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El país|Jueves, 24 de julio de 2008
Cómo se fue quebrando la relación entre los Kirchner y Alberto Fernández

Los pasos hacia el camino de salida

Las diferencias germinaron con la alta exposición pública de Kirchner, se pronunciaron durante el conflicto agrario y estallaron tras la votación del Senado, cuando Fernández y el ex presidente se cruzaron en una fuerte discusión.

Por Daniel Miguez
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El ex jefe de Gabinete reclamaba la remoción de Moreno y un respaldo explícito de CFK.

Alberto Fernández siempre reconoció a Néstor Kirchner como jefe, pero a la vez consideraba que él mismo formaba parte de una tríada junto al ex presidente y Cristina Fernández de Kirchner. “Somos las tres patas de la mesa que sostiene el proyecto. Si una de las tres patas se afloja o se rompe, la mesa puede caerse”, era una de las formas que utilizaba el ex jefe de Gabinete para graficar la relación, que, además, estaba sostenida por el afecto mutuo. Seguramente Kirchner no pensaba lo mismo. Sea como fuere, el amor se acaba cuando empiezan los desacuerdos, o viceversa. Y los desacuerdos empezaron casi con el mandato de Cristina.

- Alberto Fernández planteaba allá en diciembre de 2007 que era mejor renovar todo el gabinete. Ni Néstor ni Cristina creían lo mismo. La Presidenta quería a Alberto Fernández, a Carlos Zannini y a Julio De Vido dentro de su equipo.

- Cuando Kirchner se propuso rearmar el PJ, a Fernández le pareció bien. Pero hacia febrero, cuando Kirchner levantó su nivel de exposición apareciendo en grandes fotos sellando un acuerdo con Roberto Lavagna, el jefe de Gabinete le dijo que su presencia mediática tenía que ser tan baja como la de Cristina en el mandato de él.

- Los problemas de fondo empezaron cuando se desató el conflicto con las cámaras agropecuarias. Kirchner le reprochó el garrafal error de cálculo del entonces ministro de Economía, Martín Lousteau, que había llegado al cargo empujado por Fernández. A partir de allí, el propio jefe de Gabinete tuvo que lidiar con los empresarios rurales, para intentar reparar su pecado original. Y no le fue bien.

- En medio del conflicto, aunque acordaba con varias de las iniciativas de Kirchner y de la Presidenta, Fernández también cuestionaba otras. Sintió que algunas intervenciones de Luis D’Elía y, sobre todo, del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, atentaban contra su trabajo para salir del conflicto. Varias veces lo planteó, pero en su escalada de malestar empezó a pedirle a la Presidenta directamente que echara a Moreno, hasta terminar confrontando: “O él o yo”. Fue la noche en que le presentó su renuncia, a principios de mayo. “¡¿Estás loco?!”, le dijeron para ratificarlo en el cargo. Fernández se tranquilizó. No sólo porque se llevó de Olivos la promesa de que Moreno sería acotado a su trabajo sobre la cadena de comercialización, sino, especialmente, porque volvió a sentirse imprescindible.

- Desde entonces empezó a vivir en la ambivalencia de sentimientos. Se ofuscaba cuando creía ver operaciones en su contra en cada rumor sobre su renuncia y, a la vez, repetía que estaba muy cansado (“tengo las bolas llenas”, era la frase recurrente ante los íntimos), que su hijo le reclamaba más presencia y que tenía ganas de irse. Pero también decía que –y se lo notaba sincero– que quería mucho a Néstor y a Cristina y que nunca haría nada que los pudiera perjudicar. Llegaron más o menos a un punto de acuerdo: cuando el Gobierno estuviera recompuesto en su imagen volverían a analizar si dejaría el puesto y hasta –según decía por aquellos días– había sugerido el nombre de Sergio Massa para reemplazarlo cuando llegara el momento, como publicó PáginaI12. También decía que cuando renunciara se iría a su casa, reabriría su estudio de abogado y volvería a dar clases en la Facultad de Derecho de la UBA. “Ni canciller, ni embajador en Uruguay, ni nada”, afirmaba.

- Pero el conflicto con el sector agropecuario siguió creciendo hasta llegar a la derrota en el Senado el jueves pasado. Ese día para Fernández fue “horroroso”, según definió ante sus amigos. No sólo por perder la votación, sino por una fuerte discusión que tuvo con Kirchner en Olivos, con los rumores de la renuncia de Cristina dando vueltas por las redacciones de los diarios. Al día siguiente anunció la derogación de la Resolución 125 en lo que sería su último acto en la función pública.

- El sábado transcurrió más o menos en paz –hacía rato que había dejado de ir a los partidos de fútbol sabatinos en la quinta de Olivos– pero hubo señales que no le gustaron, como que otra vez el gobernador de Chubut, Mario Das Neves, pidiera su renuncia y nadie saliera a defenderlo. El domingo regresó decidido a poner condiciones para su continuidad. Su poder se había desdibujado y quería recobrarlo. Reclamaba gestos concretos, como la remoción de Moreno, por ejemplo, y un respaldo explícito de la Presidenta. Entonces quiso forzar la situación presentando la renuncia públicamente, quizá con la esperanza de que se la rechazara, algo que a la Presidenta obviamente le cayó muy mal. Ella y Kirchner nunca aceptaron condicionamientos aun en situaciones muy complicadas y tampoco se iban a dejar correr por el jefe de Gabinete. La respuesta fue la rápida designación de Massa, que al parecer ya tenía indicios desde ese mismo domingo.

Así se terminó una historia que comenzó en 1998 cuando los Kirchner y Fernández fundaron el Grupo Calafate, el único apoyo fuerte dentro del justicialismo que tenía Eduardo Duhalde para su carrera presidencial boicoteada por el menemismo aún en el poder.

Alberto Fernández tuvo junto a los Kirchner momentos de gran alegría y de mucha tensión. Dos grandes festejos los vivieron cuando Duhalde les dio su apoyo en noviembre de 2002 para la pelea electoral y en abril de 2003 cuando efectivamente las ganaron. Dos de las grandes amarguras: cuando Juan Carlos Blumberg hizo una marcha masiva contra la inseguridad y Kirchner terminó internado en Río Gallegos con una úlcera complicada; y cuando no logró la unidad con el duhaldismo, para las elecciones legislativas de 2005, y tuvo que aguantar que el propio Duhalde lo insultara destempladamente por teléfono.

Hasta el conflicto con los ruralistas, los opositores a Fernández le contabilizaban las derrotas electorales en la Capital (preside el PJ porteño) y el mal paso dado en el caso Borocotó. Sus defensores enumeran las múltiples veces que le sacó las papas del fuego al Gobierno y recuerdan que en 2003 pasó a ser de un simple concejal a jefe de Gabinete “y el cargo no le quedó grande”.

Desde que se creó la figura de jefe de Gabinete, ninguno tuvo tanto poder como Alberto Fernández. Ayer, sus empleados comenzaron a vaciar su despacho: sus cuadros de Ernesto Bertani, su pedazo de tablón de la vieja tribuna de Argentinos Juniors y sus fotos con Néstor y Cristina. Se va con más canas y más ojeras a empezar el tránsito del alivio a la añoranza.

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