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El país|Domingo, 13 de julio de 2008
OPINION

Rosedal, Congreso, su ruta

La oposición cambió su táctica en el Congreso. La movida de Kirchner, con doble destinatario. Los rebeldes en la granja del PJ, algo sobre su futuro. Lo que se discutía y lo que se juega hoy. Los escenarios posibles y una insinuación sobre algún desemboque aceptable.

Por Mario Wainfeld
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“Una de las grandes actividades de nuestro tiempo es la generación de ideas que eviten que los ricos ayuden a los desfavorecidos. El ataque que se hace actualmente al Estado es un excelente ejemplo de este esfuerzo. No se arremete contra el Estado en sí mismo, sino contra su capacidad de defender a los pobres.”
John Kenneth Galbraith

“La distancia entre las diferentes lecturas de la sociedad francesa ya es un síntoma de las fracturas que la atraviesan. (...) Si un país continúa enriqueciéndose globalmente mientras se acentúa la fractura social es sin duda porque hemos entrado en una nueva era de las desigualdades, aceptada por algunos con mayor o menor cinismo.”
Jean Paul Fitoussi y Pierre Rosenvallon, La nueva era de las desigualdades

Se avecina una semana de aquéllas. Se palpa (aunque jamás se puede aseverar ciento por ciento) que la crónica de los días inminentes formará parte de futuros manuales de historia. Muchos desatinos han precedido ese momento de desenlace, que ojalá sea de encauzamiento. El funcionamiento de las instituciones (que incluye, al final, el recurso inapelable a la regla del número) debería moderar las conductas ulteriores. Nadie puede garantizar hoy si eso sucederá, porque hay implicados sectores corporativos de flojos precedentes democráticos, por decirlo con ternura.

El conteo de los votos en el Senado, aseguran los baqueanos de sus pasillos y las cabezas visibles de los bloques oficialistas y opositores, parece volcarse hacia la aprobación de la ley. Pero las diferencias son estrechas, los cabildeos y las presiones continúan. El suspenso llegará hasta el último minuto. Las narrativas dominantes escudriñan (así debe ser) la conducta del Gobierno. Pero soslayan (aun como hipótesis) que en la Argentina existan lobbies capaces de torcer las reglas. Sería cándida, si no fuera aviesa, tamaña supresión en el país del escándalo de las carnes, el de la CADE, el de las privatizaciones vergonzosas del peronismo en los ’90, el de la ley Banelco de la Alianza. Sería además un record para el libro Guinness, el único paraje del planeta donde el capital privado es (por decisión divina) inmune a la sospecha de corrupción.

El carozo de la polémica cedió en su importancia relativa, envuelto en una puja política de primera magnitud. El Gobierno ha rectificado su postura original “n” veces, habilitando una piñata de dinero que, cuando el vendaval amaine, podrá ser caldo de cultivo de variadas vivezas criollas.

“El campo”, que se ostentó apolítico y negociador, habla por boca de legisladores que pertenecen a la corporación y no se resigna ya a moderar la presión fiscal. De la negociación en la que “todos pierden algo” (¿se acuerdan?) se derivó a los proyectos “toda pa’mí” del piloto sojero Carlos Reutemann y de la UCR. En ambos, ante la suba sideral de la soja, se mociona achicar la tajada estatal por debajo de sus standards al 10 de marzo. Sotto voce, los senadores confidencian que esas escalas podrían retocarse a más (“para contemplar la ecuación financiera del Gobierno”), si el bloque oficial “abriera” el proyecto.

Los radicales, sin vociferarlo, tratan de remendar la pereza propositiva de sus correligionarios diputados, cuyo escuálido aporte en la Cámara baja fue mocionar una suspensión por 150 días. Mala señal de un partido con experiencia de gobierno, aun en una etapa de pleamar.

La falta de congruencia opositora la constriñe a la charra misión de vetar. Ni en Diputados ni en Senadores pudieron consensuar una propuesta conjunta, juegan una baza mezquina que retrata bien su estatura actual.

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Rebelión en la granja: Los desgajamientos en el peronismo ahondan lo que es su causa originaria. El Gobierno ha perdido mucho en este conflicto, fuera cual fuera su resolución. Licuó su iniciativa, perdió el control de la agenda, se enfrascó en el monotema durante sus meses iniciales. La inflación (un problema central excesivo para un Ministerio de Economía invisible) quizás haya mermado un poco, pero ha sido por cierto enfriamiento antes que por políticas públicas eficaces. Y sigue erosionando consensos y adhesiones.

La oposición logró un pequeño milagro. Es difícil llevarse a todo lo peor de la dirigencia peronista, pero la entente pro campera está bastante cerca de esa marca. Ese drenaje quizá vaya dibujando un nuevo mapa de alianzas, pero es prematuro calcular su alcance. Un astuto operador del kirchnerismo describe así ese río de lava: “Schiaretti y Busti son irrecuperables. Lole es muy taimado y un poco timorato (usa otra expresión, menos publicable), si repuntamos se podrá volver a hablar con él. Felipe (Solá) es un egoísta, dependerá de lo que se le ofrezca”. Néstor Kirchner, personalmente, deslindó a Mario Das Neves de ese colectivo, acto llamativo pero, como todo en política, perecedero. Luis Barrionuevo se mandó una pirueta mediática, habrá que ver si la sostiene en el tiempo.

La convocatoria de Kirchner al acto de pasado mañana apuntó a dos frentes. Primero, no dejarse “ganar la calle” en las inminencias de la sesión. Segundo, propalar un gesto de autoridad y de liderazgo para la tropa propia y para aquellos que imaginan otros horizontes. La convocatoria, en la lógica del presidente del PJ, será un mensaje para los que estén en la “otra Plaza” pero también para los compañeros veleidosos.

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Sinceridades: “Lo que se tiene que hacer es abrir las exportaciones, hacer los cortes, que son trece. Los cortes populares quedan en el país y los que no se comen en la Argentina, que se exporten y el que quiera comer lomo que lo pague 80 pesos el kilo.” Alfredo De Angeli fue pura franqueza ante la FM Libertad de Chajarí revelando premisas básicas de su gesta.

Si se hiciera abstracción de las derivaciones, cuya importancia es gigantesca, se podría resumir que se debate un núcleo clásico de la política económica: la puja entre los que proponen al mercado como gran asignador de recursos y distribuidor de riquezas versus quienes asignan al Estado un rol de equilibrador y reparador de injusticias de reparto. Uno de los ejes que separan, simplificando más vale, a izquierdas y derechas. Esas divergencias, que muy a menudo ganan el rango de antinomias, subyacen en esta disputa. De Angeli lo enunció como nadie.

Hay otros factores político-culturales en juego. Los expresó sin pelos en la lengua Mario Llambías cuando contrapuso a “la gente” que irá al Rosedal contra “el zoológico”. Ningún dirigente opositor, de los que se cuelgan de las bombachas de los chacareros, estimó prudente tomar distancia de esa verba confesoria, arcaica, potenciada por su desparpajo.

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Nueva derecha: Una nueva derecha asoma y sería necio reducir ese fenómeno a una lid por la apropiación de la renta. O conformarse con subrayar los términos más extremos de sus discursos. Ganó espacio un sector social, con arraigo en importantes territorios, capacidad económica y productiva. Y dotado de una inédita aptitud para ocupar el espacio público. Ninguno de estos factores le vale tener la razón de su lado, pero todos conforman una realidad insoslayable.

Cuando se fantasea acerca de una burguesía nacional puede exagerarse su impronta ascética. Las burguesías de carne y hueso suelen ser egoístas, con poco apego a la ley y mala afición a pagar salarios dignos. Un Estado moderno debe tener recursos para lidiar con esos sectores, induciéndolos a situaciones más equilibradas, moderando sus apetencias. Una fuerza democrática popular debe tener la aptitud para limitar su expansión y su alianza con otros estamentos sociales, dejarla en minoría. Hasta ahora, el oficialismo manejó flojamente esa cartilla, confinándose en la denuncia de sus demasías pero sin registrar su peso y su capacidad de convocatoria.

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Sobredeterminación: A esta altura de la columna, el lector puede ponerse aprensivo porque no se responde la pregunta que flota en todos los aires: “¿qué va a pasar?”. El cronista se franquea, la predicción no es su fuerte. Y el momento de la vigilia es especialmente fastidioso porque ignorar lo inminente limita las pretensiones del relato o (¡ay!) su interés. Uno de los enigmas persistentes es si la resolución legal e institucional impedirá el desborde de la protesta corporativa. La Mesa de Enlace prolonga su praxis de psicopatear con las “bases” al borde de las rutas. La dirigencia opositora no honra su rol sistémico callando toda prédica de acatamiento a la ley.

Hasta ahora, la hipótesis destituyente rondó los imaginarios de todos los participantes. El politólogo Martín Plot lo describe de modo inmejorable en un artículo inédito, pronto a ser publicado en la revista-libro Umbrales. La cita será algo larga, se da por hecho que el lector la valorará por su calidad y porque alivia de los ripios del cronista. Ahí va: “tanto las acciones del gobierno como las de la oposición política y las organizaciones agropecuarias estuvieron ampliamente sobredeterminadas por el habitus de la aceleración de los tiempos institucionales. En una frase: el fantasma de unos era la esperanza secreta de otros. Ocurre que el comportamiento de los actores políticos y sociales luego de las experiencias de las transiciones gubernamentales entre Alfonsín y Menem primero, y entre De la Rúa y Duhalde, luego, han encarnado prácticas que generan expectativas de transición que no se condicen con la realidad institucional –y esta expectativa de transición opera tanto en la forma de actuar del gobierno como de la oposición–. Esta sobredeterminación fue reconocible, fundamentalmente, en la intransigencia de los actores involucrados. Por el lado del gobierno, la intransigencia era mayormente defensiva y no se manifestó en la incapacidad de introducir reformas a la medida originaria (cosa que éste hizo, y mucho) sino en la permanente vocación por introducirlas de tal modo que no pudiesen ser leídas como una derrota política. Una derrota política de este calibre, percibía crecientemente el actor político en ejercicio circunstancial del Ejecutivo, no podía sino iniciar un proceso con altas posibilidades de desembocar en la aceleración de los tiempos institucionales. Extrañamente, los representantes del sector social en conflicto con el gobierno parecieron, una y otra vez, actuar como si concesiones a sus intereses no fuese lo que estaban buscando, sino concesiones que precisamente pudiesen ser leídas como derrota política. Estos sectores, efectivamente unificados por intereses sectoriales tocados por las retenciones, sin embargo actuaron como un actor que, haciéndolo unificadamente, podría eventualmente cambiar el “modelo” y la “política agropecuaria” –cambios que sólo un gobierno en ejercicio puede introducir.”

La resolución en el Parlamento no pondrá fin a ese ejercicio brutal pero dará una chance para alumbrar una etapa superadora.

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Escenarios: Dos actos en simultáneo calentarán el ambiente el día previo. Podrán ser una formidable escena democrática, si todos los actores saben conducirse y los dirigentes se dan maña para conducirlos. En contrapeso, sería necio negar que aumentarán la alta temperatura ambiente, acentuarán la fatiga ciudadana y embroncarán a los, de por sí mal arreados, peatones, automovilistas y transportistas porteños.

El mejor escenario imaginable, aquí y ahora, no puede desvincularse del contexto creado por quintales de torpezas y exorbitancias previas. Lo mejor que puede suceder es que las instituciones determinen un rumbo y que todos se sometan al imperio de la ley. Parece una nimiedad, no lo es en estas pampas indómitas.

En la opinión del cronista, la propuesta oficial es la que mejor se aviene a un proyecto deseable de país. Y, además, su preeminencia en el Senado mitigaría el riesgo de un Gobierno prematuramente debilitado, indeseable para la sustentabilidad económica y política.

La conjunción de esas coordenadas no serviría de mucho si no fueran el comienzo de una nueva etapa política. El Gobierno, que se embandera en la defensa de lo público y de la redistribución de la riqueza, debería ser el primer interpelado para cambiar. La secuencia de la crisis desnudó muchas de sus falencias: floja información previa, torpes manejos tácticos, demasiado encierro, carencia de voces con autoridad de cara a la opinión pública, excesiva exposición de la Presidenta, disfunción en el manejo de la dupla entre ésta y Néstor Kirchner.

La bandera de las políticas públicas no es un dogma que el conjunto de la sociedad acepta mecánicamente. Ampliemos algo que se sugirió unas líneas más arriba: la querella entre imaginarios progresistas y conservadores (o como se los llame) es permanente en las sociedades masivas. Las ruinas del Indec son una pésima atalaya para esa disputa. Tampoco sirve la obcecación en mantener, contra el sentido común, el proyecto del tren bala. Las tumultuosas novedades sobre Aerolíneas Argentinas (amén de agriar feo las relaciones con España) podrían parir un elefantito blanco de difícil justificación si de mejorar la asignación del gasto público se habla.

Los legisladores han aportado bastante para mejorar la reputación del Congreso, a veces degradada por la propia corporación política. La apelación a su veredicto tendrá su encanto si pasa a ser el primer estadio de una nueva etapa signada por más diálogo e intercambio no sólo (ni especialmente) entre Gobierno y corporaciones sino entre los representantes elegidos por el voto popular.

La crónica, éste es uno de los karmas de un género fascinante, jamás basta para prefigurar la historia. En las vísperas de una semana memorable apenas puede insinuarse que el mejor de los (minimizados) escenarios factibles servirá si deviene el primer peldaño de una etapa de cambios, concordantes con los que han atravesado a la economía, a la política y a la sociedad en lo que va del siglo.

En la módica perspectiva de este domingo, ese escenario no es imposible pero tampoco muy sencillo de alcanzar.

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