me entregó entonces una ametralladora más liviana. Pero así era todos los días, estar atentos y no cometer ninguna infracción.” (...)

“Yo quiero decirte –señala– que siempre he discrepado con quienes dicen que el Che era temerario. El Che era audaz y valiente. Temerario –-diferencia Pombo– es que busca la muerte y el Che no la buscaba. Todos los que vamos a la guerra sabemos que existe la posibilidad de perder o ganar, pero nunca hablaba de la muerte. El Che murió como vivió, lleno de optimismo. Ponía en juego su valentía y su audacia, porque su esperanza era cambiar la sociedad de América latina y en especial de este país, la Argentina, porque era su país.”

Pombo vuelve sobre un tema recurrente en las conversaciones con los amigos y compañeros del Che: la Argentina como meta de su lucha.

“No te quepan dudas de que su deseo era venir, luchar con los argentinos y ayudarlos. Prueba de ello es que su primer intento para salir de Cuba fue organizar el destacamento de Jorge Masetti. Le dio las orientaciones fundamentales y su intención era incorporarse a ese destacamento.” (...)

“Yo pienso que esta convocatoria para celebrar los 80 años del Che tiene una importancia extraordinaria. No lo veo sólo como un reconocimiento. Creo que para los argentinos es la oportunidad de acercarse más al Che. No toda la juventud argentina –señala– siente al Che como algo suyo. No lo siente como alguien de su propia tierra. A lo mejor lo ven como una figura de la Revolución Cubana, una gran figura mundial, pero no han tomado conciencia de que esa gran personalidad, que es el Che, un paradigma de la juventud mundial, que surge como un faro de los hombres honestos del mundo, es argentino, es rosarino y por lo tanto es de ustedes, les pertenece.”

Doce años de su vida, parte de la adolescencia y su juventud junto al Che. Ahora “tú me preguntas si lo extraño al Che. Claro que lo extraño, estuve muchos años de mi vida con él, como combatiente en la Sierra Maestra, en la Columna Ciro Redondo con la que llegamos a La Habana, las guerrillas en el Congo y Bolivia. Todo ese recorrido de mi vida –-subraya– junto a él fue creando una sensación de afinidad, de cariño, que hizo que el Che nos tuviese a nosotros prácticamente como a sus hijos, y nosotros a él, como nuestro padre”.

* Fragmentos del libro Che, el rosarino que Coco López acaba de presentar en Rosario, editado por Fundación Ross.

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